martes, 17 de mayo de 2016

Te juro, araña, ¡que no me extraña…! por Jacinto Chiclana

Te juro, araña, ¡que no me extraña…!

catedral tomada x madres
Sin remordimiento, me atrevo a confesar que no fui parte de la muchedumbre enfervorizada que tiraba papelitos como enajenados, cuando el otrora vapuleado Cardenal Bergoglio fue anunciado por aquel Cardenal anciano y de temblorosa voz, como el nuevo Papa, factotum absoluto de la Iglesia Apostólica, nuevo guía espiritual de miles de millones de feligreses (entre los que no me encuentro, gracias a Dios) y Santo Padre de todos los cristianos. Sería muy hipócrita negar que sentí felicidad ante su nombramiento; no fue sólo por ese regusto especial que sentimos casi todos los nacidos en estas latitudes por aquello que llamamos “las cosas nuestras” y, debo admitirlo, por estar englobado en alguna medida entre los que piensan que no hay nada mejor en el mundo que un argentino y que nos las sabemos todas.


Pero diría, sin temor a ser exagerado, que gran parte de mi alegría era porque, al parecer, el advenimiento de Jorge Bergoglio como nuevo Papa era para muchos integrantes de la banda de piratas del asfalto que dejó el gobierno hace muy poco y que hoy tiene a muchos de sus acólitos realizando visitas guiadas a los tribunales de Comodoro Py, un gran, amarillento, doloroso y purulento forúnculo en el medio del cachete izquierdo, imparable en su irremediable crecimiento y resistente a ultranza a los calientes emplastos de Palam Palam y ungüento sin sal.
Era un inmenso placer verles las caras de estupefacción e incredulidad, al comprobar que aquel, al que habían ninguneado durante años y años, insultado, calumniado y acusado de poco menos que oficial de enlace del fascismo nacional e internacional, accedía a la más alta jerarquía de la Iglesia Católica.
Aunque los argentinos padecemos del síndrome de la amnesia selectiva y en adoraciones y condenas somos más tilingos que ningún otro terráqueo, ¿cómo olvidar las frases llenas de rencor y odio indisimulado de la abuela cheta de blancos cabellos y las directas diatribas y asquerosidades propaladas por la pútrida boca de la pañueluda, instaurada por el jefe de la banda como madre putativa de todos los argentinos (que te recontra…!!).
¿Cómo hacemos para soslayar el paper envenenado enviado por manos oficiosas al Vaticano días antes de la fumata, (por si las moscas, Dios no lo permita…!!) conectando al peronista Bergoglio con supuestas delaciones y colaboraciones con la dictadura (supuestamente amigo de todos y cada uno de los militares de aquellas épocas, para los chochamus de la banda, emparentados con Lucifer, excepto cuando “ellos” se fotografiaban con ellos, arrimados al poder que detentaban y realizaban cursos acelerados de obsecuencia y chupadas de medias y otras prendas más olorosas).
Poco a poco, reafirmando que somos más cambiantes que veletas en medio de un tornado, el odiado y ninguneado Bergoglio se fue transformando en un referente al que había que visitar y, sin mucho esfuerzo, arrancarle una sonrisa y una foto o regalarle boludeces bajo la fulgurante luz de los flashes.
No faltó personaje que se preciara de la banda de piratas salteadores de caminos que no fuera hasta Roma a contemporizar con el abierto y campechano vicario de Cristo.
Unos más y otros menos, eran recibidos con grandes gestos de amistad y sonrisas al por mayor.
Muchos de ellos, lejos del protocolo, invitados a Santa Marta, considerada la casa de Francisco.
Bandoleros confesos, machistas empedernidos, patoteros sin honra ni valor genuino, ratas de albañal con domicilio vecino al de Bob Esponja, truchadores de papeles de autos para escamotearlo a ex esposas, chorros redomados de baja calaña, putañeros inmorales que rezuman ordinariez e inmoralidad, operadores subterráneos, enviados especiales con truchas credenciales y toda una pléyade de impresentables e “impresentablas”, no se privaron de ir a ver a Franciscus y posar sonrientes con bonachona expresión de ambas partes.
El viejo Jorge, hoy devenido en el infalible Franciscus, no trepidó en mantener un muy especial enlace muy selectivo con sus compatriotas y no sólo se acordó de Cacho Castaña pasando un mal momento de salud, sino que además le envió un bendecido por sus propias manos rosario a una delincuente presa, acusada de quedarse con ingentes sumas de dinero destinadas supuestamente a construir viviendas para los indigentes de su provincia.
El nuevo Papa, argentino al fin, reparte caprichosamente sus atenciones y, afectado por aquella amnesia que nos caracteriza, olvida pecados y absuelve a pecadores, aunque, como nuestra justicia, lo hace con los dos ojos descubiertos, eligiendo muy bien a quién y cuándo, demostrando fehacientemente que podrá seguir usando los proletarios Gomicuer de color negro, pero de aquel Jorge, sólo le queda el nombre en el viejo DNI que duerme en algún oscuro cajón de un olvidado mueble de Santa Marta.
Ahora, casi en ciernes del momento del apretado abrazo y la sonrisa estilo Kolinos que les negó a algunos, tendrá un hermoso encuentro con aquella misma vieja sucia que alfombró con cheques voladores el país, que “perdió” millones de pesos que eran de todos nosotros y que envió a sus sucias huestes a defecar detrás mismo del mausoleo del Libertador, cagándose en nuestra historia, en la religión y en el mismo ex Cardenal al que ahora dice respetar.
Esa misma deslenguada que le deseaba la peor de las muertes y que reparte sus “hijo de puta” generosamente, será recibida por este señor que se viste de blanco y derrama bondad a derecha e izquierda.
Mientras tanto, hoy mismo nos enterábamos en esta peculiar Argentina que el tata Dios pobló con nosotros, que Margarita Barrientos, habiendo vencido su temor a volar, viajó a Roma para verlo. Aunque en lugar de una pistola sobre su escritorio, como el taita de tres por cinco de Moreno, Margarita sólo porta un gran cucharón con el que hace la comida para cientos de pibes olvidados por el estado, no fue recibida por su santidad.
Jorge Bergoglio, Franciscus, el de la sonrisa amplia y el abrazo generoso, no le dio ni cinco de pelota.
Parece que estaba muy ocupado.
Pero esa araña… no me extraña…!
A lo largo de muchos años vividos en esta querida Argentina que Dios nos dio, al parecer para que la saqueáramos hasta el paroxismo, ya nada me extraña.
Es que, salvo honrosas excepciones para las que alcanzarían los dedos de unas diez o veinte manos para contarlas, los Favaloros, los Illia, los Frondizi, los Alfonsín y otros pocos más para circunscribirnos a los tiempos modernos y sin olvidar otros ejemplos de nuestra historia que ni hace falta nombrar, los hombres públicos inmaculados ni abundan ni se consiguen fácilmente en el shopping.
Uno los ve brillantes, con una luz que parece propia, que encandila por su intensidad, trasuntando una bondad rayana en la santidad, llenos de estoicismo y renunciamiento.
Los ves y los escuchás y es como que se te prende el alma.
Los observás en medio de la gente que quiere tocarlos y te decís: “Puta, ¡cuánta sabiduría…!”
Pero como si al pasar, te ponés a jugar con la uña del dedo índice, rascando la pintura esplendorosa de esa inmaculada imagen que te fascina, no te suicides con una sobredosis de Aspirineta, si de pronto ves que bajo aquella hermosa pátina dorada, comenzás a vislumbrar la herrumbre terrenal que ataca todas las cosas.
El hollín que corrompe, el efecto de esa invencible lluvia ácida que termina degradando la pintura.
La lejía decapante que horada las superficies brillantes, dejando traslucir la verdadera esencia.
En fin, ves con sorpresa y desilusión que no es oro todo lo que reluce.
No, viejo.
No te flageles con una varilla de hierro al rojo si ves que finalmente lo acucian las mismas pasiones que a vos o que a cualquier otro mortal que deambula por este mundo.
No hace falta que te inmoles, atragantado por la decepción y el engaño.
Y, aunque te parezca que no rima o que está mas desconectado con el tema, que la vida sexual de la Mantis Religiosa, cuando vayas a comprar pescado, fijate bien que le brillen los ojos porque está fresco y no porque se los pintaron con barniz marino….!
No te dejes engañar por la luz roja del exhibidor de la carnicería para disfrazar la carne negra por haber envejecido largamente en la heladera.
Que no nos encajen más las bolitas de colores como si fueran diamantes.
Son de vidrio, pibe.
Del mismo vidrio molido de viejas botellas.
Cronica-bonafini