sábado, 28 de febrero de 2015

ISIS Y EL SUICIDIO DE OCCIDENTE


ISIS Y EL SUICIDIO DE OCCIDENTE

De la decadencia al suicidio de Occidente, es decir, del diagnóstico de Spengler al de Solzhenitsyn debieron correr unas pocas décadas y unas cuantas comprobaciones del agravarse el cuadro. Lo que ni el más sombrío de los pronósticos iba a prever es que el suicidio de Occidente ocurriría no por mano propia, sino -con el mayor de los cinismos- armando sicarios de ajena estirpe para tal fin. Poniéndole a Mustafá la cuchilla del carnicero entre las manos para luego ofrecerle la propia yugular, la de los propios hijos y aun la de los ancestros, si fuese posible revivirlos.
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Así, y confirmando todos los rumores, por estos días se difundió la noticia del derribo, por parte de las fuerzas de defensa iraquíes, de dos aviones británicos que ministraban armas a terroristas. Esto de alimentar al ISIS será una táctica de sutilísimo maquiavelismo para mantener el caos en Medio Oriente a los fines de asegurar el negocio petrolero, según dicen diversos entendidos, presunción apuntalada por la experiencia de la inescrupulosidad que permea la política exterior de EEUU y la OTAN. Pero huelga notar, sin merma de aquello, que se trata de una pirueta de extremo riesgo, una apuesta de esas que, debido al margen de imprevisibilidad de sus consecuencias (no siempre mansamente reductibles a coordenadas económicas) asimilan al tahúr con el suicida. Solzhenitsyn  acertó al señalar al declive del coraje como el principal de los síntomas de esa muerte anunciada del semimundo occidental: «tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad [...] Burócratas, políticos e intelectuales muestran esta depresión, esta pasividad y esta perplejidad en sus acciones, en sus declaraciones y más aún en sus auto-justificaciones tendientes a demostrar cuán realista, razonable, inteligente y hasta moralmente justificable resulta fundamentar políticas de Estado sobre la debilidad y la cobardía. Y este declive de la valentía es acentuado irónicamente por las explosiones ocasionales de cólera e inflexibilidad de parte de los mismos funcionarios cuando tienen que tratar con gobiernos débiles, con países que carecen de respaldo, o con corrientes desacreditadas, claramente incapaces de ofrecer resistencia alguna. Pero quedan mudos y paralizados cuando tienen que vérselas con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y con terroristas internacionales». Es la huella que dejan en el ánimo dos siglos de liberalismo. Al ruso le faltó, con todo, aplicarle el sayo a la dirigencia vaticana, de fondillos no menos tiznados ante el peligro que los del peor de los politicastros de estas postrimerías. Ya por tercera o cuarta vez desde que se desató la crisis con estos sanguinarios se escuchó, al par del Tíber, la balada irenista de rigor: ahora fue el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, quien no encontró mejores paroline (palabritas) que las de «apoyar la intervención en Libia, pero bajo el paraguas de la ONU». Está claro que no son éstos tiempos de Cruzadas. Los de ISIS reconocen la defección de los nuestros y se embravecen aún más, como demonios. No saciados de sangre, movidos por esa imbécil iconoclasia fomentada por el Corán, que los hizo un pueblo incapaz de auténticas realizaciones culturales, ahora la emprenden con el patrimonio escultórico de la civilización sumeria. Obra demoníaca si las hay: a la aniquilación del hombre por degüellos masivos y televisados le agregan la aniquilación de todo rastro suyo, de la historia, de aquello que el tiempo arrollador e inapelable había dejado respetuosamente en pie.