sábado, 23 de abril de 2016

REVISTA CABILDO Nº50- MES DE SEPTIEMBRE DE 2005- MIRANDO PASAR LOS HECHOS- por Víctor Eduardo ORDÓÑEZ- Todas las Leyes son Burladas

 Publicado por Revista Cabildo Nº50
Mes de Septiembre de 2005-3era.Época
REVISTA CABILDO Nº50-
MES DE SEPTIEMBRE DE 2005-
MIRANDO PASAR LOS HECHOS-
por Víctor Eduardo ORDÓÑEZ-
Todas las Leyes son Burladas

Reino Dividido
Podemos preguntarnos, aunque no obtengamos respuesta, qué se propone el gobierno montonero con esa actitud sistemática —suspendida eventualmente según conveniencias electorales— de tolerar y permitir los desbordes que se vienen registrando en todo el país a cargo de grupos más o menos organizados que, además, tienen el desparpajo de anunciarlos con días de anticipación. No se trata solamente de las fastidiosas actividades de los piqueteros que se dedican a interrumpir la circulación por calles y rutas; ya se está llegando más lejos al punto que es habitual y frecuente que se desconozca abiertamente las normas legales más básicas como las que prohiben la ocupación de lugares públicos.

Pero además, recordemos, está la astucia especulativa que consiste en la toma, clandestina o no, de tierras fiscales, que prologan la realización de formidables negocios inmobiliarios cuyos empresarios y beneficiarios se ocultan pero permanecen cerca del poder. En fin, ¿por qué se permiten estos esperpentos tipo Castells y demás profesionales de la transgresión legal?
Es evidente que desde el gobierno se procura ahora instalar en la sociedad un ritmo de violencia, un estilo de confrontación permanente, una tensión siempre abierta de modo que las diferencias no sean nunca superadas ni los problemas resueltos. Se quiere que hayan vencedores y vencidos, agresores y agredidos, inocentes y culpables.
Se quiere una sociedad dividida para que el Estado montonero acuda mesiánicamente y aplique sus "soluciones". Se quiere, en definitiva, completar el daño del liberalismo democrático con un progresismo revolucionario que se abra a todas las posibilidades de la antinaturaleza y de la libertad más honda y desquiciada.

Esquizofrenia
Se podría decir —para decir lo menos— que el actual es un gobierno esquizofrénico, en cuanto recurre constante y sistemáticamente al doble discurso. Por estos días ha llevado tal práctica a extremos que, en otros hombres, provocarían sonrojo y, quizá, algo más de disimulo. Para poner unejemplo véase cómo simultáneamente los Fernández denuestan a los piqueteros izquierdistas (en rigor lo son todos) y el presidente Kirchner —con sugestiva tardanza— reclama a los fiscales que hagan algo contra los pequeños partidos de la misma tendencia que se manifestaron en contra. Pero mientras tanto, el Poder Ejecutivo, que está autorizado y obligado a poner fin y reprimir sus ya habituales excesos, no sólo los contempla con cómplice parsimonia desde que comenzaron a actuar, sino que instruye a las fuerzas de seguridad para que adopten una actitud pasiva, instrucciones éstas que son estrictas: a los cortacalles profesionales no se los puede castigar, ni siquiera apercibir; a lo más se ha de actuar de tal modo que las molestias que causan sean reducidas, pero sin coartar la libertad de estos alegres desocupados a delinquir y a practicar una gimnasia prerrevolucionaria que, momento a momento, pasa de retórica y deja ver su idiosincrasia tan similar a la de los 70. Una de dos: o el gobierno toma conciencia de la bomba de tiempo que está montando o permitiendo en la base de la convivencia y se decide, en consecuencia, a terminar con ese margen de impunidad que él mismo les acordó a esas verdaderas fuerzas de choque que pretende administrar —para lo que está legalmente habilitado— o les entrega, como lo viene haciendo, las calles y las rutas a ese lumpen organizado y bien rentado al que en definitiva financia. O se asienta en esas pequeñas multitudes barulleras o las combate, pero no convive con ellas ni gobierna para ellas, ni les crea un marco jurídico privilegiado.

El Cardenal
El Cardenal Bergoglio no pasará a la historia como modelo de prudencia ni de ortodoxia. No contento con haber encabezado la marcha de los Montoneros que, en una trágica simbología, trasladaron los restos del Padre Mujica (muerto en circunstancias nunca aclaradas) de un cementerio "paquete" a otro más popular (con lo que implícitamente aceptó una variable macabra de la lucha de clases) ahora se propuso hacer de cinco sacerdotes terroristas o prototerroristas, santos; y hasta consentir que se bendiga e inaugure un monumento a su memoria, emplazado en la parroquia San Patricio. Su imaginación corre más veloz que su sentido común y que su recato sacerdotal. Porque él sabe (por más que haya olvidado su eclesiología) que los palotinos, caídos en la guerra desatada por los terroristas marxistas, no han muerto por Cristo —condición esencial para ser mártires— sino por la Revolución y, tal vez, invocando al "Che"; de manera que sus candidatos al honor de los altares no han reunido ni en su vida ni en su muerte las virtudes necesarias.
¿Por qué el Cardenal intenta volver atrás los tiempos y resucitar esos años horrorosos, y no para condenarlos sino para reivindicar a sus peores protagonistas, como eran estos religiosos caídos por actuar junto a criminales marxistas? ¿Hay algún cálculo detrás de esta maniobra que calificaríamos, no sólo de mendaz sino de blasfema, para recomponer las relaciones con el gobierno igualmente montonero? (puesto que no se le escapará al purpurado que con estas actitudes contribuye a la labor reivindicatoria de aquella violencia).
 Pero el Cardenal hizo todavía algo más concreto y penoso. Se las ingenió para que dos reconocidas activistas terroristas, Esther Ballestrino y María Ponce de Bianco, recibieran recíprocas cristianas sepulturas en terrenos de la Iglesia de la Santa Cruz, cuyo párroco —Bernardo Hughes, conocido cura progresista pero no tonto— no se hubiera animado a llegar a tanto sin contar con la aprobación y aún la complacencia del titular de la diócesis,

precisamente el Cardenal Bergoglio.
Fue una excepción a una norma municipal que prohibe enterrar fuera de los cementerios habilitados; pero no es de extrañar que se haya producido un entendimiento entre el poder temporal —Ibarra— y el religioso (?) -Bergoglio— porque no son pocas las afinidades que mantienen.
Para que el aquelarre fuera completo se dieron cita en la no demasiado pía ocasión —convocada por el P. Hughes, sacerdote tercermundista declarado y apoyador público de otra ex terrorista y actual abortista Alicia Pierini— una serie de madres, tías y abuelas de desaparecidos (desaparecidos, en todo caso, después de haber cometido sus fechorías), Carlos Julia representante argentino en el Foro marxista o neomarxista de San Pablo, el mismísimo Víctor Heredia que, guitarra en mano, entonó no creemos que un coral de Bach sino algunas de sus pueriles canciones de protesta bajo la bendición de otro cura que se las trae, Carlos Saracini. No faltó tampoco el amanerado Premio Nobel Pérez Esquivel, orador sagrado de esta nueva iglesia que*se está incubando en Buenos Aires bajo los auspicios de su ordinario Bergoglio. El templo se llenó, y tan tétrica y blasfema ceremonia mereció la exaltación del Boletín Oficial "Página 12". No estuvieron ausentes los dislates y los tremendismos propios de esta literatura postsubversiva. Hughes, por ejemplo, se despachó diciendo que "ayer (a las Madres) se las vio como locas — ¿de amor, quizá?" Se le olvidó que una de esas madres locas de amor deseó fervorosamente que Juan Pablo, al que calificó de cerdo, se quemara para siempre en el infierno.
Hay que comprender que toda esta parafernalia montada bajo la mirada misericordiosa del primado argentino va más allá de las palabras e, incluso, de su simbología. Significa exactamente una adhesión explícita al terrorismo, al asesinato, al secuestro, a la guerra instalada en lugar de la política. Los católicos tenemos el derecho de solicitar de este descendiente de los apóstoles que se pronuncie acerca de si está a favor de ese terrorismo que ahora vuelve desde el poder que no pudo conquistar por las armas. Y hasta dónde está dispuesto a llegar con su amor incontrolable.
Y también nos preguntamos si alguna vez recordará a los caídos por la otra causa, la de la represión como él probablemente guste llamarla.
¡Lo que nos faltaba: una Iglesia tuerta y cómplice, bendiciendo el baño de sangre en el que los Hijos y los Nietos nos hundieron! Por favor, Eminencia, háblenos claro, decentemente, cristianamente; al fin y al cabo y a pesar de sí mismo, continúa siendo nuestro pastor: ¿la subversión marxista era buena y legítima al punto que produjo mártires y no así los que resistieron como Genta y Sacheri, a los que Usted nunca recordó ni recuerda?

Insultador oficialista
El gobierno mandó por delante a su empleado Luis D'Elía para que agreda frontalmente a su amigo-enemigo Eduardo Duhalde. El asaltante de comisarías actualizó las viejas acusaciones de traficante de drogas contra el indefendible Duhalde, pero citado por un fiscal a dar razón de sus dichos, optó otra vez por refugiarse en sus elásticos fueros de diputado provincial; y "llegó a un acuerdo" para contestar por escrito, lo que le da más margen para el macaneo libre, cosa que le viene muy bien teniendo en cuenta sus limitaciones intelectuales.
No sabemos en que terminará este nuevo paso de comedia que, en realidad, integra la tragedia política argentina. Por supuesto no fue coincidencia que el piquetero sea atacado por pruritos morales •—él, nada menos— justo en plena campaña electoral y que haya esperado a este momento para hacer sus acusaciones alegando, es de suponer, pruebas que tiene desde hace tiempo. Nuestros politicastros manejan los ritmos éticos a su antojo y suben o bajan sus decibeles según las circunstancias. Nos animamos a apostar que todo quedará en nada.

Compañeros de ruta... cortada
Al pasar, no pueden dejar de llamar nuestra divertida atención las denuncias que hace Kirchner en un tono propio de otro planeta. Se ha burlado, no sin razón, de los partidos de izquierda que alientan los movimientos piquteros, cuya fuerza y representación empieza y termina en esas lúdicas manifestaciones destinadas a fastidiar en especial a los porteños, cuyos accesos viales y plazas públicas ensucian con prolija asquerosidad. Hace bien en decirlo, pero tales palabras pierden sinceridad y sentido en boca de quien no hace mucho los alentaba y en su momento, en un solemne foro internacional, se declaró "hijo de las Madres". Pero ¿dónde ubica a sus putativas progenitoras? ¿Las ve, acaso, como conservadoras? Cuando reivindican a grito pelado a sus criminales vastagos —no todos desaparecidos— ¿no sospecha el presidente que difícilmente se las puede ubicar a la derecha, puesto que pertenecen a la más rabiosa y sanguinaria izquierda? ¿No advirtió que esos "pequeños partidos" de la siniestra, a los que acaba de descubrir detrás de los revoltosos callejeros ya habituales de este nuevo folclore que trajo, comparten con él y sus tardíos terroristas la misma admiración e idéntica compatibilidad con aquellos asesinos de los '70?
Concretamente ¿en qué se diferencia el presidente de sus camaradas de ruta? Tanta hipocresía hace de Kirchner y de sus Fernández habitantes naturales del octavo círculo del Dante, condenados a pasearse con sus pesadas capas de plomo ardiendo.

Perversa obsesión
¡Qué baja será la vida partidocrática argentina que otra vez nos someten, como hace dos años, a la perversa opción entre lo pésimo y lo peor! Ahora pretenden obligarnos a votar entre un Kirchner atropellador —dispuesto a no perder la oportunidad que el azar le puso en las manos (aumentar un poder que no tiene)— y un Duhalde, obligado a defender los restos de su maquinaria clientelística.
 Pero la perversidad del sistema no se detiene allí. En la Capital se disputan los cargos de diputados nacionales el nunca difunto Domingo Cavallo y la. siempre exhibida Moría Casan; aquél ahora renunciante, hizo de sus intereses y errores un programa —que tiene la desvergüenza de proponer— y ésta hace otro tanto pero de sus vicios recolectados en sus turbulentas noches.
Sus antecedentes: aquél se prófugo a Estados Unidos durante tres años y ésta viene de los teatros de revistas. Sus nombres y sus recuerdos constituyen una ofensa para la ciudadanía porteña. Pero sirven para poner blanco sobre negro que más bajo la calidad humana de la política no puede caer, aunque el número de votos que consigan servirá para medir, de paso, la del pueblo.

Maccarone
No valdría la pena hablar del caso de Maccarone, arrastrado en la vorágine de sus propios y peores apetitos. Pero creemos que es nuestro deber y derecho hacer una referencia no a la conducta del desdichado sacerdote sino a la de sus pares del episcopado.
Está bien que hayan expresado su dolor —suponemos que sincero— por el horrendo pecado, pero está pésimo, en cambio, que, sabiéndolo desde un principio, hayan permitido que llegara a la titularidad de una diócesis con ofensa grave para sus feligreses y, según dicen, preparándolo para la segunda en importancia. ¿Por qué haberlo aceptado en la jerarquía, por qué haberle permitido que siguiera ejerciendo su ministerio pastoral si no estaba en condiciones éticas ni humanas de hacerlo?
¿Cómo es esto posible en nuestra Iglesia? Obispos que se desgarran sus púrpuras vestiduras porque la línea de desempleo no baja y disimulan que uno de los suyos —sugestivamente teólogo progresista de nota— ha cometido una de esas faltas de las que San Pablo abominaba sin permitir siquiera que se las mencionara entre cristianos.
Por lo demás es tan increíble como doloroso "que los Ordinarios (hoy más que nunca) que pueblan la Iglesia en la Argentina se preocupen más —o exclusivamente— de la imagen del epíscopado caído que por la falta cometida y por la sanción que merece. Discreto y caritativo ha sido el Vaticano al procurar el retiro del horrible pastor: actuó con la evangélica sensatez que se requería; en cambio, la Conferencia argentina redujo sórdidamente la cuestión a su circunstancia política, desviando la atención de la feligresía y la propia del centro moral. Los que callan o distraen o descentralizan el enfoque, disolviendo el pecado (que de eso y solamente de eso se trata) en una coyuntura insignificante, son cómplices del pecador.
Sépanlo: no interesa tanto la privacidad de una persona como la ofensa a Dios. Los Obispos deberían estar siempre a Su servicio, que es la verdadera caridad, y no al del mundo, ese mundo por el que Cristo no oró. Disimulando la falta no se lo salva sino que se lo engaña, dejándolo abandonado en su barro. Y esta sí que es la peor falta de caridad.

El Garrahan
Los desórdenes no sólo prosiguen sino que se multiplican y agravan. Lo del Hospital Garrahan, aunque pretendan disimularlo, con sus paros intempestivos y sus incumplimientos, crean riesgos certísimos para la salud y aún para la vida de los pequeños enfermos, sin contar con las molestias que deben sufrir sus padres; lo cual, dicho sea de paso, pone a la intemperie la verdadera índole "humanista" de los progresistas que supimos conseguir. Los mismos que claman y reclaman por los derechos humanos de los terroristas de treinta años atrás son los mismos que ahora descuidan —en virtud de pedidos que todos saben que son excesivos— los de los chicos que no provienen, precisamente, de los sectores más ricos de la sociedad.
Los progresistas agrupados en la ATE —desesperados por conseguir un lugar bajo el sol— incurren, ellos más que ninguno, en crímenes de lesa humanidad por los cuales —con una justicia más decente y con un poder político más coherente— deberían ser sancionados con la idéntica severidad (por no decir ferocidad) con que lo son los militares que libraron la guerra revolucionaria desencadenada entonces por éstos mismos o por sus antepasados, cuya memoria y cuyos métodos ellos reivindican.
 
Pitroleros y afines
Hasta cierto punto se comprende que los Pitrola y demás secuaces piqueteros vuelvan a recurrir a aquellos procedimientos que ya atormentaron a los argentinos de los años '70 (por lo que se ve, de frágil memoria), necesitados como están de asegurar su presencia en los medios y de ejecutar esa gimnasia de violencia o de semiviolencia que mantenga abierta la posibilidad de un rebrote armado al cual no han renunciado.
Pero lo que sí resulta inadmisible es la pasividad y la parodia del gobierno que, un poco escamado —y, quizá, un poco atemorizado— por estos abusos que amenazan con escapársele de las manos, con timidez empezó a reaccionar, por ahora verbalmente; permitiendo, sin embargo, que los desórdenes continúen y que la ley se siga incumpliendo a su vista y paciencia. Contradicción ésta no fácil de explicar, aunque se podría arriesgar una interpretación, ya que, al fin y al cabo, ambos — los piqueteros y los gobernantes— provienen de una misma cuna, se inspiran en idénticos objetivos y responden a iguales prejuicios.
En el fondo hasta se puede sospechar que al gobierno no le molesta demasiado que los piqueteros —con los que tiene vasos comunicantes más o menos confesos— hagan lo que hacen, interrumpir el tránsito, arruinar comercios, fastidiar al ciudadano común, blasfemar con sus intestinos los más augustos e históricos lugares patrios. Pero ¿se le puede pedir a esta hez surgida del subsuelo que tengan conciencia de lo sacral y de lo patrio o, por lo menos, noción del respeto debido a lo ajeno y ni siquiera del buen gusto mínimo que las peores multitudes que se convocaron en la Argentina tuvieron en su momento?
¿Se puede esperar algo así de quienes no vacilan —como en el precitado caso del Garrahan— en abandonar a los enfermos para pedir que les sigan aumentando sueldos que están entre los mejores que se pagan en el país?
Pero la socialdemocracia de Kirchner se ha topado, en el ejercicio del poder, con la realidad. A pesar de su miopía y de su torpeza, de alguna mañera ha comprendido que la situación no se puede prolongar por mucho más tiempo y, menos en estos días electorales. Podría llegar hasta a ser inútil su campaña a favor de la candidatura de su mujer por toda la provincia de Buenos Aires, llevando dinero público y prometiendo obras, la mayoría de las cuales terminarán en el archivo de la memoria.
Este choque con la realidad —que se traduce en el fastidio colectivo y en mil inconvenientes mensurables— lo pudo despertar al Gobierno que empezó, como es su táctica habitual, por echarles la culpa a otros, a los jueces y fiseales, abdicando de sus propios deberes y facultades. Pero el hecho es que se registra un principio de reacción, más impulsado por el miedo de mal aprendiz de brujo que por atención al bien común, que es el más lesionado en estas emergencias.
El primer magistrado se encuentra ante varios factores en conflicto que no podrá conciliar. Uno es el constituido por estos revoltosos que, en prosecución del talante desatado en la década añorada del '70, mantienen el encono y la diatriba permanente funcionando como nuevo operador político en ausencia de los partidos, debilitados al máximo o ya en extinción franca. Otro es el peligro de ir perdiendo en forma cada vez más acelerada la soberanía concreta que se fue transmitiendo de hecho del Estado a estas bandas semiarmadas que, desde sus orígenes, hacen burla de la ley y del prójimo. •