viernes, 9 de enero de 2015

El judaísmo actual está maldecido, reprobado y condenado por Dios – R.P. Nitoglia

El judaísmo actual está maldecido, reprobado y condenado por Dios – R.P. Nitoglia

Traducción: Raúl Orlando Sattler
El Judaísmo post-cristiano según la Tradición Católica
   

Introducción: la opinión común de los Padres de la Iglesia

  La teología católica enseña que “la palabra de Dios concerniente a la fe y a la moral, no escrita, pero trasmitida a viva voz a los Apóstoles y de éstos a sus sucesores hasta nosotros”, se llama Tradición.
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  Se llama 'no escrita' en el sentido de que no está contenida en los libros canónicos y divinamente inspirados de la Biblia, pero se pueden encontrar (también por escrito) en otras obras de los antiguos escritores eclesiásticos (los Padres, las actas de los mártires, los monumentos arqueológicos, la Liturgia, las profesiones de fe, la práctica de la Iglesia) que no son la Sagrada Escritura.
  La Tradición se divide en:
a) divina: enseñada directamente por Cristo;
b) divino-apostólica: enseñada por el Espíritu Santo (por atribución) a los Apóstoles y no por el Verbo Encarnado.
  Por lo tanto, la revelación divina no es sólo la Biblia (divinamente inspirada y escrita bajo el dictado de Dios), sino también lo que Cristo o el Espíritu Santo (por atribución) han enseñado a los Apóstoles, los cuáles lo han transmitido a sus discípulos y que puede también haber sido puesto por escrito por ellos (pero no bajo el dictado divino).
  Los apóstoles predicaron lo que Jesús les había dicho, pero sólo una parte de su enseñanza fue escrita por inspiración divina y se encuentra en los libros canónicos del Nuevo Testamento; otras verdades (como por ejemplo la validez del bautismo de los niños) no se encuentran en ningún libro inspirado, pero están contenidas en las obras de casi todos los antiguos Padres eclesiásticos, luego forman parte de la revelación contenida en la Tradición y no en la Sagrada Escritura.
  La Iglesia ha definido que la Tradición junto a la Escritura es canal transmisor de la Revelación (Conc. de Trento, ses. 4 DB 738 y 783; Conc. Vat. I, DB 1787). De esto se deduce que “el consenso moralmente unánime de los Padres (en materia de fe y de moral) es testimonio de la tradición divina”. O sea, que "en cuestiones de fe y moral, el consenso moral (y no matemático o absoluto) de la mayoría de los Padres es el testimonio irrefutable de la Tradición divina (...), ya que los Padres fueron colocados por el Espíritu Santo en la Iglesia, a fin de mantener la Tradición divina recibida de los Apóstoles. Por lo tanto, su consenso moralmente unánime es, en la Iglesia, regla infalible de fe".
  Este consenso, entonces, también puede recogerse “por el testimonio de muchos Padres que se distinguen por doctrina y por fama (...), o incluso por el testimonio de unos pocos, si consta haber sido puesto en esas circunstancias desde las cuales podemos inferir que refleja la fe común de la Iglesia”. El Concilio de Trento y el Vaticano I, han establecido que la interpretación genuina de las Sagradas Escrituras es la dada por los Padres de la Iglesia, por lo que no puede desviarse, en la lectura de la Escritura, del significado dado por los Santos Padres de la Iglesia.
  Se debe también prestar atención a la teoría de los solos "criterios internos", o sea al solo estudio filológico de la lengua del escritor sagrado. La Iglesia con el Papa León XIII (Encíclica Providentissimus, 18 de noviembre de 1893) desaprobó formalmente y condenó la teoría según la cual bastaría estudiar las solas "características internas" de un libro inspirado, prescindiendo de la tradición, con el fin de comprender el significado, o incluso la simple preferencia concedida a los "criterios internos" con respecto a la Tradición patrística; de hecho es "incompatible con la fe católica, porque el consenso de los Padres requiere una adhesión de fe".
  De acuerdo con el Papa León XIII se puede utilizar también el instrumento de los "criterios internos", es decir, el aporte filológico en el estudio del Libro Sagrado, pero subordinado y secundariamente a la interpretación de la Tradición (es decir, de los Padres), pero nunca es lícito dar prioridad a la filología, o incluso contradecir la interpretación unánime de los Padres sobre la base de los "criterios internos".
Esto equivaldría a preferir un comentario exclusivamente humano-científico, (filológico, semántico y lingüístico), a la tradición divina, repugnat quod, tanto porque sería contradecir una verdad de fe, como al sentido común que nos dice que lo divino está por encima de lo humano. San Pío X ha lanzado una condena de la "crítica interna” en el 'Motu prorio' Praestantia Scripturae Sacrae y en la encíclica Pascendi.
  Monseñor Antonino Romeo,en 1960, escribía: “Todos los Pontífices, y en la vanguardia, la Divino Afflante Spiritu, enseñan que el exégeta católico, especialmente si es sacerdote, no es un mero filólogo, sino que también es un teólogo. (...) La exégesis bíblica ... es una ciencia que presupone la fe ...que acepta como principio y fundamento (...). El eclesiástico que no se atiene tenazmente a estas directivas del Santo Padre ... se abre al surgimiento, la arbitrariedad y al relativismo del libre examen”.
En resumen, hay que evitar:
a) el error por exceso: que da una interpretación subjetiva e imaginaria de la Sagrada Escritura, completamente divorciada del texto literal (sicut litterae sonant); por ejemplo el P. Dolindo Ruotolo (santo sacerdote, pero exégeta extravagante), o los milenaristas, los cuáles, escribe monseñor Salvatore Garofalo, “insistiendo en el sentido literal de la Biblia, sostenían la realidad de un reino milenario de todos los placeres; los gnósticos interpretaban literalmente los textos que atribuían a Dios aspecto y cualidades humanas; los Judíos negaban que Cristo fuera el Mesías porque Él no había establecido un reino de prosperidad material y política de acuerdo con la letra de las antiguas profecías”;
b) el error por defecto: que ofrece una lectura de los libros sagrados puramente (o incluso principalmente) literal y filológica, en contradicción (o simplemente haciendo caso omiso o pasando por alto) con aquella de la Tradición (divina o divino-apostólica) dada a nosotros por los Padres; por ejemplo, el Padre M.J. Lagrange, o recientemente el profesor Eugenio Corsini.
  Monseñor Garofalo explica que los textos bíblicos tienen “además del sentido literal (Jerusalén, por ejemplo, es la capital del reino de Judea), que surge directamente de las palabras, un sentido denominado típico. Cuando …las palabras … tienen no solo un significado literal …, sino que pretenden significar otras cosas… El tipo o figura es la cosa … destinada a significar otra que se llama antitipo. Por ejemplo, Adán era el tipo de Cristo, Cristo es el antitipo de Adán (…). El sentido típico de los textos bíblicos sólo puede conseguirse de las afirmaciones de la misma Biblia y de la Tradición.
  Se distinguen los tipos:
mesiánicos: que tienen un contenido mesiánico, Jerusalén, por ejemplo, es figura de la Iglesia;
morales: que tienen valor ético, Jerusalén es en este sentido, figura del alma fiel;
anagógicos (que elevan a lo alto), en cuanto se refieren a la vida eterna, Jerusalén indica, así, la beatitud eterna. (...) Siendo el sentido típico fruto de la Revelación divina, tiene valor probatorio en la dogmática, pero es de notar que nada se afirma en la Biblia en sentido típico que no haya sido enunciado en sentido literal”.
  El Padre Alberto Vaccari,SJ, rector del Pontificio Instituto Bíblico, escribe que hay que distinguir el sentido literal (donde las palabras expresan los objetos, es decir: las cosas, las personas, los hechos, por ejemplo: la palabra "Cristo", expresa la persona histórica de Jesús de Nazaret) del espiritual (cuando los objetos expresan otra realidad, en positiva ordenación a Dios, tales como: Adán es figura de Cristo).
  Este último se subdivide en alegórico (los objetos [el Nazareno], expresan lo que se debe creer, por ejemplo: La Trinidad, la Encarnación, la Pasión y Muerte de Jesús), moral (las virtudes que deben practicarse, por ejemplo: la fe, la esperanza y la caridad cristiana) y anagógico (las cosas que tienden a lo alto, por ejemplo: el cielo merecido por medio de Jesucristo).
  Conviene, no obstante, especificar que el sentido alegórico no es fantasioso, no es aquél "excesivamente espiritualista” originado en la escuela de Alejandría (que es indiferente o incluso niega la realidad histórica del primer objeto, personaje o hecho. Este transforma todo en ideas, por ejemplo: Adán no es el primer hombre en la historia, sino el nous o el espíritu, Eva es la sensibilidad y no la primera mujer), sino que es aquél espiritual-tipológico de la escuela de Antioquía (que requiere la realidad histórica del primer objeto, personaje o evento como la base indispensable del segundo.
  Ella se mantiene siempre sobre el terreno de la historia y de la realidad; por ejemplo, Adán es el primer hombre y también figura de Cristo, Eva la primera mujer y además figura de María Santísima), recuperado por los escolásticos y sobre todo por santo Tomás de Aquino (ST, I, P.1, a.10), donde la alegoría es tipología que sebasa en el sentido literal de la Escritura (pp. 566-570). Así que el sentido literales el primero y fundamental, sobre el cuál puede fundarse el alegórico-tipológico y nunca sin, ni siquiera, contra él. “Entre estos dos sistemas”, concluye el eminente exégeta, “hay oposición de contradicción” (p. 571).
  Monseñor Francesco Spadafora confirma que: “La existencia del sentido típico es de fe. Que en el Antiguo Testamento, en algunos temas y episodios, Dios anunciase y figurase algunos aspectos del Mesías y de su Reino, es enseñado por la práctica de nuestro Señor y de los Apóstoles”.
  La doctrina católica (Conc.Trento, Vaticano I, el Papa León XIII:  Providentissimus, 1893, san Pío X: Quoniamin re bíblica, 1906, Benedicto XV: Spiritus Paraclitus 1920, Pío XII: Divino Afflante Spiritu, 1943, Humani Generis, 1950) enseña que la interpretación auténtica de las sagradas escrituras es la que nos ofrece el espíritu (del significado) del texto escrito (es decir, de la letra), dada a nosotros por los Padres de la Iglesia, no en oposición, sino más allá del sentido literal, "porque el Espíritu vivifica, y la letra mata" (san Pablo).
  Tampoco se debe confundir el literalismo material con el verdadero sentido literal del texto sagrado. La filología como sierva puede ser útil sólo con la condición de estar subordinada y al servicio dela Tradición patrística como señora.
  Ahora, con respecto a la condena, el abandono y la maldición objetiva del judaísmo farisaico, tenemos la interpretación común (incluso matemática o absoluta) de los Santos Padres (griegos y latinos), que han leído el Nuevo Testamento a la luz del Antiguo y han explicado en este sentido (de abandono o desaprobación de Dios) las palabras de Jesús en el Evangelio, especialmente en relación a tres parábolas (conocidas como la 'condena de Israel'). Será mi trabajo exponerlas, y proporcionar al lector la lectura que han hecho los santos Padres.
  No es lícito al católico apartarse de esa lectura como, por desgracia, lo hizo el Concilio Vaticano II con la Declaración NOSTRA AETATE (ver “La Antigua Alianza nunca ha sido revocada”, pp.7-32).


1°) La parábola de la higuera seca y maldecida (Mt. XXI, 18-22)

a) El abad Giuseppe Ricciotti, en su celebérrima Vida de Jesucristo, que se ha convertido en una especie de Summa de la exégesis católica (aprobada y recibida en la Iglesia) escribe: “Jesús se acercó a una higuera que estaba junto al camino y que era exuberante en hojas (...), y buscó entre el follaje si había frutos. Pero los frutos no estaban y no podían estar allí, por la sencilla razón... que no era tiempo de higos (...). El árbol (...) [había] echado los primeros brotes, llamados flores higos (...). Queriendo entónces enjuiciar el árbol como si se tratara de una persona moral y responsable, debemos decir que no era `culpable´, de no tener frutos en esa estación: de hecho Jesús buscaba lo que, normalmente, no podía encontrar. Con todo eso, maldice aquel árbol diciendo: “¡Nunca más eternamente coma nadie fruto de tí !” Todas estas consideraciones nos confirman que Jesús quería realizar algo que tenía un valor simbólico (...). En este caso del árbol, el símbolo tomaba argumento del contraste entre la abundancia del follaje inútil y la falta de frutos útiles: del cuál contraste también estaba justificada la maldición del árbol 'culpable' (...). El verdadero culpable [se refería a la enseñanza simbólica] era el pueblo elegido, Israel, riquísimo entonces en follaje farisaico, pero obstinadamente carente por largo tiempo de frutos morales, y por lo tanto digno de la maldición de esterilidad eterna.”.
b) Los Padres de la Iglesia (cuyo consenso unánime en la interpretación de la Escritura es regla infalible de fe) explican esta parábola del siguiente modo: las hojas son “símbolo del culto farisaico, con ceremonias sin fruto de buenas obras” (SAN JUÁN CRISÓSTOMO, In Matth. Hom. 68; como también SAN HILARIO, In Matth. canon. 21), “la verdadera virtud religiosa que es viva y da la vida sobrenatural, marchita en Judea, pasa a los gentiles” (ORÍGENES, In Matth. tract. 16). La higuera seca representa “quien tiene fe sin obras, es árbol con malezas sin ningún fruto. Pero Dios le pide cuenta de las obras y los frutos que habría debido dar; y como pena por su culpable esterilidad dejará secar por completo” (ORÍGENES, íbidem; cfr. También SAN AGUSTIN, De cons. ev. II, 68). Tal parábola se la encuentra también en el Evangelio de San Marcos (XI, 13-21). Los mismos Padres han dado la misma interpretación, y además están los comentarios de SAN BEDA, EL VENERABLE (super Dimiserunt eis; super Invenerunt alligatum Pullum), TEOFILACTO (In Matth.), SAN AMBROSIO (super Lucam, lib. 9), SAN GERÓNIMO (súper Misit dúos), todos concuerdan en ver en la higuera maldecida a Israel que no ha querido aceptar a Cristo y dar frutos de buenas obras. Por lo tanto está claro que el judaísmo post-bíblico, en la divina Revelación, es presentado –por Jesucristo mismo–como una `higuera estéril´ maldecida a volverse `seca´ y estar pues también condenada al fuego; de ahí la expresión corriente `valer una higuera seca´ o sea nada, en efecto una higuera es un árbol óptimo que da exquisitos frutos, pero si es estéril y por demás reseca o seca, no da frutos y no vale nada, vale decir es una `higuera seca´, ni más ni menos.

2°) La parábola de los dos hijos (Mt. XXI, 28-43)

  Un hombre tenía dos hijos, que empleaba en cultivar su viña. Un día dice al primero: hijo, vé hoy a trabajar en mi viña. Aquél respondió: sí voy. Pero no fue en absoluto. Más tarde, el padre dio la misma orden al segundo, que respondió: no quiero. Sin embargo, después, arrepintiéndose, fue. Entonces Jesús interroga a los fariseos:  ¿quién de los dos hizo la voluntad del padre? Le respondieron: el último. Entonces Jesús aplicó la parábola al caso histórico de las relaciones entre el fariseísmo talmúdico-rabínico, el paganismo y el Mesías anunciado por el Antiguo Testamento. “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas [arrepentidos] les precederán en el reino de Dios. Vino a vosotros, en efecto, Juan Bautista en camino de justicia y no creísteis en él, mientras los publicanos y las prostitutas [arrepentidos y convertidos] creyeron en él; vosotros, al contrario, después de haber visto, no os habéis convertido ni siquiera más tarde, para así creer en él”. (Mt., XXI, 31-32).
a) El abad Giuseppe Ricciotti comenta: “Los irreprensibles escribas y fariseos estaban velados en aquél hijo que obedecía las palabras pero en los hechos era rebelde; al contrario de lo descartado de la nación elegida, es decir publicanos y prostitutas, que habían indudablemente errado pero luego habían razonado aceptando la misión de Juan el Bautista, y así habían imitado a aquél hijo que en un primer momento fue rebelde, pero después obediente. Entre los dos hijos, quien después de haber hecho el mal cambia de mente y pasa a hacer el bien, es preferible a aquel que no se decide nunca a hacer el bien aunque declarase siempre dispuesto a hacerlo”. Esta parábola, siempre según  Ricciotti, “fue una sentencia de reprobación a aquellos que entonces se estimaban los guías y los más insignes representantes de la nación elegida”.
b) Los Padres de la Iglesia la interpretan así: “El hombre representa a Dios que quiere ser amado como padre más que ser temido como Señor” (SANJUAN CRISÓSTOMO, Super Matth., Op.imperf., hom. 40). “El primer hijo, siendo mayor de edad representa a los gentiles, a los cuales Dios habló con la ley natural”.(SAN JUAN CRISRÓSTOMO, Super Matth., ut supra). El trabajo en la viña al cuál los llama significa “las buenas obras, hacer el bien, vivir virtuosamente; pero con la idolatría y los vicios los gentiles respondieron no a Dios” (SAN JERÓNIMO, Super Matth., in prologo ad Eusebium, y también SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). El arrepentimiento del primer hijo representa “a los gentiles y paganos, que entendieron después la palabra de Cristo y se arrepintieron de su modo equivocado de razonar y de obrar e hicieron enmienda trabajando vivazmente en su santificación” (SAN JERÓNIMO, ut supra). El segundo hijo es “Israel” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra) que respondió voy “como respondieron sus padres a Moisés: haremos todo lo que el Señor nos mande [Es. 24]” (SAN JERÓNIMO, ut supra), pero no fue. “De hecho, luego le mintieron a Dios [Sal. 17]” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). Cuando los fariseos responden que el primer hijo ha hecho la voluntad del padre “se juzgan por sí mismos, admitiendo implícitamente de no obedecer a Dios con los hechos, sino sólo en palabras” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). Los publicanos y las prostitutas vienen a significar “que no sólo los paganos son mejores que ellos [los judíos], sino incluso entre los pecadores públicos, que se convertirán, habrá más justos que ellos” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). Ellos les precederán “porque creerán más prontamente que los judíos y harán el bien antes que ellos” (RABANO MAURO, Super Matth., también SAN HILARIO, In Matth., can 22), pero “finalmente, entrará en el reino, o sea en la Iglesia de Cristo, también Israel [Rom. XI, 9]” (ORÍGENES, In Matth, tract. 19). Porque lo mismo ha ocurrido ya con Juan el Bautista que vino “mostrando a Jesús como la perfección de la Ley, el Camino, la Verdad y la Vida” (RABANO, ut supra), y “mostrando en sí mismo tales virtudes que los pecadores públicos fueron conmovidos y  se convirtieron” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). Ahora mientras “los pecadores públicos creyeron y obraron bien, vosotros fariseos no quieren admitir ni siquiera su miseria moral, lo que les prepararía a la justificación. Jesús dice a los doctores de la ley y a los sacerdotes que el pueblo sencillo es mejor que ellos, que es más cercano al primer hijo, mientras los fariseos y los escribas están próximos al segundo, de hecho dicunt sed non faciunt” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra).

3°a) La parábola de los viñadores homicidas (Mt. XXI, 33-46)

a) También esta, según el gran exégeta Giuseppe Ricciotti, es “igualmente de reprobación, en la que [Jesús] quiso resumir la historia entera de Israel confrontada con la economía predeterminada por Dios respecto a la salvación humana. La velada enseñanza en esta nueva parábola era igual a la impartida por Jesús pocas horas antes, con la acción simbólica de maldecir y desecar la higuera; la imagen… ya había sido empleada siete siglos antes y con el mismo fin por el profeta Isaías… (V, 1 ss.) ... La explicación… había recordado que la viña ingrata era la nación de Israel y su dueño era Dios..., el cuál sin embargo, exacerbado de la esterilidad de la viña, habría derribado la cerca abandonándola a la devastación y dejándole crecer cardos y espinas”. Esta imagen que predecía, setecientos años antes de Cristo, la reprobación, la maldición y el abandono de Israel por parte de Dios (son términos empleados en las Escrituras, Is. V, 1ss y Mt. X, 2-42), es retomada y ampliada en el Evangelio de Mateo recién citado: “había un hombre … que plantó una viña … Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los viñadores para que recibiesen sus frutos; pero los viñadores, capturados sus siervos, golpearona uno, asesinaron a otro … Finalmente les envió a su hijo ... Pero ellos … le prendieron, lo llevaron fuera de la viña y lo mataron … Jesús les dijo … por esto os digo que les será quitado a vosotros el reino de Dios y será dado a una nación que rinda frutos … y habiendo oído los sumos sacerdotes y los fariseos sus parábolas comprendieron que él hablaba de ellos”. Ricciotti comenta: “la viña era Israel, los siervos golpeados y asesinados eran los profetas (…). Pero a esta parte relativa al pasado Jesús había añadido, a modo de conclusión, una parte relativa al futuro y era aquella donde había dicho que el mismo hijo (…), había sido golpeado y asesinado; evidentemente el orador se ocultaba a sí mismo en este hijo, y así se proclamaba implícitamente hijo de Dios acusándolos y culpándolos anticipadamente del futuro delito”.
b) Los Padres de la Iglesia la explican así: “Esta segunda parábola sirve para demostrar aún más la culpabilidad de los fariseos” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). El propietario “es Dios” (ORÍGENES, ut supra). La viña del Señor es “la familia de Israel [Is, V,2]” (SAN JERÓNIMO, ut supra). Pero “En Isaías la viña misma es inculpada de no fructificar, mientras aquí en el Evangelio los colonos son los culpables, ya que en el profeta la viña es Israel, mientras que en Mateo la viña es la verdad revelada y contenida en las Escrituras, el fruto son las buenas obras que los fieles deben sacar de la verdad revelada, bajo la guía de sus jefes: los escribas y los fariseos, o sea los colonos, los que no hacen su deber”. Los colonos son “los sacerdotes y los levitas, ahora como no aprovecha nada al colono trabajar la tierra si ésta no da frutos, así el sacerdote no hace su deber si no favorece al pueblo fiel”. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). El dueño partió “dejándoles a los hombres el tiempo y la posibilidad de alcanzar, con libre albedrío, su propia santificación” (SAN JERÓNIMO, ut supra). Cuando llegó el tiempo de los frutos “la fe y la caridad, la moral y el dogma”. (RABANO MAURO, ut supra). Dios envió a sus siervos “los Profetas del Antiguo Testamento” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra), pero los colonos los capturaron “con la mano vacía de bien hicieron el mal” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra), a algunos los golpearon “como a Jeremías” (SAN JERÓNIMO, ut supra), a otros los asesinaron “como a Isaías” (ibídem), a otros lapidaron “como a Nabot y a Zacarías” (Ibídem). Finalmente envió a su hijo “el Verbo Encarnado” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra), pensando al menos tendrán respeto de él, en efecto “vino no para castigarlos, sino para salvarlos” (SANJERÓNIMO, ut supra), no obstante “sabía que lo habrían de rechazar” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra), pero “ellos habrían debido y podido –con su libre albedrío– acogerlo y amarlo” (SAN JUAN CRISÓSTOMO y SAN JERÓNIMO, ut supra). Los colonos “que habrían debido y habrían podido conocer al hijo de Dios, por tener la Revelación, renegaron de él y lo odiaron” (ORÍGENES, ut supra), de hecho, dicen “él es el heredero”, por lo tanto “no por  ignorancia invencible y no culpable, sino por envidia y celos, odiándolo, lo crucificaron; e incluso aquellos que odian el Evangelio y persiguen a sus apóstoles tratan en lo posible de dar muerte a Jesús” (RABANO MAURO, ut supra). Aquí se ve cómo ya los Padres y luego santo Tomás de Aquino hicieron la distinción entre causa eficiente, material y real, de la muerte de Cristo (los infieles judíos) y causa moral o final (todos los hombres por quienes Cristo murió), por lo que no es exacto decir, como lo hace Nostra Aetate y la posterior enseñanza de Juan Pablo II, que no fueron los judíos, sino todos los hombres, y especialmente los cristianos, quienes crucificaron a Cristo. Así –decían ente sí– `tendremos su heredad´, es decir, “no querían perder el legado de las ceremonias extrínsecas de la antigua ley (porque cedería el paso a la nueva), de la cual ya no habrían sido más los beneficiarios y no habrían podido más obtener de ella lucros y autoridad, como en cambio continuaban haciendo” (SAN JUAN CRISÓSTOMO y RABANO MAURO, ut supra). Lo echaron fuera “de Jerusalén, donde fue crucificado, como extranjero a la viña, o sea excomulgado por su Iglesia de la antigua Alianza, que ellos cultivaron mal” (ORÍGENES, ut supra). Ellos debieron responder, a Jesús que los interrogaba, que el dueño los habría castigado justamente. “Se juzgan por sí mismos, todos en conciencia sentían que la pena era justa, pero –lo decían– quien solamente con la boca y quien con el corazón, quien de buena gana y quien de mala” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). De hecho añadieron incluso que el dueño `diera la viña a otros agricultores´, es decir, “la palabra de Dios debía pasar de Israel a los Gentiles”, es decir, el antiguo pacto celebrado entre Dios y los primeros colonos, es dividido puesto que estos últimos han sido infieles, se pasa de una vieja a una nueva alianza, así que la antigua Alianza ha sido realmente revocada y a ella ha sucedido una Nueva y Eterna Alianza, ésta es la enseñanza moralmente unánime (y por lo tanto infalible) de los Padres de la Iglesia, alejarse en parte de ella significa judaizar, o sea apostatar. Jesús, en efecto, concluye:  `os será retirado el reino de Dios y le será dado a gente que lo hará fructificar´ o sea el reino es “la verdad revelada por Dios en la antigua Alianza a Israel” (ORÍGENES, ut supra) y los jefes de los sacerdotes y los fariseos `entendieron que hablaba de ellos´, San Jerónimo (ut supra) comenta “aunque embrutecidos por la pasión de la envidia y los celos, sentían en conciencia que las cosas eran realmente así, pero por ignorancia voluntaria no lo confesaban públicamente”, más bien `buscaban de prenderlo´ para matarle pero `temían aún al pueblo´ al que luego extraviarán, DESINFORMÁNDOLO y persuadiéndolo (con el `boca a boca´) falsamente. Jesús especifica que `la piedra rechazada por los constructores se volverá piedra angular´, o sea Cristo rechazado por los jefes de Israel se volverá “la piedra de un nuevo edificio: el Nuevo Testamento, esa será la piedra angular, o sea unirá en sí a dos muros o pueblos, Israel y los Paganos, que entrarán todos con igual dignidad en la nueva Iglesia cristiana” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra) y advierte: `quien tropezara sobre ella se herirá, y triturará a aquél sobre el que caiga´,vale decir “no es la piedra o Cristo quien hace caer, pero quién no creyendo en él se escandalizare, caerá por su culpa. En cambio predice la caída de Jerusalén y del Templo, cuando afirma que ella destruirá la ciudad deicida –recayendo su sangre, es decir la responsabilidad de su muerte, sobre ella– después de haber sido rechazado” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). La misma parábola se la encuentra también en Lucas (XX, 9-19). Ella ha sido comentada también por SAN AGUSTÍN (De cons. evang.II, 69), San Cirilo, San Beda el Venerable, TEOFILACTO (Super Cavete a fermento Pharisaeorum e superQuia vero resurgant mortui), Eusebio, San Basilio y SAN AMBROSIO (In Lucam lib. 10), SAN GREGORIO MAGNO (Super Arborem fici habebat quidam, hom. 26), todos en el mismo sentido.
3°b) El banquete nupcial (Mt. XXII, 1-14)
  La parábola de los viñadores homicidas continúa con una segunda parte, aquella del banquete de bodas que un rey ha preparado para su hijo.
El abad Ricciotti no habla de ella. El P. Ferdinando Prat (S.J.) escribe que: “El banquete mesiánico es la cena que Dios celebra en honor a su hijo: los invitados que responden a la llamada con un rechazo injurioso son los judíos, y aquellos que vienen a sustituirlos son los gentiles, llamados últimos pero primeros en llegar”. Con esta parábola Jesús tiene la intención de “resaltar que la reprobación del pueblo judío, y la llamada a los gentiles en su sustitución, es el castigo de su incredulidad”.
  Los Padres de la Iglesia comentan así: “Jesús responde a los fariseos, los cuáles le preguntaron a quien había sido encomendada la viña, o sea el Reino de Dios” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matth. hom. 70), que “el banquete de bodas, representa la Iglesia de Dios sobre la tierra” (SAN AGUSTÍN, De cons. evang. II, 71) y “el cielo eterno de los beatos” (SAN GREGORIO MAGNO, In Evang. hom. 36 vel 38). El rey es “Dios Padre” (ORÍGENES, In Evang. tract. 20), su hijo “es Dios Hijo o Jesucristo” (ORÍGENES, ut supra). Los siervos enviados primeros son “Moisés y los Profetas del Antiguo Testamento” (SAN JERÓNIMO, Comm.In Matth.), los primeros invitados “a bien creer y obrar” (ORÍGENES, ut supra), son “el pueblo elegido o Israel de la Vieja Alianza” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, ut supra). Los segundos siervos mandados a invitar al banquete son “los apóstoles de la Nueva Alianza” (SAN JERÓNIMO, ut supra), los cuáles son mandados “por Dios, en primer lugar a las ovejas perdidas de Israel, y sólo después a los gentiles” (SAN JUAN CRISOSTOMO, Super Matth. Op.imperf., hom. 41). A pesar del “rechazo de Israel a participar en el banquete o sea en la fiesta por la Resurrección de Jesús;  Dios renueva la invitación, una vez más, a los judíos” (SAN GREGORIO MAGNO, ut supra) a entrar en la Iglesia de Cristo, y así “mediante la gracia y los sacramentos, especialmente el banquete eucarístico” (SAN JERÓNIMO, ut supra) “para luego participar en el Reino de los cielos” (SAN GREGORIO MAGNO y SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra). Pero ellos (Israel), también rechazan la invitación de los Apóstoles, después de haber rechazado la de Moisés y los Profetas y haber matado al Hijo de Dios. Más aún “algunos, no solamente rechazan la gracia de Cristo y de la Iglesia, sino incluso hieren y matan a los apóstoles” (SAN GREGORIO MAGNO, ut supra y SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra). Ahora el rey (Dios Padre), al oír esto “se fastidió” (SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra) y “envió a sus milicias, es decir, el ejército de Vespasiano y Tito en el 70 después de Cristo” (SAN JERÓNIMO, ut supra) y a “los Ángeles ministros de Dios, al fin del mundo” (SAN GREGORIO, ut supra), a “dispersar a los homicidas o deicidas, en la Diáspora entre los Gentiles” (SAN GREGORIO, ut supra) y a “destruir Jerusalén”(SAN JERÓNIMO, ut supra). Sólo “después del rechazo de Israel” (SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra), Dios “envía a sus Apóstoles, salidos de Jerusalén y de la Judea, a los Gentiles” (SAN JERÓNIMO, ut supra), invita a “todos, buenos y malos, justos y pecadores, a entrar en la Iglesia y luego al Cielo, a condición de cambiar de vida y convertirse a Cristo” (SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra). El banquete (la Iglesia de la Nueva Alianza de Cristo), se llenó, “pero antes que los comensales se sentaran, o sea entraran definitivamente en el Cielo” (ORÍGENES, ut supra), el rey (Dios), va a inspeccionar “el estado de gracia de los comensales, al Juicio particular y luego universal” (SAN JUAN CRISOSTOMO, ut supra). Ahora, uno no tenía “el vestido nupcial, o sea la gracia santificante, no habiendo cambiado de vida, con las buenas obras” (SAN GREGORIO); “tenía la fe pero sin la caridad” (SAN AGUSTÍN, ut supra). El rey “lo regaña diciéndole: ¿Cómo no te avergüenzas?” (SAN JERÓNIMO, ut supra). Éste “estuvo callado, no puede excusarse al pecador impenitente delante de Dios juez” (SAN JERÓNIMO, ut supra). Entonces el rey dijo: Atadle manos y pies y arrojadlo afuera “de la luz, del banquete celestial” (SAN GREGORIO, ut supra), a las tinieblas “de la oscuridad de la condenación eterna” (SAN GREGORIO, ut supra). Por lo que, incluso después del deicidio, Dios envía a sus apóstoles primero a Israel y sólo después de su obstinación contra la Iglesia naciente, los envía a los paganos. Sin embargo, si todos son `llamados´ a entrar en la Iglesia, no todos son `elegidos´, es decir, no responden con las buenas obras o la caridad sobrenatural que informa y vivifica la fe, a la gracia de Dios. Es claro que Israel es depuesto del reino de Dios en esta tierra y reemplazado por los paganos, que se convertirán en masa a Cristo, no sólo con la fe, sino también con la práctica de la virtud. La teología de la sustitución, es por lo tanto divina y formalmente revelada y enseñada infaliblemente, por el consenso común de los Padres de la Iglesia.
  Léase también S.THOMAE AQUINATIS, super Evangelium S. Matthei lectura, Torino, Marietti, 1951, pp. 264-269.
ID., Catena aurea in quatuor Evangelia,Torino, Marietti, 2 voll., 1953.
CORNELIUS ALAPIDE, Commentarii in Sacram Scripturam, (Anversa, 1681),  Melitae, Tonna-Banchi& socii, 1843, en 11 volúmenes.
En lengua italiana se pueden consultar:
S. AMBROGIO,Commento al Vangelo di san Luca, Roma, Città Nuova, 1966, 2° vol., I coloni malvagi,  pp. 209-214.
S. GIROLAMO,Commento al Vangelo di san Marco, Roma, Città Nuova, 1965, pp. 82-88.
S. GIOVANNI CRISOSTOMO, Commento al Vangelo di san Matteo, Roma, Città Nuova, 1967, 3° vol., pp. 122-141.
Además cfr.  La Bibbia commentata dai Padri, Nuovo Testamento 2, Marco, Roma, Città Nuova, 2003, pp. 227-230.
  Se puede concluir tranquilamente que sobre la reprobación del judaísmo post-bíblico existe el consenso no solo moralmente unánime de los Padres sino incluso matemáticamente o absolutamente concorde, y esto es “signo irrefutable de fe católica”. Quien lo contradice por consiguiente se aleja de esta fe, “sine [qua] fide est impossibile placere Deo” (s. Paolo).


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Agradecemos a Raúl Orlando Sattler por el trabajo y por su traducción del mismo.


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