viernes, 23 de octubre de 2015

Leído para ud.: “¿Por qué una mosca no es un caballo?”. Evolución y ADN (2-3)


Leído para ud.: “¿Por qué una mosca no es un caballo?”. Evolución y ADN (2-3)

Mano del ser humano y de monos ¿Cuál es la original y cuál la derivada? Fuente Taringa.net

El niño eterno

Observando rasgos de especies relacionadas los anatomistas distinguen entre caracteres “primitivos” y “derivados”. Un rasgo es “primitivo” u “original” cuando es cercano a conformaciones típicas del orden taxonómico[1] en cuestión; similar a sus más arcaicos representantes; y cercano a la conformación embriónica común a todas las especies en cierto orden. Por otro lado un rasgo es “derivado” cuando se ha transformado en comparación con ciertos arquetipos; es funcionalmente diferenciado; y se ha adaptado a una especialización.

Otra distinción equivalente usada por los paleontólogos es la de carácter “infantil” y “senil”. Una especie “infantil” es más activa, agraciada, y vivaz comparada a sus parientes más “seniles”. En este contexto “infantil”=”primitivo” y “senil”=”derivado”.

Por ejemplo el caballo es más infantil/primitivo en comparación al más senil/derivado burro. El caballo es irascible, estatuesco y fogoso; el burro es obstinado, mañero e indolente. Aquel es en general más inteligente que éste.

El hombre es más juvenil que el mono. Su cráneo no tiene crestas y prominencias, carece del hocico del chimpancé, y de colmillos sobresalientes. Todas estas “carencias”, esta rotundidad geométrica (aparte de la nariz) es una condición “infantil/primitiva”. Encontramos esto en los más antiguos fósiles primates, también en los embriones y monos jóvenes. Es importante resaltar que jamás se han encontrado fósiles de transición en el linaje de los monos; otro detalle que los evolucionistas prefieren barrer bajo la alfombra.

Tomemos la mano humana, su fina configuración en abanico es un modelo arquitectónico original/primitivo. Comparada a la mano humana, las de todos los otros mamíferos son deformes o sacrificadas a la especialización. La mano del mono es elongada y en forma de gancho, el pulgar subdesarrollado; la “mano” del león es contraída y con garras; la bovina es reducida a dos dedos; y la del caballo a solo uno; mientras que la del cetáceo es una aleta anquilosada. Un análisis similar se puede hacer comprando el cráneo humano y el de otros mamíferos.



            En suma, la forma humana es la más original, arquetípica y primitiva de todos los mamíferos. Es la forma del niño, del alba, la más primordial. Pero no primordial connotando una brutalidad de comienzos gnósticos, o primitiva sugiriendo salvajismo, sino implicando una belleza inicial, perfección de los comienzos.

Los embriones de todos los vertebrados se parecen unos a otros en los comienzos de su desarrollo (pero no son iguales). Se asemejan a pequeñas medialunas, una cabeza y una cola puntiaguda. Al crecer las diferencias se vuelven más evidentes y se diversifican en clases (pájaros, reptiles, mamíferos), órdenes (carnívoros, cetáceos, primates), y familias (lémures, póngidos, homínidos), etc.

Al humano no le han sido dados ni garras, ni colmillos, ni picos. Es una suerte de perpetuo embrión, un niño eterno. Este es el destino del menos especializado de los seres, no solo en la forma del cuerpo sino también en espíritu. Condenado a siempre estar aprendiendo.

Relojes moleculares


            Tiempo atrás se pensaba que la tasa de cambio en las moléculas debido a mutaciones era la misma para todos los seres vivos. Así es que nació la expresión “reloj molecular”, un reloj universal que mediría cuantas mutaciones ocurren cada tantas “letras” por unidad de tiempo. El trabajo del biólogo molecular A.R. Templeton permitió estimar la tasa de cambio a lo largo de edades geológicas. Por ejemplo en la ubicua molécula citocromo c una mutación aparece cada 20 millones de años. Más tarde sin embargo investigando el linaje humano Morris Goodman notó que el reloj universal no funcionaba. Los ritmos se desaceleraban y la información molecular entraba en conflicto con la paleontología. Ergo no hay un reloj universal sino varios relojes desincronizados. El texto genético no decae con la misma velocidad en todas las especies.

            Desde el momento en que los linajes del hombre y del chimpancé supuestamente se separaron los homínidos han sufrido 13 errores en el ADN mitocondrial comparado con 34 de los chimpancés[2]. Es decir que desde el punto de vista bioquímico los hombres han cambiado mucho menos que los chimpancés. Los humanos han evolucionado menos que los monos, implicando que el supuesto ancestro común era más humano que mono; y que el linaje humano ha permanecido más “infantil” que el de nuestros simios primos. Templeton concluyó que el hombre era una suerte de Peter Pan molecular en el mundo de los primates –el niño que no crecía.

            Al mismo tiempo los citologistas compararon la estructura cromosómica de hombres y monos y llegaron a la misma desconcertante conclusión. Los cromosomas del misterioso ancestro común eran similares a los del hombre; mientras que los del mono muestran signos de estar más “degradados”.

Contra Darwin la biología molecular ha mostrado que el hombre ha permanecido –aparte de algunas mutaciones no esenciales– como siempre ha sido. En el momento de la conjeturada bifurcación las moléculas y cromosomas humanos ya estaban en su lugar. En suma, no es que el hombre “evolucionó”, sino que el mono “involucionó” más que nosotros. La bioquímica ha expuesto la incoherencia del evolucionismo darwinista, basada en la presunción de que lo feo y tosco debe preceder a lo bello y grácil. El absurdo prejuicio de que primero existía lo viejo y de esto floreció luego la juventud. Sermonti sugiere entonces que los humanos han sido (cuasi) exentos de evolución, a la cual el resto de los mamíferos han estado sujetos, permaneciendo más símiles a sus orígenes. Inmunes a los embates del tiempo que les negaron a otros la postura erecta, o les dieron el pelaje y las garras.

Las grandes diferencias no están en los genes


            Un puñado de genes controla las características de nuestra fisionomía –altura, visión, pecas, color de piel y cabello, etc. Otras características más vagas también son controladas por grupos de genes. Ciertas modificaciones genéticas pueden darle cierta gracia al portador (por ejemplo ojos claros), pero las más observadas están asociadas a enfermedades o deficiencias, es decir a degradación, algo que Behe desarrolla muy bien en The Edge of Evolution.

            Es un error asumir que una acumulación de estas mutaciones aleatorias puede llevar a una nueva especie. Nunca ha sido observado, y probablemente nunca lo sea ya que estas mutaciones no son el tipo de innovaciones dignas de mantener para construir algo nuevo[3].  Estamos en el feudo de la así llamada microevolución. Las especies cercanas entre si tienen los mismos patrones de mutaciones, y si esto algo indica es una signo de unidad más que una fuente de diversidad.

            Si no son las mutaciones ¿Qué es lo que produce las grandes diferencias entre especies? El problema es que la pregunta está mal postulada, ya que asume un mecanismo mediante el cual cierta especie se convertirá en otra como resultado de una acumulación de pequeños cambios. Dentro de los límites de lo que los fósiles pueden decirnos, las especies emparentadas no descienden unas de otras sino aparecen en la escena al mismo tiempo como resultado de una misteriosa explosión o radiación, y comenzando desde una forma que había mantenido cierta plasticidad ancestral, o había regresado a ésta. Las especies hermanas tienen ADN muy similar, el cual sufre variaciones diferenciales siempre y cuando una de dichas especies sea forzada por un sendero diferente en tiempo y espacio. Esta similitud genética no implica la necesidad de un ancestro común.

            Los ejemplos de formas enormemente diferentes que poseen el mismo ADN son numerosos. Uno de los símbolos más notorios de diversidad morfológica emergiendo de la misma identidad genética es la mariposa surgiendo de la oruga. Pero aquella no deriva de ésta, las perezosas patas de la oruga no se transforman en las delicadas alas de la mariposa. Sino que ambas derivan de células embrionarias totipotentes (i.e. con la capacidad de formar un organismo entero[4]) que la oruga conserva en su cuerpo, aun mientras este se descompone, para que a su turno den paso a la mariposa ex novo. El ADN se presta a formas muy diversas, pero los “planos” no están en el ADN.

La diferencia entre una planta con flores rojas y otra con flores blancas está escrita con gran claridad en el ADN. Las grandes diferencias, por ejemplo entre la oruga y la mariposa, no están allí.

En muchas especies la diferencia entre macho y hembra es cuestión de cromosomas, no obstante ambos sexos son apenas distinguibles uno del otro. En otras especies sin embargo, ambos sexos tienen los mismos cromosomas (i.e. el mismo ADN) pero son espectacularmente diferentes, como el caso del gusano marino Bonellia viridis, donde la hembra es varios ordenes de magnitud más voluminosa que el macho.

7Gusano marino Bonellia viridis hembra. El macho es un pequeño espécimen plantónico que vive dentro del cuerpo de la hembra. Ambos tienen el mismo ADN. La presencia o ausencia del pigmento bonellin determina el sexo. Fuente Uni. Bielefeld.

Los insectos sociales son otro misterio. Las diferencias entre las castas de termitas no están en el sexo o el ADN. No hay distinciones genéticas entre la pareja real, los trabajadores y los soldados. Todas surgen de los mismos huevos que deposita la reina. Las diferencias se explican por desarrollo interrumpido.

El axolotl, un anfibio mexicano, se convierte en la salamandra amblystoma si es llevado a Francia, ya que allí el agua es rica en iodo. Ocurre que aquel es la larva de éste. Ambos tienen el mismo ADN. Pero sin iodo no se produce la hormona que permite la metamorfosis, y los genes pueden permanecer “desactivados” por milenios.

Todo esto indica que el mismo ADN puede ser origen de muy diversas formas, y el agente de diversificación debe estar en otro lado. Esto se puede intuir también de la llamada “evolución convergente” que es la situación recíproca donde diferentes ADN resultan en apariencias muy similares. Algo no vaticinado por los evolucionistas.

En los bosques australianos se encuentra la ardilla voladora, casi idéntica a la ardilla voladora americana. Pero aquella es un marsupial y ésta un mamífero de placenta. No es cierto que la evolución nunca se repite, ni que si se comenzara de vuelta el camino andado sería totalmente diferente al actual. El biólogo Hans Driesch lo puso de esta manera: “un punto morfológico particular puede ser alcanzado partiendo de orígenes diferentes y siguiendo trayectorias diferentes”. La naturaleza pareciera descubrir sus potencialidades, o quizás sus intenciones, favoreciendo ciertos resultados morfológicos sobre otros mediante leyes morfogenéticas todavía no descifradas.

Habría un “destino manifiesto” hacia el cual las especies progresan independientemente de la geografía. El ñandú sudamericano, el avestruz africano, el emu australiano, y el kiwi neozelandés son ejemplos de este extraño desarrollo paralelo. Igualmente el mismo tipo de estructura compleja ha aparecido en organismos completamente separados uno del otro: e.g. el ojo humano y ojo del pulpo.

Con el mismo ADN se pueden hacer formas completamente disímiles. Pero ADNs diferentes pueden resultar en formas cuasi iguales, u órganos equivalentes. Ergo el ADN se relaciona a la forma solo de manera lejana. La forma posee una autonomía fundamental respecto al ADN.

Entre el ADN y la apariencia del organismo yace una caja negra que esconde el misterio de las tipologías y diferencias entre organismos. Esta terra incognita es la epigenética. La cual intenta salvar la distancia entre genotipo y fenotipo. ¿Es el ADN que establece al organismo, o es el organismo que aprovecha el ADN? Sermonti se inclina por esto último. El organismo no es una mera manifestación periférica del ADN, sino que lo activa o mantiene durmiente de acuerdo a sus necesidades, selecciona áreas de interés.

Enrique de Zwart

(continuará)

[1] Clasificación taxonómica, de lo general a lo particular:

Reinos biológicos (animalia, plantae, fungi,…)

Filos (chordata, mollusca, arthropoda,…)

Clases (mammalia, sauropsida, maxillopoda,…)

Órdenes (primates, carnívora, cetacea,…)

Familias (hominidae, hylobatidae…)

Géneros (homo, pan, gorilla, pongo,…)

Especies (sapiens)

[2] Sermonti, ibid, p. 77.

[3] Sermonti, ibid, p. 102.

[4] El desarrollo humano comienza cuando la esperma fertiliza al huevo y crea una única célula totipotente. Horas luego de la fertilización esta célula se divide en idénticas células totipotentes. Cuatro días luego de la fertilización y después de varios ciclos de división celular, las células totipotentes comienzan a especializarse.