martes, 27 de enero de 2015

"EL ORDEN NATURAL" Carlos Alberto Sacheri-PARTES 33. DESOCUPACIÓN Y PLENO EMPLEO 34. LA SEGURIDAD SOCIAL 35. PROLETARIADO Y PROMOCION OBRERA


"EL ORDEN NATURAL"

Carlos Alberto Sacheri

"MUERTO POR DIOS Y POR LA PATRIA"

PARTES

33. DESOCUPACIÓN Y PLENO EMPLEO
 34. LA SEGURIDAD SOCIAL
35. PROLETARIADO Y PROMOCION OBRERA
 
33. DESOCUPACIÓN Y PLENO EMPLEO
Uno de los síntomas más graves de las consecuencias provoca­das por la difusión del liberalismo económico en la mayor parte de los países del mundo, ha sido y es la desocupación. Las crisis cíclicas que se han producido periódicamente en los últimos 150 años, traje­ron aparejado este fenómeno del desempleo masivo, en particular en el sector obrero. Baste recordar que en la Alemania anterior a 1933 existían 6.000.000, de desocupados comprobados estadística­mente, junto a cerca de 1.500.000 más no registrados oficialmente. La crisis mundial de 1929, de tremendas consecuencias, provocó igualmente una desocupación masiva de alcance internacional.
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Diferentes tipos
Ante todo, corresponde precisar qué se entiende por desocupa­ción o desempleo. Decimos que se produce “desocupación” cuando ciertos individuos, grupos o sectores íntegros de la población, se encuentran en situación de paro o cesación de trabajo por el cierre o la inexistencia de lugares de trabajo suficientes.  El desempleo no es exclusivo del sector asalariado. También se verifica en grupos profesionales y en otros sectores sociales. Pero es indudablemente en; el sector obrero donde repercute en forma más frecuente, más extensa y más grave.
Distinguimos, ante todo, la desocupación individual, sectorial o masiva, según que afecte a algunos individuos, a una rama de la producción o a sectores muy amplios de la sociedad.
Los paros también pueden ser transitorios o duraderos, según que la falta de puestos de trabajo se extienda más o menos en el tiempo. Por último, es importante distinguir la desocupación fortuita de la crónica. Mientras la primera se debe a causas aisladas (por ejemplo, malas cosechas, cataclismos geográficos, afluencia masiva de refugiados de otros países), la crónica se debe a tres causas princi­pales: 1) estacional, cuando está determinada por las condiciones climáticas, como en los países o regiones con inviernos muy riguro­sos; 2) coyuntural, cuando se debe a las fases de alza o baja del ci­clo económico; 3) estructural, cuando resulta de la estructura misma del sistema económico vigente (por ejemplo, por incidencia del cam­bio tecnológico aplicado al proceso productivo).
Las causas
En la economía contemporánea existe una causa fundamental del desempleo, de índole espiritual; a saber, el espíritu de lucro carac­terístico de la ideología liberal. La doctrina pontificia ha denunciado desde siempre este mal: “En la ausencia o decadencia de este espíri­ tu (de justicia, amor y paz) es donde hay que ver una de las causas principales de los males que en la sociedad contemporánea sufren millones de hombres, toda la inmensa muchedumbre de desgracia­dos a los que el paro forzoso condena o amenaza condenar al ham­bre” (Pío XII, Alocución del 3-6-50).
El espíritu egoísta de quienes poseen bienes en abundancia se despreocupa de quienes carecen de igual fortuna y seguridad o, lo que es más grave, sacan provecho de la debilidad ajena: “Hay ade­más, por desgracia, hombres sin temor de Dios que no tienen escrú­pulo de aprovecharse de circunstancias especiales, por ejemplo, de la falta de trabajo, para reducir el salario a un mínimo intolerable” (Pío XII, Discurso del 245-53).
Al distinguir los diferentes tipos de desempleo hemos aludido a algunas de las causas que los determinan (estación, coyuntura, es­ tructura). Pero existen también otros factores que suelen jugar, ya sea provocando, ya agravando la crisis existente.
Aparte de los cataclismos naturales, cuya previsión es casi impo­sible de hacer, las variaciones demográficas pueden tener impor­tancia, pues un rápido aumento de las nuevas generaciones pue­de no verse acompañado de un incremento suficiente de puestos, creando así una masa importante de jóvenes sin empleo. Algo seme­jante sucede cuando la mano de obra se encuentra mal distribuida en los diferentes sectores, requiriendo su reajuste y racionalización una política adecuada para no provocar con ello el desempleo.
Causas frecuentes de (desocupación se dan en el plano político. Una política monetaria y crediticia inadecuada, que no estimula el ahorro y la inversión, o medidas restrictivas del crédito (ejemplo: directivas del Fondo Monetario Internacional, etc.) tienen repercu­siones muy negativas en el empleo. Una desacertada política salarial que incrementa en exceso los salarios o los disminuye severamente, también acarrea graves consecuencias en el nivel ocupacional. Por último,.la política comercial puede incidir seriamente si, por ejemplo, se cierran repentinamente mercados de exportación o las importa­ciones imprescindibles, etc.
El pleno empleo
Las consecuencias de la desocupación son tremendas en el pla­no económico y social. Las miseria de las familias, cuyo único ingreso es el jornal, la marginación social del desocupado, la quiebra,moral que suele seguir a la ociosidad, las tensiones sociales que compro­meten el bienestar económico y la paz social, son las resultantes del paro forzoso. La solución consiste, en consecuencia, en asegurar un nivel permanente de ocupación para todos los sectores sociales, especialmente los más débiles.
Pero no basta postular el pleno empleo sino lograrlo en forma prudente y permanente: “De hecho, cuando se quiere asegurar la plena ocupación con un continuo crecimiento del nivel de vida, hay motivo para preguntarse con ansia hasta dónde podrá crecer sin provocar una catástrofe y, sobre todo, sin producir desocupaciones en masa. Parece, pues, que se debe tender a conseguir el grado de ocupación más alto posible, pero tratando al mismo tiempo de asegurar su estabilidad” (Pío XII, Mensaje navideño del 24-12-52).
En contra del derrotismo liberal, debe afirmarse la posibilidad de remediar la desocupación masiva, aclarando que un nivel de desempleo del 4 o del 5 por ciento es normal.
Los principales medios para contrarrestar los perniciosos efectos del paro han de ser utilizados por todos los sectores según sus res­ ponsabilidades, ya que se trata de un deber moral imperioso. El propio obrero ha de empeñarse para resolver su problema en for­ma activa. El sindicato y la organización profesional deben esforzarse por mejorar las posibilidades de empleo y combatir el exceso de mano de obra (ejemplo: paro agrícola). Al Estado incumbe una la­bor de excepcional importancia, por cuanto de él depende la formu­lación y la aplicación de políticas adecuadas, esforzándose por in­centivar armónicamente el juego de todos los factores productivos, a la vez que anticipando prudentemente las posibles variaciones de metal, a fin de que se asegure un crecimiento económico soste­nido con niveles ocupacionales estables.
34. LA SEGURIDAD SOCIAL
En la evolución de las relaciones laborales de los últimos 80 años, uno de los hechos más significativos está constituido por el desarro­llo cada vez más amplió y complejo de los seguros sociales. Verda­dera conquista del sector asalariado, la Seguridad Social configura uno de los medios más eficaces de la desproletarización de la clase obrera. ■
La variedad de formas y sistemas de seguridad social en los dis­tintos países y las experiencias, tanto positivas como negativas a que han dado lugar, exige una reflexión sobre los principios esen­ciales de esta institución fundamental, para un recto ordenamiento de la sociedad moderna.
Naturaleza
La razón que ha presidido la organización de los distintos seguros sociales hace a la misma esencia del hombre. El ser humano va evolucionando a lo largo de su existencia, desde que nace hasta que muere. A lo largo de su vida, no sólo se desarrolla su persona en lo espiritual y lo orgánico, sino que también debe enfrentar ciertos riesgos vitales, de repercusiones más o menos profundas para el propio sujeto y su familia. Así, por ejemplo, la vida cotidiana nos expone a la enfermedad, la desocupación, la invalidez y la misma muerte. Tales eventos afectan seriamente la vida familiar, siendo frecuentemente causa de graves consecuencias económicas y aun de la misma miseria..  Los riesgos connaturales a la existencia humana exigen por parte de cada persona el éspíritu de previsión necesario, para tratar de estar en las mejores condiciones posibles para enfrentarlos y dismi­ nuir su repercusión.
En esta perspectiva, los diferentes países han ido formulando distin­ tas concepciones de la seguridad social o previsión social, según las diferentes ideologías que han conformado su surgimiento y las circuns­tancias concretas propias de cada comunidad nacional. Los diferen­tes beneficios cubiertos bajo el nombre de seguros sociales son asig­naciones familiares, seguro de enfermedad o invalidez, seguro de de­socupación, seguro educacional, seguro de ancianidad (jubilación, pensión), seguro por fallecimiento, pensión a la viudez u orfandad.
Tres sistemas básicos
Tres concepciones distintas de la Seguridad Social han sido for­muladas sucesivamente; las tres corresponden a diferentes opiniones acerca del hombre y el orden social: la individualista o “capitalista” , la estatista o socialista y la solidaria. Los diversos sistemas nacionales traducen una u otra de estas tres ideas básicas.
La individualista parte de la base de que corresponde a cada in­dividuo el asegurar por sus propios medios su seguridad futura y la cobertura de sus riesgos. Su raíz es manifiestamente liberal. El me­canismo usual en esta corriente es la afirmación de que la clave del sistema está dada por la constitución de un capital inicial, cuyos intereses futuros se irán acumulando de modo tal que, al promediar la vida del individuo, éste podrá contar con una suma suficiente co­mo para hacer frente a los riesgos vitales. El error de esta concepción es manifiesto, ya que se parte del falso supuesto de que cada perso­na está de hecho en condiciones de acumular un cierto capital antes que deba afrontar riesgos graves; el planteo es ilusorio por cuanto no prevé que: 1) la condición de muchos asalariados no les permite la formación de un capital inicial suficiente; 2) los riesgos se presen­ tan en todas las edades, sin aguardar que la persona haya reunido los montos necesarios; 3) un proceso inflacionario pulveriza los apor­tes acumulados; 4) se fomenta una mentalidad egoísta, con total olvido de las necesidades y desgracias ajenas. Los sistemas nortea­mericano y canadiense corresponden a esta mentalidad, y entre nosotros, es la que rige los planes de las compañías privadas de se­guros. Es una “seguridad para ricos” y con moneda estabilizada.
La concepción estatista hace hincapié en lo social y transfiere la responsabilidad de éste al Estado. Es el Estado el que asume la or­ ganización, el control y la gestión de los seguros sociales, sin inter­ vención de los interesados o con presencia puramente nominal. Su fracaso -evidente en nuestro país-, radica en que fomenta en los beneficiarios una mentalidad de “parásitos” pasivos, que todo lo aguardan de la dádiva estatal sin ver que es un derecho personal y no un regalo paternalista. Por otra parte, el estatismo previsional genera una burocracia excesiva e ineficiente, que traba los mecanis­mos y las necesarias reformas. Un riesgo frecuente es el que el Esta­do, al manejar por sí los enormes fondos acumulados por los apor­tes, puede desvirtuar su finalidad y darles otro destino.
Seguridad solidada
En una concepción cristiana del hombre y de la sociedad, la base de la seguridad social reside en el sentido de solidaridad, o sea, “el hacerse cargo los unos de los otros” .
La experiencia nos muestra que es la generación adulta lá que aporta para solventar los gastos de los grupos pasivos de la sociedad (jóvenes, ancianos, inválidos, desocupados, enfermos). Todo sistema realista ha de reposar, pues, en el trabajo y la responsabilidad soli­daria de las personas y los grupos. Sin trabajo no hay ahorro ní se­guros sociales; recordemos que el aporte previsional es un salario diferido, que hoy se gana pero que nos beneficiará mañana (ver cap. “El salario justo”). Además, es la iniciativa responsable de las personas la que debe asumir la gestión y el contralor del sistema y no el Estado.
El Estado debe asegurar las condiciones generales para que cada individuo cuente con los medios de subsistencia necesarios; debe fomentar el espíritu de previsión y solidaridad; puede establecer la obligatoriedad legal de participar en el sistema, si así lo exigiera el bien común. Pero la autoridad debe respetar la libertad y responsa­ bilidad de las personas y de los grupos o asociaciones profesionales (pues la seguridad social es de directa incumbencia de estos últimos) y no favorecer un espíritu de monopolio.
Muchas instituciones de seguros sociales existen por iniciativa espontánea y sentido de ayuda mutua, como las mutuales. Su nú­ mero y variedad no les impide ajustarse a una técnica rigurosa de gestión sobre un gran número de afiliados. Ellas deben ser respeta­das e integradas en el sistema, pues son garantía de libertad, aspec­to particularmente crítico en los seguros de salud (libre elección del facultativo y del servicio de curación).
35. PROLETARIADO Y PROMOCION OBRERA
Uno de los mayores 
problemas heredados del liberalismo consis­ te en que amplios sectores de la sociedad siguen constituyendo un verdadero proletariado, con todo lo que ello significa no sólo en términos económicos, sino principalmente en lo que hace a la dimensión propiamente humana de la existencia.
La redención del proletariado (redemptio proletariorum) ha sido desde siempre una de las consignas fundamentales del pensamiento social de la Iglesia desde el surgimiento de la “cuestión social” moderna: “Tal es el fin que nuestro predecesor proclamó haberse de lograr: la redención del proletariado [...] Ni se puede decir que aquellos preceptos han perdido su fuerza y su sabiduría en nuestra época, ¡ por haber disminuido el “pauperismo” , que en tiempo de León XIII se veía con todos sus horrores” (Quadragesimo Anno, 26); ‘Tanto la felicidad temporal como el destino mismo de las almas depende en gran medida de la solución que se dé a este gravísimo problema, instaurando en todos los campos y niveles una auténtica promoción obrera. Acusar a la Iglesia de haberse limitado a “consolar a los afligi­dos” , “aconsejar la sumisión y paciencia” , etc., es algo aberrante y no puede ser afirmado sin ignorancia culpable o por verdadera malicia, como es el caso de la prédica marxista y progresista.
i Esencia del proletariado i
Definir en qué consiste ser proletario no es tarea fácil; las defini­ciones varían aun entre los autores de mayor prestigio. Trataremos de brindar una suerte de “común denominador” que permita retener y armonizarlos distintos elementos invocados. Ante todo, debe seña­larse que proletario no es sinónimo de obrero, ni la cuestión del
proletariado se reduce a las relaciones laborales exclusivamente. El problema es ante todo de índole espiritual y moral, aun cuando los condicionamientos socioeconómicos jueguen un papel muy importante; por esta razón en lo que sigue se enfatizará lo relativo a la condición obrera.
En tal sentido puede adoptarse la fórmula de J. Pieper cuando afirma que el proletario es “un ser totalmente sumergido en el mun­do del trabajo” (Ocio y culto, ed. Rialp), esto es, el hombre cuyo horizonte vital no llega a trascender el plano de lo económico, de lo estrictamente indispensable para su subsistencia. En tal sentido, hay varios grupos sociales no obreros (profesionales liberales, artis­ tas, etc.) en creciente proletarización espiritual.
Según autores como G. Briefs y E. Welty, el proletario es el asa­lariado que tiene que enajenar permanentemente su capacidad de trabajo, carece de seguridad, de arraigo social y de bienes propios, estando sujeta su vida a una total dependencia en lo económico y lo cultural. Su dependencia consiste principalmente en un estado de subordinación que lo afecta directamente en su trabajo diario, e indirectamente en los demás planos de su vida.
Las consecuencias principales del estado de dependencia están dadas por la permanente inseguridad de empleo y de vida para sí y su familia, por el desarraigo o la marginación social (pues ni se siente integrado a la sociedad ni poseedor del menor prestigio), carece de acceso a una real capacitación profesional y a la cultura en general (por ej.los operarios no calificados) y se masifica progresivamente.
Cuando el proletario tiene conciencia de su propia condición, se siente diferente de los demás grupos sociales con acceso a la pro­piedad y la cultura, pero se siente solidario de los demás proletarios y tiene conciencia de su poder numérico y de su capacidad laboral. Esta conciencia “de clase” asume en muchos casos características de reivindicación violenta y combativa, proclive a planteos radicales. Los regímenes totalitarios tienden a la masificación y completa pro­letarización de la población, mediante la regimentación coactiva de todas las actividades y la imposición de slogans ideológicos sistemá­ ticamente difundidos.
Desde el punto de vista socioeconómico, la causa principal del fenómeno de proletarización reside en la carencia de propiedad en sus diferentes formas. Esta falta de bienes propios origina la inse­guridad y el desarraigo. Desde el punto de vista cristiano, el proceso surge como consecuencia de la crisis religiosa y moral occidental que dio lugar al espíritu de lucro, al espíritu de autonomía y al individualismo, pregonados por los intelectuales del Iluminismo y aplica­dos por los nuevos grupos dirigentes de la burguesía industrial euro­pea. La tan criticada “sociedad de consumo” actual es la consecuen­cia directa de la crisis religiosa, intelectual y moral de Occidente.
Las bases de una auténtica promoción obrera
La desproletarización, progresiva y realista, es una de las grandes consignas de la doctrina cristiana, derivada de una cabal compren­sión de la persona humana y de su dignidad propia: “El valor y la dignidad de la naturaleza humana, redimida y elevada al orden superior por la sangre de Cristo y por la gracia divina que la destina al cielo, están siempre fijos ante los ojos de la Iglesia y de los cató­licos, aliados y defensores constantes de todo lo que sea según la naturaleza. Por esto han considerado siempre como hecho antina­tural que una parte del pueblo -llamada con duro nombre, que recuerda antiguas distinciones romanas, el «proletariado» - tenga que permanecer en una continua y hereditaria inseguridad de vida” (Pío XII, Alocución del 23-2-44; cf. Radiomensaje del 1-9-44 y su Carta del 16-9-56).
Resulta importante subrayar la necesidad imperiosa de una ac­titud realista en asunto de tanta trascendencia, para no caer en los fáciles espejismos de la dialéctica subversiva del comunismo interna­cional, las recetas tecnocráticas, o los slogans fáciles del resentimien­ to tercermundista (cf. Pablo VI, Carta al Card. Roy, 145-71). Ninguna de tales posturas ideológicas ofrecen soluciones reales al dolo­roso problema del proletariado moderno; o bien el “remedio” es peor que la enfermedad (comunismo), o bien la “eficiencia” refuerza la masificación (tecnocracia), o bien la fraseología socializante ocul­ta la carencia de medidas concretas (tercermundismo).
Por tratarse de un fenómeno complejo, la desproletarización no podrá consistir en una única medida sino en un conjunto armónico de medidas complementarias. Las principales pueden resumirse en las siguientes:
1) Estabilidad del empleo mediante una política sana de pleno empleo y una oferta diversificada de puestos para las nuevas ge­neraciones (cf. cap. “Desocupación y pleno empleo”).
2) Capacitación profesional y propiedad del oficio, especialmen­te para los operarios no calificados y con miras a absorber el impac­to de la automatización futura;
3) Promoción de la Seguridad Social responsable y solidaria, a la vez que de los servicios asistenciales indispensables (cf. cap. “La seguridad social” );
4) Participación corresponsable a nivel de cada empresa y de la economía nacional, en base a la competencia real de los asalariados;
5) Política salarial que permita el ahorro y la coparticipación en la propiedad de los bienes de producción (cf. cap. “El salario justo”);
6) Amplio acceso a la cultura y orientación del sano empleo del “tiempo liberado” de tareas laborales;
7) Favorecer la movilidad social de una clase a otra a través del acceso a la propiedad y la cultura;
8) Difusión de la propiedad inmueble (vivienda, etc.) y mueble (equipamiento, acciones empresarias, cooperativas, fondos de inversión, etc.) entre todos los sectores (cf. caps, sobre “propiedad”);
9) Favorecer la integración social mediante la participación en la formulación de un proyecto nacional que asuma los grandes va­lores nacionales compartidos;
10) Promover una eficaz participación política de todos los secto­res a nivel comunal y regional (cf. cap. “Participación política...” );
11) Consolidar un orden profesional e interprofesional de la eco­nomía con la armónica colaboración del sector asalariado y patronal (cf. cap. “Los organismos interprofesionales” );
12) Saneamiento de las estructuras sindicales que defienda los legítimos intereses del sector asalariado (cf. caps, sobre “sindicalismo”);
13) Revitalizar ¡a moralidad pública mediante la difusión de las ideas rectoras del orden natural (cf. caps, sobre “El orden natural”);
14) Intensificar la formación religiosa y la difusión de sus valores.