domingo, 31 de julio de 2016

RESEÑA.

RESEÑA.

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NOTICIAS, de ayer, de hoy y de mañana. Federico Miura Seeber. Ed samizdat.2016.
Por Dardo Juan Calderón.

   Ya hemos referido nuestra impresión sobre el autor del libro en el artículo que más abajo precede o… ¿está después? (cosas raras de los blogs).
    Dije – más abajo- que el autor no me es conocido ni frecuentado en sus obras, tuve la mala experiencia de que me lo recomendó un tipo poco recomendable y actuaron mis prejuicios defensivos. Pero luego recibí buenos datos de Don Antonio Caponnetto, del editor de Vórtice y de un consuegro medio loco que tengo, y me puse a leer este, su último libro, y  como ya dije, me gustó más el autor que el libro. O mejor dicho, me gustó mucho casi todo el libro y no tanto los anexos.


   El libro es una recomendación de cuál es la perspectiva desde la que se deben leer las noticias, entendiendo las noticias como lo que “realmente” pasa hoy. Hoy la noticia es la noticia de hoy, que sale en el encabezado y que es todo lo que se ve, digitada por una voluntad vicaria que expresa un interés de hoy y que no tiene ningún compromiso con la coherencia ni la inteligencia, sino con el interés. Para peor, varios intereses se cruzan, compiten, se pelean y llenan el hoy de malos datos, convirtiendo nuestra cabeza en un bodrio que no sabe lo que pasa en ningún lado a pesar de que está enterado de lo que pasa en todos lados. Pero una noticia sólo se entiende si se entiende qué pasaba ayer y qué pasará mañana. Así de simple y así de complicado.

   El hombre moderno sólo tiene para su juicio esta noticia de hoy, sin pasado y sin mañana, porque la noticia de hoy no continúa un “relato” ni va a continuar mañana si no se la sostiene con plata , así que cada día inaugura un nuevo interés que compra el “titular” o la pantalla. Sumado a esto hay que despertar el interés del que compra el medio y medir el “rating” y llenar con algo los espacios vacíos. De la misma manera el hombre moderno inaugura todos los días una forma de pensar, de vestirse, de enfrentar la vida y de juzgar los sucesos que, contra el mismo significado de la palabra, no se suceden sino que ocurren como por magia. El hombre vive su vida por fragmentos cada vez más cortos de tiempo. Los decenios se convierten en años, los años en meses y los meses en días. Carpe diem, hasta que la noción misma del tiempo que nos toca vivir, se diluye.

   Había tenido yo la peregrina idea de que esta “atemporalidad” y esta descomposición de lo histórico en el hombre moderno, fruto del embate publicitario para el que todo lo que importa es el interés hodierno, era un signo de los tiempos finales. Los hombres ya no tienen historia, no tienen padres, no tienen abuelos, no tienen familia, no tienen apellido, no tienen patria y no tienen mujer. Si tienen un Dios, este no tiene nada que ver con todo eso, es un Dios del hoy al que recurrimos en un apuro y con el que no tenemos ninguna obligación adquirida ni futura.

   En esto venía cavilando - cuando agarré el libro - para intentar resolver una paradoja que se me presentaba: la verdadera historia de hoy, ¿es que no hay más historia? ¿Caput, se finie? ¿Debemos recomponer la historia? ¿Podemos recomponer la historia? ¿No somos más “seres con historia”? Y si hay que recurrir a una historia ¿a cuál? Porque una historia es historia si se comparte con un grupo humano, no puedo andar yo con mi historia en medio de un montón de seres atemporales cuya historia comenzó esta mañana y termina esta noche.

   La historia es una “condición” del hombre, externa a él, no propia de su esencia, como la misma geografía (y estamos viendo ya un hombre “sin geografía”), como el piso en el que posa. Algo sobre lo que se asienta y sobre lo que se “explica” en su circunstancialidad y que lo pone en una situación providencial especial y única. Dios me pone en esta historia y desde esta historia espera mi respuesta, única e individual, de salvación o condenación, pero… en estas concretas circunstancias históricas, familiares y sociales. Es por lo mismo, una condición “compartida”, plural. Si nadie en mi derredor tiene historia, lo que hago es sólo literatura, ficción. Y a este efecto, yo comenzaba a llamarle “el fin de la historia”, porque la historia ha cesado de ser la “condición del hombre”, el medio en que se desenvuelve,  y su condición nueva es la circunstancia artificial y confusa que crean cada día los medios masivos de comunicación: la “opinión” y la “moda”, la publicidad. El hombre de este mundo no está bajo una condición histórica, sino bajo una condición publicitaria.

    La salvación es individual, pero “no hay salvación fuera de la Iglesia”, es decir, fuera de una sociedad (no menos de “dos en Mi nombre”); y resulta por tanto imprescindible que esa Iglesia sea una realidad visible y palpable, que yo debo reconocer y donde debo instalarme como miembro activo, para obtener mi salvación. Así que en el contexto anterior, en el mundo moderno, la única historia a la que podía asirme era la de la Iglesia, y que en síntesis, es la Tradición. Pero los hombres de Iglesia hicieron el mismo derrotero desde el Concilio Vaticano II, y comenzó lo que proféticamente Meinvielle llamó la Iglesia de la Publicidad.

   Mi reflexión sobre mis circunstancias, históricas, familiares, sociales, tiene por objeto descubrir dónde está la Iglesia en esa realidad, y “enrolarme” - tomar partido - en favor o en desmedro de las circunstancias; quiere decir, para aceptar o repudiar mi tiempo. Para aceptar o repudiar mi familia, mi patria o mí historia. Esta es la politicidad del hombre y no otra: ser de la Iglesia y bregar porque toda mi realidad entornante, sea de la Iglesia. Y esto lo tenían bien sabido aún los viejos paganos, donde la polis era una realidad religiosa y no sólo eso que hoy llamamos “política” y que se refiere a una técnica de gobierno para un bienestar material y agradable o pacífica convivencia. Si entendemos el anterior concepto - el religioso - pues muchas veces tendremos que ir contra el bienestar material y la agradable convivencia. En suma, sabremos lo que “hay que hacer” y no solamente, un “cómo” sin objetivos finales o con fines naturales.

    Dado lo anteriormente dicho, y para mí (en estado de perplejidad y con gran vergüenza de decirlo), al hombre sólo le queda una historia posible, porque las “historias” ya no inciden y no son nuestras circunstancias, mal que les pese a los que quieren reeditar la “civilización cristiana” o la “hispanidad” o lo que cornos sea, porque estos intentos son sólo bailes de disfraces de unos poquitos en un medio a-histórico. Le queda una Teología de la Historia, que como veremos, es la historia de Cristo, es decir, La Redención, y ya no hay otra “circunstancia”. Lo único que queda como circunstancia posible de ubicación espacio temporal, es La Tradición. Algo de esto nos dice el autor que tratamos y luego veo en un reportaje en “Adelante la Fe” que mucho de esto dice Antonio Caponnetto (y me tranquilizo un poco por la compañía).

    Miura Seeber trata de ponernos en esta circunstancia, avisándonos con una introducción de buena cuna filosófica, que antes de hacer, hay que pensar, y que lo difícil en este vivir fragmentado, es pensar. Que lo que es urgente recomponer es el “pensar”, y que es tal el daño que se ha producido en ese campo, que es bueno dejar de hacer, hasta que podamos pensar (resulta llamativo que hoy es genial lo que ayer era obvio, pero así lo es). Hasta que podamos rearmar nuestras circunstancias dentro de este jaleo desinformante y saber dónde estamos parados. Y a esta tarea se avoca. A rearmar nuestras circunstancias, a repensarlas. Porque el medio moderno nos ha dejado sin la apreciación de ellas por una urgencia en el interés del momento. No tenemos historia, ni familia, ni sociedad, ni Iglesia. Sólo tenemos lo que tenemos hoy, y eso que tenemos es sólo por hoy y no sabemos de dónde viene ni a dónde va, así que es una “tenencia precaria”, en realidad un desamparo, una perplejidad, un enajenamiento. Lo que tenemos de verdad, se asienta en la historia y se proyecta en la historia. Los derechos humanos son un bulo para conformar a los estafados, son derechos que tengo en la medida que el poder me los reconoce hoy y de acuerdo a la interpretación que está de moda, porque los verdaderos derechos son históricos, son familiares, son institucionales, y todos ellos fueron hechos trapo desde la revolución francesa y con esta cantinela.

    Hago un paréntesis. La barbaridad de mi postura, es la de un hombre que está ya casi dispuesto a “tirar por borda” su historia para quedarse con ese hilito de historia casi invisible y que, sin embargo, es la más fuerte de las historias. Miura Seeber no suelta del todo un manojo de herencia humana que a mi ver, lo lastra en su derrotero, pero no se puede por esto impugnar. Es un hombre de amores. (Es muy gráfica para esto la película de Kurosawa “Madadayo”, Cristo mismo lloró su Patria antes de despedirse de todo).

   El autor nos pone en la tarea de reconformar ese “estado de situación”, de ver dónde estamos, y para ello se sube a un atalaya religioso, lo que no puede ser de otra manera. Aprendamos a conocer lo que realmente pasa por medio de una recuperación de la inteligencia y seguidamente (las mejores páginas del libro)  se vuelca en segundo lugar a recomponer la “sensibilidad”. La inteligencia emocional se diría ahora.

    Cuando uno va apurado al banco a cobrar un cheque, conversa al pasar con quien sea, le gana el puesto a un travesti con guiño, charla en la cola con el divorciado tres veces, saluda a un cura apóstata y no mira el negro de las uñas del cajero, y todo esto pasa mientras ocurren dos mil abortos, matan diez monjas en Medio Oriente, una banda de ladrones gobierna el país y las casas matrices del Banco en el que estas, expolian tú misma Nación dejando a tus compatriotas al borde de la prostitución y la mendicidad . Si al final del día repasamos esto, desde una perspectiva cristiana (o mejor dicho evangélica) más nos hubiera valido no cobrar el cheque. La sociedad moderna – o la disociación moderna- nos gana en el trajín del hoy, insensibilizándonos para el mal. Ya no lo percibimos. Pero como decía Chesterton, esto no es nada comparable con que nos insensibilizamos mucho más con el bien. No vemos la pureza, no vemos la humildad, no vemos el sacrificio, no vemos la honestidad, no vemos ni la fe, ni la caridad, ni la esperanza. No vemos ya nada. Nos ponemos a “hacer” y en ello, con la urgencia de cobrar el cheque, no vemos ni con quién nos asociamos, ni lo peor, con quién dejamos de asociarnos.

   ¿Somos perseguidos? Esto es también cuestión de perspectiva ¿Estamos siendo violados o se trata de hacer el amor casual? Cuando se logra esta sensibilidad del bien y del mal, no caben dudas sobre si somos o no perseguidos. Siempre estará a mano de los partidarios del “amor casual” (que se llama solidaridad, espíritu participativo, ganas de hacer y otros eslóganes de súcubos) el argumento de que lo nuestro es exceso de sensibilidad. Y esa sensibilidad, para el autor, surge de la “piedad”. Debemos ser santos, nos dice. Otra genial obviedad. (El asunto Vetus Ordo vs Novus Ordo, surge de esta “sensibilidad inteligente” y no necesita de mucho más).

   ¿Qué ocurre cuando practicamos esta gimnasia de querer ver dónde estamos parados hoy? Desde una perspectiva evangélica. Pues Sodoma queda chica y no entendemos por qué no está lloviendo fuego sobre nuestras cabezas. Pero- se pregunta el autor- ¿esta sensación no la han tenido todos en todas las épocas? ¿No es un exceso de sensibilidad? Y aquí viene el “apocalíptico”. No, esta es una situación inédita, estamos instalados en un mundo “anticristiano”, del “anticristo” y “el fiel debe vivir instalado en este mundo del Anticristo, consciente de que lo es”. Salud.

   ¿Las razones que lo llevan a decir tal cosa? Lean el libro, pero les resumo, entiendan y sientan como cristianos, lo que está pasando como lo vería Cristo,  y si no sienten lo mismo comiencen a preocuparse porque les han efectuado una lobotomía en la cola del banco. Todos los autores serios de los últimos ciento y pico años, creyentes o no, han coincidido en esto. ¿En que tocamos fondo? No, mucho peor - nos dice el autor- “en que no hay fondo”. El hombre “evoluciona” hasta dios, evolución en sí infinita por naturaleza, y que implica caída infinita (por lo menos en su propuesta, nos avisa el autor, ya que el mal tiene su fin decretado). Y ha entrado en el vórtice del huracán - ¿histórico o a-histórico? -  que allí lo lleva. Es vertiginoso. No hay límite alguno. Pero – soy yo el que pregunta-  ¿es histórico? Muchos entienden que no, que ya ha pasado la etapa “histórica”, que el cuete ha dejado su cola que hace de timón y lo que viene es imprevisible. Es el fin de la historia, ya se soltaron las amarras, y en esto coincido con los malos, el “Signo” del fin de la historia más palpable, es que el hombre no tiene más historia.

    Nuestra pobre Argentina tiene pocas glorias, y una de ellas es el libro de Castellani sobre el Apocalipsis. No conozco ninguno mejor hasta ahora. Sin duda esto debía dejar secuelas y Miura Seeber es una de ellas. Claro que es una “maldición”. Para la gente “normal”, de eso no se habla, ni se lo debe leer. Ni qué decir escribir. Es comprar el boleto para el loquero. Retomar el tema es sólo para aquellos que se han declarado más allá del bien y del mal en términos de figuración social y estima académica. Se sisca el autor en este asunto y acomete, con más suerte y menos suerte; pero… quieran que no, si queremos saber qué pasa, resulta impensable prescindir de él. Fue revelado para leerlo, mascarlo y escudriñarlo, y su dato principal, es que la historia tiene un final, y un final que en lo histórico es catastrófico, y en lo religioso victorioso. Y prescindiendo de este dato no podemos entender la historia.

  Ahora bien, hay que tener un gran cuidado con hacer historia, y a la misma vez hacer teología de la historia, porque la teología exige un “total despojo”. Y aquí el autor suele cometer algunas… “amorosas alteraciones”, su puño se crispa todavía sobre algunas “cosas” que ya no son “historia”, sino “su” historia (o podríamos decir, su literatura).

   La historia es la historia del hombre, de los hombres y de sus hechos y motivaciones, de sus sueños y sus concreciones;  y la teología de la historia es el paso de Dios en la historia. Es muy raro verlos andar juntos. Es la historia de Cristo que termina en soledad un día terrible en el monte calvario mientras millones de personas comerciaban, emprendían aventuras, amaban u odiaban, todos desapercibidos de que o que pasaba, era la verdadera Historia.

   En la teología de la historia tenemos tres puntos ciertos donde Dios actúa: creación y pena por el Pecado Original, promesa y cumplimiento de la Redención con Cristo Jesús, y Parusía o segunda vuelta; con ello cierre del curso redentor, y digo “curso redentor”, porque es la Redención en realidad el Hecho que resume todo y sobre el que todo gira. Podríamos agregar que estamos seguros que Cristo obra en la historia en la Misa y por vía de la Liturgia (Opus Dei), y después de ello, de todos estos hechos, nada podemos asegurar de su paso en este mundo. Dios se oculta.

   Esta historia teológica no consiste propiamente en una “batalla” entre Dios y el Demonio, el caco perdió del vamos, pero lo dejan andar suelto por razones que no comprendemos bien. Nadie nos llama a dos bandos en pugna, Dios nos propone asociarnos a su Victoria y el diablo a su derrota (¡¿?!), sí, es así de estúpido.  Dios nos llama desde al amor, y en su ejemplo, desde el “sacrificio” de imitación de Cristo;  y el Demonio desde la confortabilidad de estar derrotado. El diablo desde el engaño - el padre de la mentira – inventa que Dios nos quiere ante todo libres para que nos vayamos al cuerno. Y así, según San Agustín, hay dos ciudades, los que eligieron seguir a Cristo en su vía sacrificial, y los que están conservando y acrecentando su supuesta y confortable libertad, inspirados por el engaño del demonio,  a los que se los ha hecho creer – últimamente- que justamente ese es el mandato de Dios: ser libres para dar en esa libertad la “ofrenda máxima y perfecta”, que es la libertad. Esa es la “hostia” que adoran.

   Esta “historia” se produce en el mundo y podemos asegurar, que su momento clave, es cuando el Diablo – gran cabrón- enchufa la más enorme de las mentiras, que no es el paganismo, no es el ateísmo ni son las herejías, que sólo eran preparatorias del camino para esa final mentira. Sino que es el hombre creyendo que cumple la voluntad de Dios al ser libre, en especial, libre de Dios, y que allí se hace verdaderamente hombre, toma conciencia de sí mismo y culmina el proceso histórico que lo llevó a esta toma de conciencia por un medio dialéctico de oposiciones y síntesis progresivas, para finalmente tener una ofrenda propia que dar a Dios, igual a Él en valía. De allí en más, el hombre no tiene límites, no hay fondo. Pero comprendamos, no hay “dialéctica” ni puja entre estos dos bandos. Dios, Cristo Victorioso, ya ganó la batalla en la Cruz, ya la tenía ganada desde el Principio, y el demonio nos quiere asociar con engaños a su derrota.

   Por otro lado está la historia de los hombres, los de carne y hueso, que libran esta batalla en sus corazones, en sus almas, dentro de cada uno, con momentos de pérdida y de ganancia. Y que en ese transcurso “hacen cosas”, y esas cosas que hacen tienen el sentido que ellos les dan y con el impulso que ellos pueden darles. Son cosas “humanas”. Quieren hacer una estancia, o la vacuna de la polio, o instaurar tal o cual poder en tales o cuales regiones, etc. Esto quiere decir que la historia, no tiene “sentido” en sí misma (la del hombre) sino que tiene tantos sentidos como empresas encaró el hombre y que finalmente todas son bastante estúpidas.

   Desde lo teológico, la historia tiene un sentido, mi salvación o mi condenación. Esta es la única historia de “suspenso”, lo demás está andado en la Redención, hecho de los hechos, que resume toda la historia y que se efectuó y punto.

   Tratar de explicar la historia humana en sus grandes movimientos como bloques de pertenencia a un “bando” – Crístico o demoníaco – es una derivación imposible. Las pugnas de los intereses humanos, casi siempre carecen de la pureza o de la vileza que los haga representar el bien o el mal “completo”. Y la más de las veces, son bastante anodinas en este plano, no siendo anodina la “actitud” en que llevan sus empresas esos hombres, ya sea para salvarse o para condenarse. Lo normal es que en ambos bandos – y salvo raras excepciones- haya salvos y condenados.

   Aquí criticamos una tendencia del autor – contra la que se nota que combate por ciertas prevenciones que hace – de querer descifrar en los hechos humanos estos dos bandos que pujan en el alma. Y más aún, establecer – tácita o involuntariamente - un “sentido” de la historia humana. Esa historia está contenida en un libro con siete sellos que sólo puede abrir Cristo, cuando el tiempo se termine.

  La historia no tiene una “finalidad”, no es un ente con vida propia, todo intento de darle un “sentido” como si fuera un organismo o un espíritu, es un cuento alemán. Sí tiene un “final”, y en gran medida este final se nos anuncia y se nos revela en el Apocalipsis, para que no creamos que la historia acarrea un designio y promueve un destino. No sabemos si Constantino trabajó para el diablo o para Dios, pues si murió hereje todo fue al cuete en él. Podemos estudiar los efectos de la obra política de Constantino y ver que líneas del pensamiento humano y qué corrientes civilizadoras salieron beneficiadas, aun cuando creamos o no que en Ponte Milvio hubo un milagro. Pero de ninguna manera podemos asegurar que Cristo estaba con él y que él encarnaba la voluntad de Cristo, porque desde allí le vamos a hacer responsable a Cristo de cada cosa que Dios nos libre. Cristo hizo la Redención mediante su Pasión, y la renueva en la Misa. Ese es su bando. Con lo demás, no tenemos mucha idea.

    Y aquí vamos al “derivativo amoroso”  más palmario del autor. Es tan caprichoso poner a Hitler del bando del demonio, como del bando de Cristo. A Hitler o al nazismo. Asuntos humanos, a los que podemos juzgar en términos nuestros, pero no en términos de la participación en aquella lucha por el bien y el mal que en la historia, rara vez, repito, se cuaja con evidencia en los bandos que pugnan. ¿Juana de Arco, quizás? Quizá. Pero ojo, porque si Dios quiso que esa historia se diera en Francia, podemos entender que su bando era Francia, y resulta que Francia a los dos minutos traicionaría a Juana y a Dios. ¿Por qué hizo Dios a Juana? Y no queda otra que por su Iglesia, que es Su único bando. Alguna vez lo entenderemos bien.

     Entonces, ¿dónde está el bando de Cristo en la historia? Pues en la Iglesia. Y de lo que se trata de entender cuando entendemos lo que está pasando, es: ¿dónde está la Iglesia? Para tomar bando.

    Una dura dualidad que se traspola desde lo teológico, recorre la obra de este gran hombre, dualidad que vale en un plano, el de nuestra alma individual que lucha entre el bien y el mal, pero que no existe en el plano sobrenatural donde Cristo ya venció, y dualidad que en el plano meramente histórico humano,  rompe con estrépito toda la tarea de olfato del historiador que debe husmear en los intrincados intereses humanos, que son múltiples, caprichosos y donde todos los gatos, suelen ser pardos.

    Miura Seeber pretende salvar al nacionalismo y en especial al nacionalismo alemán por el sólo efecto de saberse buen hombre y estar inclinado en sus simpatías. A él le gustaría que estos hombres hayan sido un momento de esa lucha entre bien y mal. Pero los argumentos se meten a martillazos y en especial, se contradice con sus principios. Es el pensar el que guía el hacer, y una enorme construcción ideológica perversa salió de ese norte, de donde vinieron todos los grandes males de hoy, y fue la que también acunó aquellos movimientos. Si, fueron finalmente un momentáneo dique contrarevolucionario, y nadie quita el mérito ¿pero qué fueron? ¿Qué hubieran sido? No lo sé. No eran Iglesia. Eso sí lo sé. Fue un asunto de hombres y como todos los asuntos de hombres, pudieron servir a uno u otro bando. El demonio es bien amplio, y si se sirvió de los vencedores no es porque ellos eran “su” bando, tenía sobradas puntas tiradas para servirse de los vencidos si las cosas hubieran salido al revés. No es la primera vez que el vencido impone su pensamiento, y el pensamiento moderno nació en aquellos pagos.

   Desde La Vendée en adelante, nos ha tocado estar entre los perdedores y el asunto se nos hace simpático, normalmente los que pierden son los nuestros. Pero no es así. Eso también es una trampa. Lo que pasa es que los que pierden en esta historia, como los pobres frente a los ricos, tienen más posibilidades de entender a Cristo.

   El atalaya al que nos llama el autor es seguro, pero lo que vemos no es lo mismo en los detalles, aunque si en el paisaje general. Por ejemplo, resulta maravillosa su visión de la batalla final, del Armagedón, y es enorme su acierto de que se trata de una batalla “rei-vincatoria” y no “re-vindicatoria”. Me sumo a la charla y aporto algo. Decía un teólogo que tengo cerca, que al final, Cristo vendrá desde su “sitio” en la otra punta del espacio (tiene Cuerpo y ocupa un espacio), develando la forma en que veladamente viene a la Hostia en cada consagración. En este “movimiento” por el espacio, a su paso, todo el universo se irá des-velando y mostrando en todas las cosas la evidencia de Dios que permanecía oculta en ellas. Esto se verá como un fuego, a medida que todos los cuerpos se hagan gloriosos y vayan dando testimonio perfecto del Creador  (Miura Seeber lo ve en las realidades morales, en el matrimonio, en el sacerdocio, en el perfecto orden de las cosas, y ve bien). Pues, toda esa “luz” de verdad, belleza y bondad inefable que se hace “patente” a los hombres del final, resulta una inmensa alegría para los suyos que estaban esperando con impaciencia que Dios hiciera patente a los hombres esa Verdad oculta por la que ellos testimoniaron, perseguidos y burlados,  desde la Fe. Pero a la misma vez, será fuego para los réprobos, un fuego destructor que te hace añicos ante la evidencia de tu error y de tu malicia, un fuego insoportable, en que la espada que se blande – que sale de Su boca Sagrada – no es otra cosa que la Verdad, y que corta en dos al negador impenitente. Una enorme rabia satánica los destruirá con la evidencia de su Verdad y de su Victoria. (Piensen, que si no fuéramos buenos, las ganas que tendríamos de decir ¡te lo dije pelandrún! ¡Y vos me hacías pito catalán y yo estaba viendo visiones! ¡Tomá pa vos!). Rei-vindicación, exactamente.

   Son muchos y enormes los aciertos de este libro, psicológicos, teológicos, espirituales, morales. Pero en historia…

   Pasemos al hoy. ¿Qué pasa hoy? El autor ve pasar unas cosas y hace una apuesta que hace encajar con el Apocalipsis. Está en todo su derecho. A mí no me cuadra. La futura alianza judeo-musulmana (que es verdad que siempre fue una alianza en el origen de sus ideas, y que algo parecido – aunque me rete- pasaba con las facciones que se enfrentaron en la Segunda Guerra) y la invasión a al mundo occidental, la Gran Prostituta. No me dan los números, y yo tengo otra, pero tan válida como la de él.

   Por fin, llegamos a Francisco, el apóstata anti-papa, usurpador, que deja por propia y tácita renuncia vacante la sede papal, que no está vacante porque está Benedicto (eso entendí) y que inicia la Gran Apostasía. Loas a Ratzinger, que no hizo una renuncia tácita, sino expresa. Pero sin embargo la que vale es la tácita. Lo cierto es que esto no me cuadra por ningún lado. Las razones que se dan para fundar la apostasía de Francisco, están presentes en todos los Papas conciliares, Benedicto se salva por ser alemán (me estoy pasando) y porque para Miura Seeber es más difícil ver el mal que se produce en una ordenada universidad alemana, y más fácil el que se produce en un quilombo de Flores. ¡Es mucho más quilombo la ordenada universidad alemana! Ratzinger fue el gestor – en sana compañía- de todo este desastre; fue ideólogo del Concilio; fue vigilante de su aplicación; el promotor de la excomunión de la reacción tradicional; el que cuando vio que no moría la quiso seducir, y por fin, renunció expresamente para manejar los tiempos que amañaban la elección de este sochantre. Está bien que el chancho es asqueroso, pero ¡y el que le da de comer! En Panorama andaban a los gritos de ¡horror! en la elección… ¡pero si el mayor horror era la renuncia anterior!, ¡caracho! Esto es viejo como el mundo, hay cien mil antecedentes históricos.

   Realmente no me enojo por asuntos de antes o de después, hoy estamos en la misma y bienvenidos sean. Pero esta NOTICIA de la “apostasía” era vieja. Y no me hago el vivo porque la vi a los veinte años del Concilio, y Lefebvre la vio en el mismo momento, y Calmel veinte años antes. Lo que me asusta es que con este Papa, caigan en el sedevacantismo, cuando la situación es la misma.

    Cuando una noticia llega tarde, el peso de toda esa “sensibilidad” del mal y del bien, que tan bien nos reclama el autor, y que se venía demorando por razones varias, llega más de golpe, con el acumulado de los años en que estuviste sin ver, y el porrazo es tremendo. Y esto le está ocurriendo a muchos hoy día. Repito, compartimos el atalaya, y yo un peldaño abajo, pero varios años antes. No pretendo que la antigüedad me dé la punta (ya me han reclamado por esto, y soy el primero en reconocer que no es por mis méritos, aunque lo que se hereda no se hurta), eso es cuestión de capacidades y Miura Seeber demuestra tenerlas. Cuando se ve, hay que rebobinar desde lo más lejos posible, como lo hace Caponnetto, y verla desde el principio de nuevo.

   Y me dejo de embromar no sin antes reiterar mis dos quejas. La historia es engañosa, es cosa de hombres, Tomás Molnar decía que pasado un tiempo, recién nos percibimos que era más gravoso e incidente como mero hecho histórico humano, el abandono del latín en la liturgia y en los estudios, que la segunda guerra mundial. Y segundo, el mal fue el Concilio, donde permanecieron los dogmas vaciados una vez que la filosofía alemana estableció que un dogma es un cuento chino; filosofía alemana que Ratzinger convirtió en la filosofía oficial de la Iglesia en reemplazo del tomismo. Francisco es un peldaño grosero en la bajada que impulsa esa filosofía. Los homosexuales que hoy salen del placar, se fabricaron y ordenaron hace veinte años. Los matrimonios nulos que hoy se declaran, fueron celebrados con nulidades hace veinte años. Hay más orden en un quilombo de Flores y son más coherentes y piadosas sus regentas, que un profesor de teología de Tubinga. Salgan del encierro sedevacantista al que están yendo sólo por asco; es falta de sensibilidad, hay que asquearse más por los universitarios.


   Vale la pena Miura Seeber. Ahora agarro otro de sus libros. Pero finalmente nos deja en ascuas sobre la pregunta esencial ¿Dónde está hoy la Iglesia? Que para eso leíamos las noticias. Y eso se responde mirando dónde viene Cristo hoy a la historia: en la Misa y por la Liturgia. Es la Consagración un Armagedón que ya veremos resplandecer glorioso en su hora pero que ven cada domingo los que saben ver. El día final es una Misa, y ya que estamos atrevidos y profetizando, ocurrirá un Junio (así dice Santo Tomás), por el llamado de un Sacerdote con las palabras de la Consagración (digo yo). Me imagino un curita viejo, perseguido, achacoso, en el último lugar del mundo, que al decir lentamente - en el tiempo que Cristo recorre y glorifica todo el espacio creado - “Hoc est enim corpus meum”,  un día de Junio… ¡¡¡¡Ppfffffiuuuu Cataplum!!!!  Y se encontrará a Cristo Glorioso sobre el Altar y sus dedos agarrando la túnica (¿le dará risa?).(No sé dónde poner el caballo, pero que lindo que me lo preste una vuelta. Por la alzada, grueso de cañas y orejas que muestra la tapa del libro, es un criollo argentino, y eso es verdad de fe. Que no vengan los carlistas maturrangos a objetar, que aquello “ya fue” irremediablemente, y el flete criollo argentino, entró en la historia sagrada).