BERGOGLIO: CORRUPTO Y PECADOR
«Nos
hará bien volver a decirnos unos a otros: “¡pecador sí, corrupto no!”, y
decirlo con miedo, no sea que aceptemos el estado de corrupción como un
pecado más» (Jorge M. Bergoglio – Corrupción y pecado – 8 de diciembre de 2005)
Esta es la mente torcida de un hombre corrupto y pecador.
La corrupción es un pecado, pero es un triple pecado: soberbia, orgullo y lujuria.
La corrupción no es la blasfemia contra el Espíritu Santo, no es un pecado que no tiene perdón.
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La corrupción es un pecado que tiene perdón.
Este
hombre habla de la lucha de clases y, por lo tanto, ataca a todos los
hombres que se oponen, que fustigan – de una manera o de otra – a las
clases más débiles, más pequeñas, minoritarias, bajas, etc…
Su
lenguaje es sólo el propio de un hombre comunista. Coge citas de la
Sagrada Escritura y las malinterpreta, les cambia el sentido, les da una
vuelta, para poner de relieve su mentira.
Bergoglio
es corrupto en su mente: es decir, no puede ver la verdad. Se alimenta
siempre de la mentira, del error, de la duda, de la oscuridad del
lenguaje humano.
Estos
hombres, corruptos en la mente, son hábiles para hablar con un lenguaje
bello, atractivo, que llega a la mente de la persona, con el fin de
poner una idea, la que en el escrito, en la homilía o en el discurso, se
quiere reflejar.
Nadie puede decirse a sí mismo: “pecador, sí”.
Todos deben desear ser santos en la Iglesia. Sin este deseo, el alma sólo vive para su pecado. Y sólo para la obra de su pecado.
No; no hace falta ir al Evangelio, como hace este hombre, para resaltar esta idea: «“Pecador, sí”, como lo decía el publicano en el templo (“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”); como lo sintió y lo dijo Pedro, primero con palabras (“Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”)».
Esto
es lo que se llama una predicación bonita, con un estilo de frase en
bandeja de plata: se pone una cita de la Escritura para expresar una
auténtica herejía.
Señor, ten piedad de mí, porque en mi pecado me olvidé de ser santo.
Aléjate, Señor de mí, porque he preferido el pensamiento que me lleva al pecado que al deseo que me lleva a la santidad.
Ni
el publicano ni San Pedro usaban la palabra pecado para afirmarse en el
pecado, sino para rechazarlo, porque habían comprendido la maldad de la
obra de su pecado.
¡Esto
es lo que nunca va a enseñar Bergoglio! ¡Nunca! ¡Nunca enseña a no
pecar, a fustigar el pecado! ¡Siempre enseña a mantenerse en el pecado, a
verlo como un bien para el hombre!
Somos
pecadores, sí, pero eso no es la gloria del hombre. Somos pecadores
porque hemos nacido en el pecado original. Y eso es lo más triste de la
vida. Eso es un sufrimiento para toda la vida. Eso es un desastre para
todo hombre que viva en esta tierra de maldad. Por el pecado, Jesús fue a
la muerte de Cruz. Eso no es lindo.
El pecado no es lindo: «
‘Pecador, sí”. Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese
momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo
momento nos espera».
¡No es lindo sentir que uno es pecador! ¡No es lindo sentir el pecado! ¡No es lindo obrar el pecado. ¡No es lindo!
¡No es lindo crucificar de nuevo a Cristo con nuestros pecados! ¡No es lindo, Bergoglio!
Un
hombre corrupto en su mente humana habla así: negando la gran maldición
que es todo pecado. Y si se niega esto, se niega la obra de la
Redención del hombre, que sólo tiene sentido porque existe el pecado en
todo hombre. Existe ese mal espiritual que todos los modernistas niegan.
Bergoglio
niega el dogma del pecado y, por tanto, indica su falsa misericordia,
que es la falsa redención y liberación que toda la teología de la
liberación predica: «en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera».
Bergoglio niega el castigo de Dios por el pecado. Niega la Justicia
Divina. Sólo queda una inútil compasión, que es lo que vende en el
Vaticano: Dios te ama, Dios te espera, no importa que estés en pecado,
porque es bonito, es lindo sentirse pecador. ¡Este es su negocio en
Roma! Y, por eso, va en la conquista de ese falso ecumenismo, en la que
todos están en su identidad, en sus creencias, sin salir de ellas, sin
renunciar a ellas, porque es lindo sentirse pecador.
¡No
te conviertas del pecado! ¡Eso ya es cosa pasada! Ahora, lo que importa
es que te conviertas de la corrupción de la cultura y de la sociedad.
«“¡pecador sí, corrupto no!”». Y no aceptes «el estado de corrupción como un pecado más». No es lindo ser corrupto; pero es lindo ser pecador.
Bergoglio
está haciendo lo propio de un líder que mueve las masas: estas frases
encantan a la gente que no piensa la vida espiritual, que busca al
gobernante de turno por un interés para su vida personal. Interés
humano, social, religioso, político, etc.
Si Bergoglio, como “papa”,
me dice que el pecado sí, pero la corrupción no, entonces me froto las
manos: vivo mal casado, en pecado, pero no quiero corromperme: no quiero
vivir en un estado social de angustia, que la gente me mire mal, que no
tenga oportunidades en la Iglesia porque vivo en pecado. Vivo como
homosexual, en mi pecado, pero la sociedad me pone trabas. No quiero ser
corrupto para la sociedad. Hay que buscar la manera de quitar la
corrupción.
Por eso, Bergoglio predica: «en la Iglesia hay lugar para pecadores, no para corruptos»
(03 de junio 2013). Hay que meter en la Iglesia a los homosexuales,
malcasados, etc…para que no se corrompan en la sociedad, para hacer una
sociedad, una iglesia de pecadores, pero no de corruptos.
¡Es
la lucha de clases, propia del comunismo que profesa Bergoglio en todos
sus escritos! Y, por eso, este hombre es un hombre sin ninguna fe: no
sabe la doctrina de Cristo y no sabe el Magisterio de la Iglesia. Es un
necio de la verdad, porque la niega constantemente.
Para
resolver los problemas sociales, ya la Iglesia ha hablado largamente.
Bergoglio no hace ni caso porque está en su teología de la liberación,
en la cual el pecado es un asunto de la sociedad, no es un acto de la
persona. Es una costumbre que se ha hecho doctrina, ley, forma de vida, y
que ataca a los más débiles de la sociedad, produce mucha injusticia.
«si bien la corrupción es un estado intrínsecamente unido al pecado, en algo se distingue de él»: éste es el primer absurdo.
Si
la corrupción y el pecado están unidos intrínsecamente, es que son lo
mismo. Hay unión intrínseca. Pero el problema no está aquí, sino en que
separa pecado y corrupción: los une de manera intrínseca. Como el alma y
el cuerpo: dos realidades, que se unen de manera intrínseca. No son una
misma cosas, sino distintas, pero unidas esencialmente. De esta
manera, Bergoglio construye una nueva norma de moralidad, que es su ley de la gradualidad.
El pecado es un grado; la corrupción es otro grado. Y, en cada uno, hay sus leyes, sus formas de obrar y de comprensión.
Bergoglio
habla de dos realidades: pecado y corrupción. Y, además, que forman una
unión irrompible: unión intrínseca. No es una unión extrínseca, fuera
de la realidad de las cosas. Es una unión que une a amabas cosas: pecado
y corrupción. Y la une, tan fuertemente, que no se puede separar.
Por eso, no se puede comprender su dicho: pecador, sí; corrupto, no.
Si el pecado es bonito, también lo es la corrupción, porque hay una
unión intrínseca. Y así como el cuerpo refleja el estado del alma, así
el pecado refleja la corrupción.
Pero
Bergoglio está en su ley de la gradualidad: en los grados. Y, por
tanto, el pecado es bonito en todos sus grados; pero no la corrupción.
Ésta va por caminos distintos a los grados del pecado.
«No
hay que confundir pecado con corrupción. El pecado, sobre todo si es
reiterativo, conduce a la corrupción, pero no cuantitativamente (tantos
pecados provocan un corrupto) sino cualitativamente, por creación de
hábitos que van deteriorando y limitando la capacidad de amar,
replegando cada vez más la referencia del corazón hacia horizontes más
cercanos a su inmanencia, a su egoísmo».
El pecado reiterativo lleva a la corrupción, pero de manera cuantitativa, sino cualitativamente, por creación de hábitos.
Hay que enseñarle a Bergoglio lo que es el pecado.
- Ningún pecado lleva a la corrupción, sino que todo pecado conduce a su perfección. El pecado es más perfecto cuando hay más inteligencia, más conocimiento. Cuando el hombre obra su pecado como un hábito puede llegar a la blasfemia contra el Espíritu Santo, que es la máxima perfección del pecado. Pero llega por inteligencia, por la perfección de su conocimiento de la obra del pecado, no por las reiteradas obras de pecado.
- La suma de pecados, ya sean mortales, ya sea veniales, no hacen un pecado.
Son una serie de pecados, que se cuentan como pecados personales. Se puede mentir mucho y caer en el pecado venial, en cada mentira, y eso no lleva al pecado mortal de la mentira. Se puede fornicar toda la vida y eso no lleva a la perfección del pecado: las prostitutas se pueden salvar aunque se pasen toda su vida prostituyéndose. - La corrupción no está en la reiterada obra de pecados, sino en la perfección del entendimiento humano: cuanto más un hombre conoce su pecado, su obra, más le conduce a la corrupción del pecado. Se corrompe su mente por su inteligencia errada en el mal.
- Bergoglio lo que hace es una gran maldad: mete a todos los hombres que pecan, ya con pecados mortales, ya con veniales, en la corrupción. Hay muchas personas que pecan por debilidad o por maldad y, sin embargo, no son corruptas en la obra de sus pecados. Lo hacen sin calcular su pecado, sin entender los detalles, los frutos, de sus pecados. Pasan la vida pecando, pero no son corruptos en sus pecados: sus inteligencias no se han corrompido. Bergoglio pone la corrupción de las culturas, de las doctrinas, de las leyes, de las costumbres, de las modas, como el signo de vivir en el estado de corrupción del pecado. Y eso es una gran mentira.
- El hábito de pecar no corrompe la sociedad o el mundo. Desde siempre el hombre ha pecado; y siempre el mundo es como es: pecador. No porque la gente rica haga de su dinero una obra en la sociedad, eso sea corrupción. Hay mucha gente que vive en su pecado, sea el que sea, y la sociedad no es buena o mala porque toda esa gente peque o no peque. El mal social es siempre por el pecado de cada persona. Y no sólo eso. Es porque la persona no quiere quitar su pecado personal. Del pecado personal se derivan para la sociedad muchos males, de todo tipo. La gente vive en su pecado, en la corrupción de su pecado, en la obra de su pecado. Y eso es lo que ofrece a los demás: su pecado. Pero el corrupto en su pecado sigue siendo pecador. Todavía hay salvación en él. Y la corrupción en la obra del pecado sólo se puede quitar si la persona quita su pecado, es decir, se confiesa y hace penitencia de su pecado.
- El mal en la sociedad sólo está en aquellas personas que viven en la perfección de inteligencia para el mal: viven maquinando el mal, ya sea en la política en la economía, en la iglesia, en la cultura, en la ciencia, etc… Viven en el pecado de soberbia. A mayor perfección en la soberbia, mayor pecado en la sociedad. Bergoglio es el típico líder soberbio: tiene una inteligencia para el mal. Y, por tanto, lleva a toda la Iglesia, a todo el cuerpo social de la iglesia, hacia la corrupción del pecado. Y, en la corrupción, la blasfemia contra el Espíritu Santo.
- El que vive en su pecado sólo llega a la perfección de su pecado, es decir, a la blasfemia contra el Espíritu Santo, si pierde la fe, que es un pecado de infidelidad, de desesperación y de abandono de la Voluntad de Dios. Es un triple pecado. Mientras no llegue a esta blasfemia, está en la corrupción de su pecado y, por tanto, se puede salvar, está dentro de la Iglesia. ¡Gran peligro hay con Bergoglio como cabeza de la Iglesia! Los incautos llegarán, con él, a la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¡Muchos todavía no comprenden lo que es Bergoglio!
Bergoglio
sólo habla como un político, que va en busca de sus adeptos: está en
su proselitismo. Y, por eso, hace más daño que cualquier político,
porque se viste de un falso papa, enseñando una doctrina de demonios.
«Podríamos decir que el pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada»:
esto es ir en contra de la misma Palabra de Dios, que ha enseñado cuál
pecado no puede ser perdonado: el de la blasfemia contra el Espíritu
Santo. Bergoglio está en su ley de la gradualidad, que es la nueva norma
de moralidad en su falsa iglesia.
Y da una razón estúpida para un hombre que se llama a si mismo Obispo: «Sencillamente
porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de
trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto
se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir
perdón».
Se cansa de pedir perdón:
esto es enseñar la corrupción de su mente soberbia. Es la obra de su
soberbia, que ha llegado a la perfección en la inteligencia. Es una
inteligencia rota, como la del demonio, pero hábil en transmitir la
maldad.
Decir que en toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia es tomar por idiotas a todos los teólogos y filósofos.
El
ateo tiene un problema de cansancio de trascendencia; el avaro ya se
cansó de mirar al cielo; un sacerdote, un obispo corrupto están
paralizados con Dios: «el modo de corrupción que podría ser
más propio de un religioso… yo llamaría corrupción en tono menor, es
decir: la posibilidad de que un religioso tenga corrompido el corazón
pero (permítase la palabra) venialmente, es decir, que sus lealtades
para con Jesucristo adolezcan de cierta parálisis».
¡Qué
poco comprende este hombre lo que es el pecado, porque lo niega! Y
tiene que inventarse la corrupción mortal y la corrupción venial.
Bergoglio se ha hecho una nueva y falsa norma de moralidad. Y con esta
norma está gobernando la Iglesia.
¡El sentimiento del cansancio es la base de toda corrupción!
La base de todo pecado es esto:
«En
sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder
según su personal arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre
el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a
la cual debe obedecer… Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en
cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado
personalmente» (Gaudium et Spes, n.16).
La
desobediencia a la ley de Dios, escrita en las entrañas y puesta en el
corazón del hombre, eso es el fundamento de todo pecado y de toda
corrupción: la DESOBEDIENCIA A DIOS.
El cansancio de la transcendencia
es el lenguaje de los modernos que indica su ley de la gradualidad: el
hombre camina en el grado de parálisis espiritual, en el cual está
corrupto.
Un hombre que no tiene claro lo que es el pecado, es un hombre que produce en el gobierno de la Iglesia un desastre monumental.
¡Qué caos hay en Roma con este hombre! ¡Qué caos!
Para Bergoglio, la corrupción es inconsciente, comienza sin conocimiento de la persona: «En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como lo más natural».
Algo
que es inconsciente nunca es pecado. El pecado siempre comienza en el
conocimiento. Si la persona no conoce, es inconsciente, nunca hay
pecado.
Bergoglio habla de la inmanencia: hay algo dentro de la persona, que lo llama suficiencia básica, a la cual la persona está ligada de manera inconsciente.
Esto va en contra de la libertad del hombre. Esto no es comprender el
pecado original. Por negar el dogma del pecado original, cae en esta
gravísima herejía. Está construyendo su ley de la gradualidad para poder
explicar lo que dice San Pablo: hago lo que no quiero.
El
hombre, por más que viva con las cosas, con las personas, si no ha dado
su libertad a todo eso, es libre, no asume nada, no coge de manera
inconsciente un pecado, un apego, una inclinación de su naturaleza
humana. Bergoglio niega la libertad del hombre, porque entiende mal los
apegos de los hombres. Los pone dentro de la persona humana y ésta no
puede quitarlos de encima: vive con ellos, de manera inconsciente. Y
después los asume de manera natural. Son los grados de su nueva norma
de moralidad.
Para
un católico verdadero esta doctrina es demoníaca, imposible de llevarla
a la práctica de la vida. Si todos nos apegamos a las cosas de manera
natural, entonces nadie tiene pecado. Si el hombre no tiene la fuerza de
su voluntad para luchar en contra de esos apegos que viven en él, de
manera inconsciente, entonces ¿qué es el hombre?
¡Doctrina demoníaca!
Hay una suficiencia básica.
¿Y qué es eso? ¿Eso está en al alma, en el cuerpo, en el corazón, en la
persona? ¿Quiñen ha puesto esa suficiencia básica en el hombre? ¿Ha
sido el mismo hombre? ¿Ha sido Dios? ¿Es la sociedad la que lo pone con
sus culturas, con sus costumbres? ¿Es el hombre la obra de una costumbre
social?
Para
la mente de Bergoglio es esto: la evolución de las costumbres en los
pueblos, en las sociedades, que han hecho corruptos a los hombres.
«La
suficiencia humana nunca es abstracta. Es una actitud del corazón
referida a un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo engaña: “Alma
mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y
date buena vida” (Lc 12,19). Y, de manera curiosa, se da un
contrasentido: el suficiente siempre es —en el fondo— un esclavo de ese
tesoro; y cuanto más esclavo, más insuficiente en la consistencia de esa
suficiencia».
¿Qué es esa suficiencia básica, que está dentro del hombre? «Es
una actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce… un esclavo
de ese tesoro… y cuanto más esclavo más insuficiente en la consistencia
de esa suficiencia».
Esa suficiencia – dice Bergoglio- es un apego a algo: y cuanto más apegado, más necesita de esa cosa.
Vean la maldad de este hombre: está llamando corruptos a todos los hombres. ¿Quién no vive apegado a algo en la vida? Nadie.
Los apegos no se hacen pecados si la persona no lo quiere. Siempre hay que salvar la libertad del hombre.
Un
hombre puede estar apegado a una criatura, a una cosa determinada, y no
pecar. El pecado no está en el apego, sino en la voluntad del hombre.
Un hombre con un apego es más fácil que peque, cuando usa su apego en la
obra de su pecado. Pero si no lo usa, pecará por otro motivo, pero no
por su apego.
El
apego es indicio de que el alma está atada en su vida espiritual y no
puede volar hacia donde el Señor le llama. Cada hombre tiene que romper
sus apegos, para crecer en la vida del Espíritu. Pero ningún apego lleva
a la corrupción del pecado. Sólo la perfección del entendimiento,
cuando se peca, lleva a esa corrupción. Un pecado es más perfecto cuando
se conoce más en el detalle de la obra. Y entonces se hace más daño a
los demás, porque se conoció la obra con un daño. Pero muchos hombres
pecan si saber, en realidad, el fruto, los daños de sus pecados. Tienen
malicia, pero no perfección en la obra del pecado. Están muy apegados a
las cosas, pero no son perfectos en la obra de sus pecados. No hay
perfección en la inteligencia. Sólo hay atadura a su apego.
Una
cosa es la malicia del pecado, otra su perfección. Un hombre puede
pecar en la malicia de la lujuria: vive por su apego al sexo. Pero, en
su pecado, no construye un pecado perfecto en el sexo. No hace el pecado
para una maldad; hace el pecado para un provecho propio, para
satisfacer su deseo. No es el apego la clave de la corrupción. Es la
perfección del pecado.
Bergoglio sólo se aplica al apego, para dar una doctrina sin pies ni cabeza.
Nunca se da un desequilibrio entre la libertad y el apego. Nunca. Bergoglio no habla de la libertad, sino del convencimiento de auto-bastarse:
«la
corrupción no puede quedar escondida: el desequilibrio entre el
convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser-esclavo del tesoro
no puede contenerse».
Esto es, en el lenguaje de los modernistas, la libertad: un hombre convencido en sí mismo de que puede bastarse a sí mismo. Es el concepto orgulloso de la libertad, que significa una autonomía, una auto-dependencia de toda ley de Dios.
«Sí,
la corrupción tiene olor a podrido. Cuando algo empieza a oler mal es
porque existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia
inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse; hay un corazón
podrido por la excesiva adhesión a un tesoro que lo ha copado».
Bergoglio niega la libertad del hombre: «existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse». Esto es destruir la propia naturaleza de hombre. El hombre se halla encerrado a presión
en algo inmanente, que no puede quitar. Es un hombre condenado en vida.
Todos los corruptos son, para Bergoglio, personas condenadas, malditas:
«El
corrupto no percibe su corrupción…. De aquí también que difícilmente el
corrupto puede salir de su estado por remordimiento interno»: no hay remordimiento interno. No se puede salir.
Y ahora vean la desfachatez de este hombre:
«Generalmente
el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca
vivir (enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son
éstas las que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de
la gracia. Puede ser curado».
Judas, para Bergoglio, se salvó. No podía tener remordimiento interno, porque no era libre, estaba encerrado en su propia suficiencia inmanente,
sin capacidad de entender que era libre. Y, entonces, el Señor le pone
una prueba, una situación en la que vio el rechazo de los sacerdotes y
ancianos a su proyecto de un reino mesiánico, entregó el dinero y se
marchó para ahorcarse. Y eso es lo que le curó. Había entregado sangre
inocente a una causa que no era la que buscaba. En esa prueba, Judas vio
su mal y pudo ser salvado. Antes no podía ver su corrupción: «El corrupto no percibe su corrupción», porque está encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse. Sale con una prueba del Señor, aunque le lleve a la muerte.
Así es como los modernistas salvan a todo el mundo.
«El
corrupto no tiene esperanza. El pecador espera el perdón… el corrupto,
en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado. La esperanza
cristiana se ha como inmanentizado en las virtualidades futuras de sus
ya logrados triunfos, de sus inmanentes arras».
«El corrupto no se siente en pecado»:
todo hombre sabe si vive en pecado o si no está en pecado. Aun los
hombres que niegan el pecado, conocen que están en pecado, aunque con
sus bocas, con sus inteligencias, lo nieguen.
No por negar al demonio, no existe el demonio. No por negar el pecado, el alma no está en estado de pecado.
Todo
hombre sabe cuándo está en gracia y cuando en estado de pecado. Todo
ser humano experimenta la gracia de Dios y la obra del pecado. Y las
sabe discernir en su vida. Sabe lo que se siente cuando se está en
gracia, y sabe lo que su alma experimenta cuando está en pecado. La
inteligencia del pecador es distinta a la inteligencia de la persona que
está en gracia.
En la gracia, el alma entiende las cosas: conoce, medita, penetra en la verdad.
En
el pecado, el alma no entiende la vida: vive sin conocimiento, en la
ignorancia, en la superficialidad de los pensamientos, en las filosofías
bellas y atractivas, sin capacidad para penetrar la verdad, sólo
viviendo en su mentira, que le pone dando vueltas a lo exterior y
superficial de la vida, sin llegar al centro de su vida, al sentido de
su vida.
El corrupto, como vive para sus inmanentes arras, que son sus triunfos en la vida, no siente su pecado. ¡Y es cuando más lo siente! Esta verdad es la que niega Bergoglio en su nueva ley de la gradualidad.
Todo hombre conoce si camina para salvarse o camina para condenarse. Nadie se salva o se condena a ciegas.
El hombre, aunque viva metido en su pecado, en inmanentes arras,
vive sintiendo el vacío de su corazón. Y es un vacío que le pesa hasta
la muerte: no puede no sentirlo. Es un vacío que lo ahoga, porque el
alma ha sido creada por Dios para la felicidad eterna. Toda alma vive
para lo eterno.
Y
todo hombre que se inventa una vida feliz en la tierra, no puede no
sentir el deseo de su alma, que le empuja a algo más de lo que ve, de lo
que tiene, de lo que siente. Siempre se siente el deseo del alma hacia
el cielo, hacia Dios. Otra cosa es que el hombre apague ese deseo con su
libertad, y siga en su vida de pecado, siga en sus apegos.
«La corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir».
Este es el resumen de todo su desvarío.
La corrupción no es un acto: no es una obra. Entonces, si el hombre no actúa, no obra, ¿qué hace el hombre? Vive en una esclavitud:
«un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir»: la costumbre de vivir algo. Eso es la corrupción para este hombre. Una costumbre, personal y social.
¡Mayor blasfemia a la inteligencia del hombre no cabe en esta frase!
El hombre es un animal de costumbres. Luego, todos corruptos.
¡Esto es Bergoglio! Un loco en su inteligencia humana. ¡Un verdadero loco!
Un hombre sin dos dedos de frente.
«Los
valores (o desvalores) de la corrupción son integrados en una verdadera
cultura, con capacidad doctrinal, lenguaje propio, modo de proceder
peculiar. Es una cultura de “pigmeización” por cuanto convoca
prosélitos para abajarlos al nivel de la complicidad admitida. Esta
cultura tiene un dinamismo dual: de apariencia y de realidad, de
inmanencia y de trascendencia».
Bergoglio
está en todo el problema de la lucha de clases sociales: todos los
políticos, los economistas, todos aquellos que contaminan – de alguna
manera- la cultura y la buena educación, no son pecadores, sino
corruptos. No son pecadores porque no obran su pecado, sino que viven en
una costumbre. La corrupción no es un acto, es algo que la sociedad impone, la cultura impone, la iglesia impone, etc..
¿Ven la maldad de este hombre que muchos llaman Papa, sin serlo?
Y
esa costumbre ha forjado una cultura, una doctrina, un lenguaje propio,
que atrae a muchos a vivir esa costumbre, pero no a pecar. Y todos son
cómplices de esa costumbre, de esa corrupción. Todos son esclavos de ese
lenguaje, de esa forma de vivir. Y no hay manera de salir de esa
corrupción, de esa costumbre. Y esa corrupción tiene dos realidades: la
apariencia y la realidad.
«La
apariencia no es el surgir de la realidad por veracidad, sino la
elaboración de esa realidad, para que se vaya imponiendo en una
aceptación social lo más general posible. Es una cultura de restar, se
resta realidad en pro de la apariencia»: de aquí a
Bergoglio le viene la cultura del descarte. La gente vive una apariencia
que descarta la realidad, que suprime la realidad, que resta
importancia a lo vital, a lo real, que son sus pobres, sus malditos
pobres.
«La
trascendencia se va haciendo cada vez más acá, es inmanencia casi… o a
lo más una trascendencia de salón. El ser ya no es custodiado, sino más
bien maltratado por una especie de desfachatez púdica. En la cultura de
la corrupción hay mucha desvergüenza, aunque aparentemente lo admitido
en el ambiente corrupto esté fijado en normativas severas de tinte
Victoriano. Como dije es el culto a los buenos modales que encubren las
malas costumbres. Y esta cultura se impone en el laissez faire (“dejar
hacer”) del triunfalismo cotidiano».
Bergoglio
ataca a todo el mundo, juzga a todo el mundo. Está formando su nueva
iglesia, a base una nueva noma de moralidad. Todo está en lograr esa
cultura del encuentro en que se viva esto: no hay corruptos. No haya
doctrinas impuestas y que obliguen a los hombres a vivir en contra de la
sociedad. Es la sociedad la que obra la corrupción: es el estilo de
vida, la moda que se sigue, la doctrina que se imparte.
Por
eso, hay que cambiar lo todo en la Iglesia, porque la Iglesia es la que
tiene mayor culpa en la corrupción de las sociedades: «Los
Jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados y malamente
excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado»:
el Papado es la obra de la corrupción de costumbres en muchos
Cardenales y Obispos. Hay que cambiar todo eso con su ley de la
gradualidad.
Mayor
narcisista que Bergoglio, mayores aduladores que tiene a su alrededor,
mayor maldad en toda su corte demoníaca, que excita a la obediencia a un
hereje, no se puede dar en la historia de la Iglesia.
Nunca
ha habido corrupción en el Papado. Ha habido mucho pecado. Sólo desde
hace cincuenta años, la maldad de muchos prelados han hecho del gobierno
de la Iglesia una cueva de ladrones, por la perfección de su soberbia,
con la cual han atacado a todo el Papado con el solo fin de llegar a lo
que vemos.
Bergoglio: corrupto en su mente y pecador en su vida.