martes, 24 de noviembre de 2015

¿Se equivocó León XIII? (1)


¿Se equivocó León XIII? (1)

Muchos católicos tradicionales comparten una crítica al ralliement impulsado por León XIII. Andrés Gambra publicó en 1981 (aquí, v. ps. 222-259) un notable estudio que contiene las ideas centrales de los desaciertos del pontífice en la política de apaciguamiento. Trataremos de sintetizarla muy apretadamente en esta entrada. En otra, haremos algunas observaciones.
¿Qué fue el ralliement?
 
León XIII estaba convencido de esta secuencia de identidades: debilidad del catolicismo francés = tradición monárquica = oposición sistemática a la república = política laicista del gobierno. Dicho de otro modo, que el laicismo intolerante del gobierno republicano era una reacción frente al monarquismo de los católicos franceses.
Tomó, pues, una decisión: imponer a los católicos franceses la adhesión al régimen republicano e instarles a la unidad de acción contra las leyes inaceptables.
“El ralliement a la Tercera República que León XIII impuso a los católicos franceses a partir de 1892, en contra de la opinión generalizada entre ellos, que era la de perseverar en una actitud de mero acatamiento formal y activa oposición política hacia el régimen republicano, en el que veían un enemigo sistemático de su religión y de lo que ellos entendían que era la tradición francesa…
El ralliement señaló en Francia el final de la vigorosa oposición monárquica y el afianzamiento definitivo del régimen republicano, es decir, de un sistema de gobierno que en el caso francés respondía a unas coordenadas políticas e ideológicas bien determinadas, con una tradición que hundía sus raíces en la magna conmoción revolucionaria de 1789; una república que, a través de una legislación laicista a ultranza, sabiamente orquestada y aplicada, fue capaz en un lapso de tiempo breve de transformar en profundidad las coordenadas mentales de la población francesa, aún fundamentalmente católicas en las postrimerías del siglo XIX.”
Doctrina política y aplicación prudencial.
Gambra destaca el valor del corpus doctrinal leonino:
“León XIII. El cardenal Pecci ocupó el trono pontificio en 1878, a la muerte de Pío IX. Su figura –admirable por tantos conceptos- ofrece, a los ojos del historiador, un perfil enigmático, con contradicciones difíciles de resolver entre lo que fue su importantísima labor doctrinal y su discutible acción diplomática y política. En el terreno doctrinal mantuvo y completó la trayectoria de sus predecesores. El corpus politicum leoninum consta de encíclicas numerosas que constituyen un compendio espléndido de doctrina política cristiana -el más importante en la historia del pontificado- y una summa de verdades contrarias al liberalismo y a la religión democrática.”
Pero cuestiona la aplicación prudencial de la doctrina al caso francés: imponer a los católicos un combate legislativo que no suponga oposición régimen republicano constituido.
El fracaso del ralliement.
La Tercera República fue una muy eficaz empresa empresa descristianizadora de la sociedad francesa. Un programa anticatólico bajo la etiqueta hábil de anticlericalismo. La gran mayoría de los católicos sinceros, e interesados seriamente en la perduración de la civilización católica en Francia, eran monárquicos o, al menos, desafectos al régimen republicano cuyo espíritu anticatólico conocían bien. El ralliement contribuyó eficazmente 
-      al debilitamiento de la oposición política de los católicos en Francia y al auge paralelo del catolicismo de izquierdas,
-         a la prosecución  de la política laicista de los gobiernos de la Tercera República.
Además, la situación de los católicos en la Tercera República, que nunca había sido muy boyante, empeoró considerablemente después del ralliement.
En este ámbito -el de la acción y la unidad de los católicos-, que era prioritario en las preocupaciones de León XIII, el ralliement no hizo otra cosa que agravar hasta el desastre una situación que antes no era buena, desde luego, pero tampoco desesperada. En su conjunto los católicos franceses, en su mayoría monárquicos o filomonárquicos antes del ralliement, se dividieron en dos bandos irreconciliables. Un bando estuvo integrado por aquellos que, fuesen o no católicos liberales, que de todo había, aceptaron las consignas pontificias, se hicieron republicanos y emprendieron, con la falta de decisión que luego veremos, el combate legislativo que propugnaba León XIII. El otro grupo fue el de los «refractarios», que se negaron a aceptar –sin por ello renunciar al parlamento y a la acción legislativa y política- las consignas papales, argumentando que suponían una injerencia, contraria a las tradiciones del Vaticano, en una cuestión de régimen y oportunidad política que no era de su competencia. Como es fácil de suponer, la situación del grupo monárquico se hizo muy difícil porque la encíclica Au milieu los había descalificado ante la opinión pública y a los ojos de muchos católicos sencillos, fieles por principio a las recomendaciones del Papa. Surgió, en expresión que recoge Havard de la Montagne, el «pecado de monarquía», que fue fustigado por los republicanos de siempre y por los propios ralliés que llegaron, en varias ocasiones, a apoyar en las cámaras al gobierno mejor que a sus correligionarios monárquicos. Entre unos y otros «ralliés» y «refractarios»-- se entabló una polémica agria y perniciosa que debilitó a la derecha católica con resultados electorales desastrosos. En 1889 los diputados católicos eran todavía 210; en 1893 quedaban menos de 100, divididos entre sí. En los años siguientes las cosas siguieron empeorando hasta reducir a muy poco -y aun este poco ineficaz como mero símbolo - a la oposición católica de las cámaras.
El costo del ralliement fue, así pues, muy elevado. Y la Iglesia de Francia no recibió nada a cambio de los republicanos. Los propios jefes del ralliement fueron puestos en cuarentena en las elecciones de 1893, y no obtuvieron escaños. Fracasaron porque su programa reivindicativo -que era mínimo- fue rechazado por los republicanos de siempre. La política y la legislación laicistas siguieron su curso inexorable para culminar, a principios del siglo XX, a partir de 1902 sobre todo, cuando el radical Combes ocupó la jefatura del gobierno. No vatnos a entrat tampoco ahora en detalles sobre el desarrollo práctico de esta etapa postrera del radicalismo antieclesiástico de la Tercera República”
El error de León XIII.
La encíclica Au milieu, con ortodoxa y cuidada doctrina, buscaba unos objetivos que eran, en principio, laudabilísimos. Pero León XIII se equivocó. Se equivocó al considerar que la hostilidad de los republicanos hacia la Iglesia era, en gran parte, fruto de una reacción contra la inspiración monárquica del catolicismo francés y no de causas más profundas. No se percató de que los republicanos aborrecían a la monarquía sobre todo porque veían en ella la salvaguarda de las tradiciones religiosas y morales de Francia que ellos, inspirados en una cosmovisión antagónica a la del cristianismo, pretendían desarraigar. León XIII se equivocó -o al menos dijo mucho más de lo que era prudente afirmar taxativamente- cuando descartó una oposición que no pasase por el aro de la adhesión a un régimen que estaba, por su espíritu profundo, lejos de ser legítimo.
Al pedir a los católicos que se adhiriesen a la Tercera República, León XIII exigió de ellos la adopción de una postura ambigua -acatamiento leal a un régimen cuya obra y espíritu debían ser objeto de repulsa- que a nadie, o a muy pocos, podía entusiasmar. Lo que ocurrió era predecible: la resistencia frente a la República se vino abajo. León XIII quiso encauzar en un solo chorro los manantiales de resistencia católica y lo único que logró fue secarlos.