sábado, 27 de febrero de 2016

A 70 años del triunfo electoral del dictador Perón. Por Nicolás Márquez

 

A 70 años del triunfo electoral del dictador Perón. Por Nicolás Márquez

El peronismo, desde el punto de vista partidario, nació siendo un aparato muy heterogéneo e impreciso (defecto del que nunca logró despojarse) y en noviembre de 1945 eran distintos los segmentos que podían identificarse en la estructura de apoyo político, los cuales -para simplificar- los dividiremos en tres sectores.
Por un lado, el candidato Juan Perón (representante del oficialismo encarnado en la dictadura militar del GOU) contaba con el respaldo de un núcleo reducido pero duro, que era la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), sector violento y extremo que tras algunas cavilaciones se sumó de lleno a militar en el peronismo: “entre noviembre de 1945 y febrero del siguiente la actividad de difusión y de acción directa la tuvo (a la Alianza Libertadora Nacionalista) en un permanente estado de movilización, quizás proporcionalmente mayor al que podían exhibir los partidos y sectores que proclamaban a Perón”[1] refiere Hernán Capizzano, historiador apologista de la ALN.


En segundo lugar, identificamos entre las apoyaturas a Perón a un segmento de adherentes inorgánicos o dispersos tales como lo fueron algunos ex radicales que se habían agrupado bajo la sigla UCRJR (Unión Cívica Radical Junta Renovadora) así como un puñado de conservadores y nacionalistas desmarcados que se sumaron tras la candidatura oficialista.
Por último y en tercer término, cabe decir que de todos los apoyos que Perón cosechó, por lejos el mejor organizado fue el flamante Partido Laborista, liderado justamente por Luis Gay y el legendario Cipriano Reyes. El ferroviario Luis Monzalve recuerda al respecto: “En sólo siete días de trabajo, desde el 17 al 23 de octubre, habíamos constituido el Partido Laborista y el día 27 ya teníamos 85 centros laboristas constituidos en el interior del país”[2]. Ciertamente, este último sector fue el que verdaderamente le dio a Perón la estructura territorial necesaria para la disputa electoral en ciernes
 A la oposición no sólo no le era ajena la popularidad de Perón sino que miraba ese consenso con suma preocupación. Temerosa ésta ante el peligro de un inminente triunfo del coronel carismático, todo el espacio disidente se amalgamó en una surtida alianza encabezada por los radicales y secundada por socialistas, Demócrata Progresistas y hasta comunistas. El polifacético armado se llamó “Unión Democrática” (UD) y la fórmula presidencial la encabezaron dos respetables pero parcos referentes de la UCR, que nunca despertaron mayores entusiasmos populares: José Tamborini y Enrique Mosca.
Cabe señalar que los conservadores (representados por el Partido Demócrata Nacional) quedaron muy desdibujados en esta lucha electoral, puesto que si bien al grueso de ellos los animaba un profundo sentimiento antiperonista, el partido no integró la llamada Unión Democrática, dado que mantenían un gran encono para con los radicales[3] a quienes responsabilizaban de la situación imperante, puesto que al fin y al cabo fueron quienes habían apoyado el golpe del GOU en junio de 1943 (frustrando así la citada candidatura conservadora de Robustiano Patrón Costas) y por ende, allanaron el camino para que se gestara la dictadura militar de la cual naciera la temida candidatura de Perón que ahora los mismísimos radicales con desesperación pretendían enfrentar encabezando una forzada coalición en su contra.
Otro asunto que generaba escozor en los conservadores, era que la Unión Democrática estaba integrada por el Partido Comunista, con quienes absolutamente nada los identificaba ideológicamente. Vale reconocer en los conservadores su respetable afán por mantener la integridad de sus postulados, pero ello trajo aparejado también una notable ingenuidad política y una carencia de realismo que los terminó destruyendo electoralmente. Luego, éstos últimos no presentaron candidato presidencial en 1946 y tan sólo ofrecieron cargos legislativos y candidaturas provinciales en sus listas, dando libertad a sus votantes en cuanto a la elección del Poder Ejecutivo Nacional. Finalmente, los conservadores, buenos para gobernar, una vez que perdieron el poder nunca más supieron ni aprendieron a manejarse con astucia desde la militancia opositora.
El lema de campaña de la Unión Democrática no fue muy concreto y su propuesta no hacía otra cosa que intentar trasladar la fractura de la Segunda Guerra Mundial al plano doméstico: “Por la libertad, contra el nazismo” rezaba su slogan propagandístico, dicotomía que sólo interesaba en los círculos avanzados de la sociedad, pero que le era indiferente al grueso de una población que por entonces estaba gozando de los beneficios que Perón había concedido desde la Secretaría de Trabajo de la dictadura.
Las elecciones no le fueron ajenas a la Iglesia, que sin tomar partido de manera expresa no podía soslayar que el oficialismo le había otorgado la enseñanza Católica en las escuelas públicas. En probable gesto devolutorio, los Obispos emitieron una carta Pastoral recordando que ningún católico podía votar a favor de candidatos que abogaran por la separación de la Iglesia y el Estado y mucho menos por alianzas integradas por el Partido Comunista. Esta exhortación fue tomada como un guiño inequívoco de la Iglesia hacia el continuismo político. Al mismo tiempo, algunas de las argucias que Perón esgrimió para congraciarse con los ambientes Católicos consistieron en resaltar constantemente su condición de tal durante toda la campaña, prometer continuar con la enseñanza religiosa y días antes de los comicios hizo una promocionada exhibición visitando la Basílica de la Virgen de Luján. Era evidente que Perón hacía méritos para venderse como un candidato católico y el 15 de diciembre de 1945 desde los balcones de la sede del partido laborista declaró: “Nuestra política ha salido en gran parte de las Encíclicas papales y nuestra doctrina es la doctrina social cristiana”[4]. Sin embargo, a pesar de esta ufanía, los conocimientos de Perón sobre religión eran muy pobres. El jesuita Hernán Benítez (que lo conocía desde 1943 y además fue el confesor de Eva) decía que sobre asuntos religiosos aquel “sabía tanto como cualquier militar y hasta le diría que menos” en tanto que Bonifacio del Carril (emblemático Canciller durante el gobierno del GOU) señaló que “El catolicismo de Perón fue siempre superficial, el catolicismo de un chofer de taxi que ubica en su coche la imagen de la Virgen de Luján”[5].
Para contrarrestar la fama movilizadora de masas que estaba adquiriendo Perón, la Unión Democrática efectuó una demostración de fuerza en la Plaza del Congreso el 8 de diciembre. La convocatoria fue muy nutrida pero elementos de la Alianza Libertadora Nacionalista irrumpieron violentamente en el acto, generando un intercambio de disparos que derivó en cuatro muertos (dos radicales, un comunista y un socialista). Como vemos, el clima político durante la parte final de la dictadura era de furia y violencia explícita.
Días después del fatídico acto de la UD, el 10 de diciembre el oficialismo realizó una movilización con una concurrencia de 200 mil personas. Fue allí donde Perón inauguró la palabra “descamisado” al quitarse la chaqueta y arremangarse la camisa, procurando mimetizarse o congraciarse con la estética desaliñada de muchos de sus feligreses.
La lucha electoral era bastante desleal. Perón contaba con todos los resortes del Estado a su favor y la dictadura despidió el año 1945 con un oportuno decreto de aumento salarial, vacaciones y aguinaldos para los trabajadores, con el fin de inclinar la preferencia popular en favor del candidato del régimen. A todo esto debe sumarse los generosos aportes dinerarios brindados a Perón por el representante de los capitales alemanes en la Argentina, el agente nacionalsocialista Ludwig Freude. En sentido contrario, la campaña electoral de la Unión Democrática fue financiada por la Sociedad Rural, la Unión Industrial y la Bolsa de Comercio, lo cual constituía indudablemente un buen respaldo, pero totalmente insuficiente si lo comparamos con el apoyo directo que representaba la estructura estatal que además contaba con un activo aparato de censura y represión.
La Unión Democrática efectuó una trajinada gira nacional viajando por todo el país en tren, en un contexto de violencia permanente signado por balas, cascotes y atentados varios que los candidatos opositores y sus delegaciones debían soportar de parte de las bandas oficialistas. La gira se bautizó como el “Tren de la Victoria”. Perón hizo lo propio en un tren llamado “La Descamisada”, el cual él mismo ordenaba detener un kilómetro antes de llegar a cada estación, en precaución ante posibles atentados, que tampoco le eran ajenos a los candidatos del gobierno.
Fiel a su estilo, Perón paraba en cada Provincia ajustando su discurso conforme lo que cada interlocutor quería escuchar. En La Rioja habló del “desarrollo de la agricultura mediante obras de riego” aclarando que “la tierra será entregada a quienes les corresponde, los que la trabajan”. En su visita a Catamarca agregó “ya hemos trazado nuestros planes para la reforma agraria” y en Jujuy prometió “expropiar los latifundios de los Patrón Costa”[6]. Pero una vez pasada y ganada la elección, Perón se olvidó de los “latifundios oligárquicos” y el mismo día que asumió la presidencia nombró como Ministro de Agricultura a Juan Carlos Picazo Elordy, connotado miembro de la Sociedad Rural Argentina.
En pleno verano y ya en la recta final de la puja electoral, en ocasión de la llegada a la estación de Once del tren en que viajaba la delegación de la Unión Democrática se originó un ataque por parte de fuerzas de choque del oficialismo, ocasionándose un dramático tiroteo en el que hubo que lamentar 9 heridos y 3 muertos[7].
La tensión no cesaba y en los ambientes opositores se empezó a difundir el llamado “Libro Azul”, texto impulsado por la Embajada estadounidense que pretendía con fundamentos bastante inconsistentes probar los lazos de Perón con el nacionalsocialismo alemán. Esta maniobra fue usada por el propio Perón (cuyo entorno respondió la acusación publicando un libro titulado “Azul y Blanco”) quien con estas recriminaciones siempre estaba en el centro de la escena. Además, él tenía la habilidad de capitalizar los ataques que le endilgaban sus enemigos en su beneficio electoral. Tanto fue así que en febrero de 1946 Perón irónicamente declaró: “le agradezco a Braden los votos que me ha cedido. Si obtengo los dos tercios del electorado, debo un tercio a la propaganda de Braden”[8]. Algo de razón tenía el candidato oficialista, puesto que bajo el insistente lema “Braden o Perón”, no perdía ocasión de acusar a sus enemigos de ser títeres del capitalismo trasnacional enfervorizando el sentimiento nacionalista de sus adictos: “Sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con ese acto entregan, sencillamente, su voto al señor Braden. La disyuntiva, en esta hora trascendental, es ésta: o Braden o Perón”[9] espetó el 12 de febrero en una de sus últimos actos de campaña. Ese mismo día pero en la intersección de la avenida de Mayo y 9 de Julio, la UD culminó también su campaña electoral en un multitudinario acto paralelo. Llamativamente, en ninguno de los dos cierres hubo que lamentar víctimas.
En cuanto a los diarios, cubrían los alcances de la campaña y por lejos la publicación más comprometida ideológicamente en sus editoriales fue La Prensa, visceralmente antiperonista que cubrió el recibimiento de Perón a la estación de trenes de Retiro el 20 de febrero (tras llegar de su última gira) describiendo a sus seguidores con el siguiente tono: “hicieron funcionar los ventiladores y, para estar más cómodos, muchos se sacaron los sacos y aun los pantalones. Varios llegaron al extremo de quitarse toda la ropa e imitar bailes populares de origen exótico. Todos estos actos fueron recibidos con aplausos. En los pequeños intervalos que se producían, otros se dedicaban a pronunciar discursos, cuyos conceptos no es posible transcribir”[10].
Voto a Voto
El domingo 24 de febrero fue una jornada de humedad, calor y chaparrones en donde la ciudadanía acudió al fin a votar por los candidatos en pugna. Ese día el diario La Prensa describió: “Las elecciones generales de hoy, demoradas injustamente por más de dos años, constituirán la batalla desigual entre los que tuvieron a más de otras ventajas, el monopolio de la palabra real o escrita durante 32 meses, contra los que estuvieron amordazados hasta hace muy poco tiempo”[11], algo que era cierto porque la censura impuesta durante este lapso de tres años fue sinceramente gravitante.
El recuento fue muy lento (recién en abril se conocieron los resultados definitivos) pero la diferencia a favor del candidato de la dictadura fue contundente: 52% para Perón y 42,5% para Tamborini (el resto se lo repartieron fuerzas menores de caudal insignificante). La Unión Democrática sólo ganó en las Provincias de Córdoba, Corrientes, San Juan y San Luis. Trescientos mil votos de ventaja constituyeron la diferencia que el oficialismo sacó por encima de la UD. A los conservadores (que no presentaron candidato presidencial) les fue muy mal: lograron reunir 200.000 votos legislativos en todo el país: apenas el 7,5% del electorado.
Dos días después de la contienda, el 26 de febrero de 1946, relajado y reposando en su quinta en San Vicente tras el intensísimo trajín de la campaña, el todavía coronel Perón le escribió una carta al caudillo uruguayo Luis Alberto Herrera, en la cual anotó: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sud América (…) Nuestro proyecto hubo de ser realizado por el fascismo y el nazismo. De triunfar, Europa hoy no estaría hambrienta e imposibilitada de rehacer su economía. Evitaremos sus errores. No perseguiremos a ninguna religión. No tendremos rigores crueles comprensibles allá en el calor de la lucha. Buena es la fuerza para liquidar a la oposición, pero malo es abusar de ella”[12]. ¿Acaso un vaticinio de lo que él pretendía que fuera su futuro gobierno?.