viernes, 24 de abril de 2015

El martirio es por fe y por caridad, no por el nombre de cristianos

 

El martirio es por fe y por caridad, no por el nombre de cristianos

es1
«Sé que Vuestra Santidad sufre profundamente por las atrocidades de las que son víctimas sus amados fieles, asesinados sólo por el hecho de seguir a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. […] No hay ninguna diferencia en que las víctimas sean católicos, coptos, ortodoxos o protestantes. ¡Su sangre es la misma en su confesión de Cristo! La sangre de nuestros hermanos y de nuestras hermanas cristianos es un testimonio que grita para hacerse escuchar por todos los que todavía saben distinguir el bien del mal». (Mensaje al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía, 21 de abril de 2015).
Su sangre es la misma: esta es la herejía del ecumenismo de sangre. Una misma sangre.
Mártir significa testigo: «y seréis Mis Testigos» (Act 1, 8c). El mártir da testimonio de la fe en Cristo: es testigo de Cristo, es testigo de la Palabra de Dios, es testigo de la obra de Dios, que es la Iglesia. El mártir no es el que derrama su sangre, sino el que hace un acto de fe y de fortaleza en Cristo cuando derrama su sangre.
Todo el problema del mártir está en su fe. ¿Cuál es la fe que profesa el hombre que muere con un sufrimiento que es un tormento mortal? Porque «la madre del martirio es la fe católica, que atletas ilustres rubricaron con su sangre» (San Máximo Tuarinense, Sermones, serm 88: ML 57, 708).
La madre del martirio, lo que engendra el martirio es la fe católica. Es una gracia que el alma merece por su fe, por la perseverancia en la fe, por la fidelidad a la fe.
El católico, el copto, el ortodoxo, el protestante, el budista, el judío, cuando mueren atrozmente, a manos de sus enemigos, ¿mueren con la fe católica o con qué tipo de fe mueren?
No es la sangre lo que hace un martirio: es la fe católica lo que hace un martirio. Aquellas almas que derraman su sangre en la misma confesión católica de Cristo, entonces son mártires.
Se necesita la confesión católica, la fe católica.
Bergoglio niega esto: ¡Su sangre es la misma en su confesión de Cristo! Todo el mundo confiesa a Cristo, de una manera o de otra. Pero son pocos los que tienen la fe católica. FE CATOLICA. CONFESION CATOLICA.
Ni siquiera los católicos actuales poseen la fe católica. Muchos no saben lo que supone y exige esta fe católica.
Para salvarse se requiere no cualquier fe divina, sino la fe divina y católica, en la cual el alma da adhesión a todas las verdades reveladas, que están en la Sagrada Escritura, y que la Iglesia ha declarado como tales, estableciendo así los dogmas, que son el Magisterio infalible y auténtico de la Iglesia, que es un Magisterio objetivamente cerrado, el cual nadie lo puede abrir, nadie lo puede tocar, nadie lo puede cambiar.
Para salvarse se requiere creer, no en cualquier dios, sino en el Dios que enseña la Iglesia Católica.
¿Quién es Dios? Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
«Creo en el Padre Omnipotente, y en Jesucristo, Salvador nuestro, y en el Espíritu Santo Paráclito, en la Santa Iglesia, y en el perdón de los pecados» (D1)
Esta es la forma más antigua del Símbolo Apostólico: se cree en un solo Dios, que es Tres Personas distintas.
No se cree en un argumento sobre un Dios Uno y Trino. Se cree en Dios Uno y Trino.
Muchos ya no tienen esta fe divina y católica. Sólo poseen su fe humana,  que es un invento de su mente humana. Creen que Dios es muchas cosas, pero no creen «en un solo Dios, Padre Omnipotente…Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios Unigénito….y en el Espíritu Santo,…Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador, increado, que procede del Padre y recibe del Hijo…» (D13).
Bergoglio, y muchos como él, ya no creen en Dios como lo enseña la Iglesia Católica, sino en su concepto de Dios. Por tanto, ya no tienen la fe católica. Sólo están dando testimonio de su fe humana sobre Cristo, pero no de Cristo, no de la doctrina de Cristo, no de la Iglesia de Cristo. Si mueren a manos de ISIS, no son mártires, aunque digan con su boca que creen en Cristo, aunque lo confiesen con sus palabras, aunque se llamen cristianos o católicos.
Santa María Goretti, a fin de defender la castidad, para dar testimonio de su fe en la pureza, en la virginidad de Cristo, murió para ejercitar esta virtud. No es mártir el que es matado por motivos políticos o por otra causa. Es mártir el que muere con un tormento que se da en señal de odio contra la fe o que muere defendiendo una virtud cristiana. Pero si no se posee la fe divina y católica, no es posible morir ejercitando una virtud de Cristo. Si no se profesa la fe católica nadie te mata por odio contra la fe católica.
La fe católica y divina exige del alma la práctica de esta fe. Las demás fes no exigen del alma tal práctica. Muchos mueren, no por su fe humana, sino por otros motivos circunstanciales a su fe. Si llevarán su fe humana al límite, a la práctica, entonces no sería fe humana. Ningún hombre da la vida por otro hombre a causa de un amor humano. Todo hombre teme a la muerte. Ningún hombre quiere morir por su fe, sino que muere siempre por otro motivo distinto a su fe humana.
Muchos católicos han puesto en duda la verdad de la religión católica. Esto es un hecho que se puede constatar en todas partes. Ya no tienen certeza en su fe. Creen cualquier cosa que los hombres, que la Jerarquía les diga. Y son muchos los que han abandonado la religión católica formando sus grupos, sus asociaciones, sus iglesias, que quieren ser católicas, pero ya no poseen toda la verdad.
Desde hace 50 años está en juego la fe acerca de la verdad del magisterio de la Iglesia, de ese magisterio infalible, auténtico, intocable, objetivamente cerrado.
Muchos han perdido la credibilidad en la Iglesia, en su magisterio, por muchos motivos, y ya no pueden hacer un acto de fe divina y católica. Viven de su fe, la que su razón se inventa. Pero ya no pueden creer.
Un católico jamás puede apartarse de la fe divina y católica sin culpa alguna por su parte, porque toda defección de la fe es un pecado mortal de apostasía: «Porque quienes una vez iluminados gustaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo….y cayeron en la apostasía, es imposible que sean renovados otra vez a penitencia, y de nuevo crucifiquen para sí mismo al Hijo de Dios y le expongan a la afrenta» (Heb 6, 4.6).
La apostasía pone al alma fuera de la Iglesia y en vías de condenación: «es imposible que sean renovados otra vez a penitencia».
Muchos católicos viven en esta apostasía de su fe divina y católica. No se pueden salvar porque desprecian toda la verdad. Viven sólo de sus verdades, de sus tradiciones, de sus ritos litúrgicos, de sus doctrinas. Y se hacen maestros, doctores, legistas de su fe, que es en todo falsa.
«Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados» (2 Pe 2, 21).
Santos preceptos: eso es la fe divina y católica. Es algo del cielo, no de la tierra. La fe no es una clase de teología. Los dogmas no son el invento de los teólogos. Es poner con palabras humanas la Verdad que Dios ha revelado en la Sagrada Escritura. Es necesario hacer eso en la economía del pecado original en que el hombre nace y muere. Todo hombre necesita de ese sustento del magisterio auténtico e infalible de la Iglesia para poder entender la Voluntad de Dios en su vida. De otra manera, todo se volvería confusión porque todos los hombres interpretan, a su manera, la Sagrada Escritura. Se necesita un magisterio auténtico, que diga al hombre: de esta manera hay que entender la Palabra de Dios. Por eso, todas las condenaciones, todas las herejías, todos los cismas que se han producido son sólo por no seguir este magisterio. Han seguido su interpretación de la Sagrada Escritura, y han hecho su iglesia, y creen en su concepto de cristo, con sus verdades relativas, inventándose su fe.
No de todos es la fe. Y, por lo tanto, no de todos es pertenecer a la Iglesia de Cristo. No toda la Jerarquía es la verdadera, la que permanece fiel a la doctrina de Cristo, al magisterio infalible de la Iglesia. Muchos se han vuelto lobos, traidores, engendros del demonio.
Estamos viviendo en la Iglesia con falsos católicos, con falsos sacerdotes, con falsos obispos, que ya no creen en el Magisterio auténtico e infalible de la Iglesia. Y esa falta de credibilidad en la Iglesia produce la apostasía de la fe. Esa falta de credibilidad en la Iglesia es falta de credibilidad en Cristo, que es la Cabeza Invisible de la Iglesia. ¡Muchos se inventan su falso cristo!
Quien se aparta del Magisterio infalible se aparta de la Iglesia y de Cristo. Ya no es Iglesia. Ya no es oveja de Cristo. Y vamos a llegar a la Gran Apostasía de la fe, que significa cambiar lo que no se puede cambiar, tocar lo intocable, abrir lo que está cerrado: el Magisterio auténtico e infalible.
Eso es lo que viene en el Sínodo próximo: la división en la doctrina, en el Magisterio infalible. Ahí va a iniciar la gran apostasía de la fe, comandada por los falsos católicos, que están en todas partes, no sólo en Roma. Esos falsos católicos que se saben la teología, el catecismo, el derecho canónico, la tradición, pero que la tuercen a su gusto y a su capricho.
Si no hay fe divina y católica, entonces tampoco hay caridad divina. Y no puede darse el martirio: «Si entregare mi cuerpo a las llamas y no tengo caridad, nada me aprovecha» (1 Cor 13, 3).
Muchos quieren dar la vida por sus amigos, pero no poseen la caridad divina. Y, por lo tanto, sus muertes no unen en la verdad.
«Para los perseguidores, nosotros no estamos divididos, no somos luteranos, ortodoxos, evangélicos, católicos… ¡No! ¡Somos uno! Para los perseguidores, somos cristianos. No les interesa otra cosa. Es el ecumenismo de la sangre que se vive hoy» (A los miembros de Asociaciones Carismáticas de Alianza, 31 de octubre de 2014).
No estamos divididos: es la gran herejía de este hombre. Todos estamos unidos en un nombre: cristianos. Somos cristianos. Y que cada cual interprete el Evangelio como quiera. Que cada cual tenga su concepto de Dios, de Cristo, de la Iglesia. Eso no interesa. Lo que interesa es el nombre vacío de cristiano.
En esto están todos los falsos católicos: siguen a Bergoglio sólo por el nombre. Como lo llaman papa, entonces hay que obedecerlo. Es el nombre lo que a muchos sólo les interesa de Bergoglio. Cuando se les dice sus herejías, no lo pueden creer. Le toman a uno por loco.
Son católicos de nombre, que sólo creen en el nombre. Ya han dejado de creer en el magisterio auténtico e infalible, que les enseña que Bergoglio no es papa, no tiene el nombre de papa. Pero esto, a ellos, ya no les interesa.
Se persiguen católicos, cristianos, ortodoxos, coptos, budistas…pero el que persigue, ¿con qué odio mata? ¿Con qué fin mata?
Hay un odio contra la fe verdadera. Y si persigue infligiendo esta señal de odio, entonces el que muere es mártir.
Pero muchos matan por diversas causas. ISIS mata a la cristiandad por muchos motivos, no todos religiosos. Le interesa políticamente matar. Quieren hacer propaganda de sus muertes. Ya la intención en matar no es el odio contra la fe, es otra cosa: la fama, la política, el dinero, la publicidad, el miedo, etc… Entonces, los que mueren no son mártires. Muchos mueren en la guerra y no son mártires. Muchos en los atentados de ISIS y no son mártires.
La unión entre los cristianos no está en el nombre de cristianos, que es lo que enseña Bergoglio: «nosotros no estamos divididos, no somos luteranos, ortodoxos, evangélicos, católicos… ¡No! ¡Somos uno!». No somos uno en el nombre de cristianos. Somos uno porque poseemos la misma caridad, el mismo amor: «La caridad es el vínculo de perfección» (Col 3, 14).
La unión entre los cristianos está en la obra de la caridad divina.
«¿Consideran que Cristo está con ellos cuando se reúnen, aquellos que lo hacen fuera de la Iglesia de Cristo? Estos hombres, aunque fuesen muertos en confesión del Nombre, su mancha no será lavada ni siquiera con la sangre vertida: el pecado grande e inexpiable de la discordia no se purga ni con suplicios. No puede ser mártir quien no está en la Iglesia: no puede lograr el Reino quien abandonó Aquélla que debe reinar. Cristo nos dio la paz. Él nos mandó ser concordes e unidos, ordenó conservar los lazos de amor y de la caridad incólumes e intactos. No puede pretender mártir aquel que no conservó la caridad fraterna». (San Cipriano de Cartago, De la unidad de la Iglesia, p. II, n.14 – ML 4, 510-511)
Se demuestra la perfección de la caridad, el mayor amor a una cosa, cuando por ella se desprecia lo más amado y se elige sufrir lo que más se odia.
Por amor a Cristo, por amor a la Iglesia, los mártires despreciaron su vida. Por sólo este amor. Esta es la caridad divina.
¿Qué luteranos, qué evangélicos, qué coptos,…, tienen este Amor a Cristo y a la Iglesia Católica para ser llamados mártires? Ninguno de ellos. Todos tienen el nombre de cristianos. Pero el tener el nombre de Cristo no obra el amor a Cristo: «aunque fuesen muertos en confesión del Nombre, su mancha no será lavada ni siquiera con la sangre vertida».
El amor a Cristo y a la Iglesia Católica procede de la profesión de la fe divina y católica: «No puede ser mártir quien no está en la Iglesia: no puede lograr el Reino quien abandonó Aquélla que debe reinar». Hay que estar en la Iglesia, hay que profesar la fe divina y católica.
El amor a Cristo y a Su Iglesia no viene de cualquier fe, ya humana, ya divina. Hay que creer en el Magisterio auténtico e infalible de la Iglesia para poseer la caridad divina, ese mayor amor que «lleva a dar la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).
Muchos mueren en la guerra, con atroces tormentos, profesando una fe en su dios…Pero no son mártires. Porque se necesita la caridad divina para sellar el martirio.
«No hay ninguna diferencia en que las víctimas sean católicos, coptos, ortodoxos o protestantes»: sí la hay, y una gran diferencia.
Ni el protestante, ni el copto, ni el ortodoxo, ni el judío,…, son de Dios, porque no son de la Iglesia Católica:
«No pueden permanecer con Dios los que no quisieron permanecer unánimes en la Iglesia de Dios…».  (San Cipriano de Cartago, De la unidad de la Iglesia, p. II, n.14 – ML 4, 510-511).
Y, por lo tanto, si mueren a manos de sus enemigos, se van al infierno:
«…y aunque consumidos por las llamas, arrojados al fuego o lanzados a las bestias, ellos perdiesen la vida, no sería una corona de fe, mas antes castigo de su perfidia, no sería la consumación gloriosa de una vida religiosa intrépida, sino un fin sin esperanza. Un individuo así puede dejarse matar, pero no puede hacerse coronar. Él se confiesa ser cristiano del mismo modo que el diablo se hace de Cristo, como el mismo Señor advierte diciendo: “Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘yo soy Cristo,’ e engañarán a muchos” (Mc 13,16). Así como el diablo no es Cristo no obstante usurpe su nombre, así no puede pasar por cristiano aquel que no permanece en la verdad del Evangelio y de la Fe» (Ib).
Para ser mártir es necesario poseer la fe divina y católica: guardar el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, ser de la Iglesia, que es lo que lleva a alma al mayor amor, a la caridad divina.
Todo el problema de Bergoglio es su falta de fe divina y católica. Y, por eso, cae en tantas herejías porque quiere salvar a todos con su sola palabra humana. Ha dejado el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia y se dedica a hacer su política. Y no hay manera de que hable claro cuando ISIS mata a los cristianos. Sólo llora por su ecumenismo de sangre, que es su herejía que le lleva  a levantar una falsa iglesia donde entren todos.
Y la herejía del ecumenismo de sangre nace de su falta de fe: ya no cree en Dios. Ya no cree en el Símbolo Apostólico, que es la base del magisterio auténtico e infalible de la Iglesia. Sin esa base, sin ese Dios, todo es un invento de su cabeza herética. Y Bergoglio sólo muestra su orgullo en el gobierno de la Iglesia. Y la gente lo sigue por su orgullo, no por la doctrina que predica. En su orgullo, Bergoglio se pone por encima de Dios, por encima del magisterio auténtico e infalible. Están siguendo a un orgulloso. Y, por lo tanto, están aprendiendo, muchos falsos católicos, a ser orgullosos, como Bergoglio. Y sólo saben decir que Bergoglio es un buen hombre que quiere unir a todos los hijos de Dios en una sola iglesia. Pero no saben hablar de sus herejías porque ya no las ven. Sólo ven el orgullo de ese hombre, que es el motor de muchos, que es lo que muchos imitan en la Iglesia: si este idiota ha podido llegar a sentarse en la Silla de Pedro, entonces seamos como él. Alcancemos los puestos grandes en la Iglesia. Busquemos el negocio en la Iglesia. Ya no importa la doctrina, sino sólo la política.
Muchos lo siguen por su sonrisa, por su cara bonita, por sus besos y abrazos a todo el mundo, porque habla con la gente, porque entiende la vida de la gente. Pero ninguno de ellos entiende lo que predica, porque ya su fe no se basa en un magisterio que no se puede cambiar. Su fe sólo es una veleta del pensamiento humano. Y así viven: defienden lo que dice ese hombre aunque suelte una estupidez. Defienden al hombre, defienden el nombre que le han puesto. Defienden el orgullo de ese hombre. Pero no son capaces de defender a Cristo en Su Iglesia, porque no viven a Cristo en sus almas. No son capaces de defender la Iglesia de un hereje, de un cismático, porque sólo buscan levantar la iglesia que esté construida por la herejía. Muchos se pasan la vida dando vueltas a lo que encuentran en sus mentes humanas. Y así construyen su vida. Y luchan por sus ideas humanas y mueren por ellas. Pero no son ni de Cristo ni de Su Iglesia. Son de ellos mismos: de sus mentes.
Es la herejía que se observa en toda la Iglesia: el culto a la mente del hombre. Y, por eso, se destroza el magisterio infalible de la Iglesia. Se destroza la vida de la Iglesia. Se destrozan muchas almas en la Iglesia.
«Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y, sus ángeles (Mt 25,41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica. (D 1351 –  Concilio de Florencia, Decreto para los Jacobitas, 4 de febrero de 1442).
Sólo se puede permanecer en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica en la obediencia hasta la muerte al Papa legítimo y verdadero: Benedicto XVI. Sin esta obediencia, todos están en lo que vemos: ayudando a construir, a levantar, la falsa iglesia de un hombre orgulloso.