jueves, 20 de julio de 2017

Martirio de Mons. Jozef Tiso: Gobernante y sacerdote nacionalista -

Martirio de Mons. Jozef Tiso: Gobernante y sacerdote nacionalista - 

Antonio Caponnetto



  Nota de NCSJB: Mons. Jozef Tiso fue un santo sacerdote nacionalista eslovaco, doctor en teología. En su actividad pastoral, como reconocimiento a su celo pastoral le fue otorgado el título de Monseñor. Fue designado Ministro de Higiene en el gobierno de Praga en 1927 y durante la crisis Checoeslovaca de 1938/39, aprovechó para lograr la independencia de Eslovaquia de la opresión checa, fundando el Estado Eslovaco.
  Fue elegido entonces Presidente sin dejar nunca de servir asimismo como párroco en la pequeña localidad de Bánonce.
  Al declararse la Segunda Guerra Mundial, Monseñor Tiso se unió a las potencias del eje en la lucha anticomunista. Al vencer las fuerzas que responden a la judeo-masonería, fue apresado y juzgado injustamente por los comunistas determinando así su muerte en la horca, habiendo ofrendado su vida por Dios y por su Patria.


  Al hablar de la participación de este santo varón con su nación en la guerra anticomunista; decía nuestro mártir Jordán Bruno Genta, en la obra cuyo prólogo del Dr. Caponnetto aquí reproduciremos:




Prólogo al trabajo de Jordán B. Genta: “Monseñor Tiso. El Gobernante Mártir”



  Este año que concluye se lleva consigo el aniversario número cincuenta del martirio de Monseñor Tiso.

  Su sólo nombre todo lo dice para los hijos fieles de la entrañable nación eslovaca. Y a fe que otro tanto ocurre con sus enemigos históricos, que aún dominadores impunes y estultos, no podrán olvidarse de quien tan gallardamente los enfrentó, con su palabra, con su conducta y con su sangre.

  Pero ese nombre cargado de resonancias para unos y otros, y proferido en el Cielo a la diestra del Padre, nada significa frente a las actuales generaciones, ni ante esos cristianos acédicos, ignorantes de las glorias de la Iglesia y siempre prontos a disculparse por lo que le han hecho creer que son sus extravíos.

  Son ellos entonces quienes primero necesitan conocer estas páginas…

  Conocer que Monseñor Tiso, al igual que otros sacerdotes ejemplares, como su recordado maestro, el Padre Hlinka, comprendieron que por lo mismo que la patria hundía las raíces de su fundación en el misterio de la Cruz, era necesario pelear por su rescate y trabajar sin pausa por su entero señorío. Sin concesiones ni compromisos con los destructores de la estirpe. Sin contemporizaciones ni enjuagues con los poderosos; sin dobleces ni asomo de esta común bellaquería que hoy envuelve a tantos trémulos pastores.

  Conocer asimismo que fue Tiso, en cada uno de los cargos públicos que desempeñó, hasta llegar a la mismísima presidencia de la República, un sacerdote que asumió la autoridad como servicio, y no un político que desertó del Orden Sagrado en pos de la carrera electoral.

  Un consagrado que en carácter de tal, veló eficientemente por su pueblo, en nombre de la caridad y del bien común antes que de programas asistencialistas. Un ungido que volcó sus bendiciones sobre la nación que gobernaba, mas que un candidato de engañosas fórmulas mundanas. Un párroco que no abandonó jamás el ejercicio de su ministerio, y que al igual que San Luis bajo aquel legendario roble de Francia, siendo el primer mandatario, atendía los requerimientos de los suyos, a la salida de las misas dominicales en su capilla aldeana de Bánovce. Un hombre de Dios, entregado jerárquicamente a Él desde el puesto de mando; de rodillas frente al pequeño e infinito pórtico del Sagrario y de espaldas a la puerta ancha del horizontalismo.

  Fue Tiso el Capellán de Eslovaquia. Un verdadero Príncipe Cristiano en tiempos de aplebeyados ateos.

  Conocer además que es posible proclamar la Realeza de Cristo, en cumplimiento del primer deber de un estadista bautizado. Y que de esa prioritaria y urgente proclamación se siguen todos los bienes, como la añadidura tras la búsqueda principal del Reino de Dios. Así, durante los años de gobierno del singular presbítero, su país, pública y orgullosamente definido como confesional y como buen vasallo del Supremo Rey, alcanzó la prosperidad material y la resolución inteligente de los problemas terrenos.

  Conocer, en suma, que Monseñor Tiso, sabía y quería hablar claro, desdeñando las elipsis y prefiriendo la contundencia del verbo esencial. Dado “el carácter infernal del bolchevismo -dijo en el Parlamento en 1936- es imposible la conciliación... y no se puede tener respecto de él, ni siquiera una posición neutral”. Tres años después, el 21 de febrero de 1939, agregaría en el mismo recinto una definición tajante: “no queremos ser ni seremos nunca los esclavos de cualquier ideología que no surja de nuestra tradición eslovaca y de nuestro espíritu cristiano”. He aquí la síntesis de su ideario y de su posición doctrinal: el nacionalismo católico. Ese nacionalismo que es amar y soñar cristianísimamente a la propia patria, y que no pueden entender ahora los adocenados servidores del Nuevo Orden Mundial.

  Conocer por último, que tras el triunfo de los aliados todavía celebrado amén de por sus socios, por algunos sedicentes humanistas- Eslovaquia fue invadida por los rojos, padeciendo desde entonces un doloroso via crucis, cuyas estaciones de angustia y espanto no han arrancado nunca la proverbial furtiva lágrima de los denostadores profesionales de genocidios. Eslovaquia fue invadida; y Monseñor Tiso, capturado como no podía ser menos por la policía norteamericana, acabó entregado a los verdugos de Moscú. Supo entonces de la prisión y de los vejámenes, de los campos de concentración -que olvida la historia oficial escrita en Yalta- y de las torturas físicas y morales. Supo de la crueldad del bolchevismo que había osado desafiar y de la negra alianza entre liberales, marxistas, judíos y masones. Los mismos que ahora resultan objeto de inmerecidos requiebros, y exculpados de una historia que los ha visto como victimarios de cristianos y perseguidores de la Iglesia. Pero supo también el Padre Tiso de la particular asistencia de la gracia. Y se mantuvo varonilmente enhiesto hasta el final, prefiriendo la muerte mártir a la traición que le proponían protagonizar para salvar su vida. La horca pudo ceñir su cuello, pero ya no podía ceñir su corazón. Pudieron dispersar al viento sus cenizas, mas no la unidad de su alma, juntura inamovible de amores esenciales y haz sin fisuras de la contemplación de Dios y de Eslovaquia.

  Doble lección la suya de nacionalismo y de martirio cristiano, de celo sacerdotal y de piedad patria, de pastoreo de la grey y de conducción de los ciudadanos. Y conocer sendas cosas justificaría sobradamente la reedición de este opúsculo que hoy se presenta.

  Sin embargo, posee el mismo para nosotros, el valor especialísimo de haber sido escrito por un argentino que fue capaz de vivir y de caer en el combate en defensa de los mismos altos bienes por los que lidiara y cayera Monseñor Tiso.

  Todo es paradigmático en estas voces de Genta que exaltan la figura del egregio esloveno. Todo es paradigmático, pero a la vez, misteriosamente premonitor. (Y nunca más oportuno recordar que el misterio es diafanidad y lumbre).

  Paradigmática es la alabanza del Varón Justo, como emblema de una genuina política de soberanía física y metafísica aplicada sobre el cuerpo y el alma de la nación.

  La exaltación de la Cristiandad y -por ella- el milagro de la comunión de las patrias, más allá de las diferencias accidentales. El rescate del arte de las definiciones, con las cuales nombrar como cuadra a los réprobos y a los elegidos, a los malditos y a los benditos del tiempo y del espacio. Paradigmáticas las razones -que se elevan en la oratoria de Genta como los arcos de una arquitectura gótica- en virtud de las cuales se enseña que todo hombre de honor debe rechazar el éxito del mundo y homenajear a los grandes derrotados; a aquellos que, a imitación del Señor, han resultado vencidos aquí abajo por no abdicar de las cosas de arriba. “¡Qué deferencia más señalada” -dirá Genta con su acento inconfundible- “ser convocado para honrar a un vencido en la tierra!”. Es el alegato de un hombre superior que ha penetrado en la concavidad más recóndita del secreto del Calvario. La confesión, casi inefable, casi incomunicable, de quien ha visto de cerca la silente victoria del Viernes Santo. Es la inauguración trascendente de la mañana y del gozo, tras la mera inmanencia de la pena y del crepúsculo.

  Pero algo más veía Genta cuando hablaba de su admirado Tiso. Tuvo “un destino envidiable” -proclamaba, delante de sus compatriotas exiliados que lo escuchaban como a un maestro- “porque mereció el triunfo y la gloria del martirio. ¡El martirio, esa buena muerte, esa preciosa e insuperable muerte donde empieza la vida sin muerte!”. Y largos años después, volviendo con fidelidad a rendirle homenaje, insistía con tono impetrante: “permanezco en el mismo lugar en que estaba entonces y espero que la muerte me encuentre, en esa definición católica y nacionalista que profeso, y a la cual he consagrado mi vida”.

  La muerte lo encontró como quería. Y la tuvo “buena, preciosa, envidiable e insuperable”, cual la había descripto hablando de la de Monseñor Tiso. Premonición misteriosa decíamos. O deseo recto y ardiente que se alcanza por merecimientos propios. O inspiración bajo el auxilio de la gracia, si se prefiere.

  De cualquier modo, concurren en Genta los mismos valores, que invitábamos antes a contemplar en el biografiado: el amor a Dios y a la Patria, la ciudadanía del Cielo y de la tierra, la disposición al martirio y el patriotismo militante; el nacionalismo católico para decirlo con las mejores palabras, y por eso, las que más irritan a los tibios.

  Supo escribir Gerado Diego ante un muerto cercano y encomiable, que era “vergüenza vivir cuando los buenos mueren”. Que abajo, quienes quedamos, “cantamos y cortamos las flores del poniente”. Mas “las del alba, tú solo, las cosechas celeste, del jardín de la vida, tras el mar de la muerte”.

  Allí han de estar entonces, ya sin sombras de dudas, en el altísimo prado, Monseñor Tiso y Jordán Bruno Genta cosechando las flores del alba. Unidos en hermandad de sangre, entonando epinicios para Eslovaquia y Argentina. Porque Dios así restituye la gloria a quienes lo sirvieron en vida.

  Nosotros aquí, a despecho de tantas persecuciones e incomprensiones, de tantas soledades y pruebas, queremos continuar el camino que nos trazaron con sus ejemplos. Precisamente porque los tiempos son difíciles, porque los recursos son pocos, porque los desertores abundan y los pusilánimes acechan. Precisamente porque pareciera que está todo perdido y queda por ganar la vida eterna lidiando contra el Maligno. No es mal destino si se sabe ser dócil a las ultimidades de la Historia.

  Nosotros aquí, una vez más. Escuchando -como los soldados de Enrique V en vísperas de San Crispín- la promesa magnífica y certera reservada a los que sean capaces de jugarse sin reservas: sus nombres serán resucitados por el recuerdo viviente de los descendientes, y serán saludados con copas rebosantes. Los que no hayan participado de la contienda se sentirán viles, y los protagonistas -aún tumbados- serán ennoblecidos por el coraje.

  Nosotros aquí, en este cotidiano entrevero de querer recordar y emular a los testigos de la Verdad. Para no sentir “vergüenza” de seguir viviendo. Hasta que la flor del alba -señera, firme, altiva- reverdezca luminosa regada con nuestra propia sangre.




Antonio Caponnetto
Buenos Aires. Noviembre de 1997


Jordán Bruno Genta “Monseñor Tiso. El Gobernante Mártir”. Ed. Santiago Apóstol 1997.

Un especial saludo y agradecimiento a Vladimiro La Torre

Nacionalismo Católico San Juan Bautista