miércoles, 31 de diciembre de 2014

Héroes de la lucha antibolchevique: Monseñor Mayol – Carlos García

Héroes de la lucha antibolchevique: Monseñor Mayol – Carlos García

MonseñorJean Mayol de Lupé:
Soldado hasta el Último Día

  Son pocos los que conocen la estructura policial-militar que tuvo el Tercer Reich. En honor a la verdad era bastante compleja. Muchos confunden la naturaleza y misión de las SS, las SD, las SA, las Waffen SS y aun de las Juventudes Hitlerianas, que han tenido una evolución significativa.
  No es el objetivo de este artículo abordar la distinción entre estos cuerpos. Baste decir que las Waffen SS no eran una fuerza policial militarizada, eran verdaderos soldados, más aún, constituían una fuerza de elite, tanto por su duro entrenamiento, como por la mística que se fue imponiendo entre sus miembros.
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  Como señala Otto Skorzeny – él mismo integrante de las Waffen SS – Himmler no era ni el fundador, ni el jefe, “El jefe de las Schutzsaffel (SS), desde el punto de vista militar, era evidentemente,  Adolf Hitler, y era a él a quien nosotros, soldados de las Waffen SS prestábamos juramento de fidelidad” (cfr. su “La guerra desconocida”).
  La administración y la instrucción de sus hombres fue confiada a Paul Hausser, teniente general retirado del ejército. Hombre extremadamente severo y exigente. Aclara Skorzeny que “Los Waffen SS no recibieron jamás orden alguna de Himmler no de Heydrich”. Las órdenes eran recibidas por la vía jerárquica y emanaban de las jefes militares de los ejércitos de los que formaban parte las distintas unidades de las Waffen SS.
  Tampoco son muchos los que saben que, a partir del año 1942, las Waffen SS formarían un verdadero cuerpo de soldados eminentemente europeos, pero con componentes asiáticos.
  Así, de acuerdo a la cantidad de hombres se formaban divisiones, legiones, regimientos, etc. Entre las más conocidas se encontraban la famosa División Azul – españoles -, la División “Wiking” – escandinavos y holandeses -, la División de Asalto Croata, la División Carlomagno – franceses -, la División Nordland – noruegos-, la 14ta. División SS – ucranianos -, la Legión Saint George –británicos -, etc. Lo propio de todas estas formaciones es que no lucharon contra los aliados occidentales, sino que enfrentaron lo que consideraban el enemigo en común: el bolchevismo ruso.

  Hoy nos interesa rescatar la historia de uno de los capellanes que acompañaron a las Waffen SS, concretamente Monseñor Mayol de Lupé (o Luppe), amigo personal de Pio XII y capellán de la Legión de Voluntarios Franceses contra el Comunismo, primero y de la División Carlomagno después.
  Proveniente de la aristocracia francesa, nació en la ciudad de París en 1873 y fue ordenado sacerdote en el año 1900. Durante la Primera Guerra Mundial fue capellán de la Primera División de Caballería. Cayó prisionero a poco de iniciada la guerra y, liberado a los dos años, vuelve inmediatamente a su rol sacerdotal de capellán. Participa de combates como Champagne y Verdún, donde plasma su heroicidad el Mariscal Pétain. Finalmente es herido en el Somme y el fin del conflicto lo encuentra en convalecencia. Se hizo acreedor a dieciséis medallas por su actuación en el frente.
  Ya había abandonado el ejército cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. No obstante y a pesar de encontrarse cercano a los setenta años, Monseñor Lupé se ofrece como voluntario para ingresar al ejército francés. Su precaria salud no supera la junta médica que lo evalúa y lo declara inepto. Se ofreció entonces de camillero, ya que en esa actividad, no sólo cumpliría con una labor imprescindible en el apoyo a las tropas, sino que también le permitiría asistir espiritualmente a los heridos.
  Con el armisticio cesa su labor, pero la Providencia todavía le tiene preparada nuevas y más peligrosas misiones. Al formar Jaques Doriot, con autorización del gobierno francés del Mariscal Pétain, la “Legion des volontaires francais contre le bolchévisme” – conocida con las siglas LVF -, los Cardenales Sibilia y Suhard lo recomiendan como capellán. Así con una edad avanzada y una salud quebrantada, Monseñor Mayol de Lupé marcha en la Campaña del Este hacia el frente ruso.
  Claro, por primera vez los voluntarios franceses no lucharía con su uniforme, sino con el uniforme alemán, con insignias con la bandera de Francia, y lo más duro, deberían jurar lealtad a Adolf Hitler. Esto generó desconcierto y malestar en los hombres y fue decisiva la intervención del Capellán al convencerlos que esos eran detalle formales frente a la gran cruzada contra el marxismo ateo. SU protagonismo en las batallas – alguien dijo que no usaba fusil, pero no tenía problema en romper la cabeza de cualquiera con su macizo. Quizás la acción más destacada de LVF fue frenar el arrollador avance ruso hacia el oeste en el verano de 1944.
  Con una marcada inferioridad de hombres y medios, estos veteranos franceses, entre los que se encontraba Monseñor Lupé – con sus más de setenta años -, impidieron el paso de los soviéticos en Borrisov, camino a Minsk.
  Sobre el final de la guerra, cuando ya el destino estaba marcado y no había esperanza alguna de victoria, la mayoría de los integrantes de la Legión – LFV – optaron por integrarse a la Waffen SS, en vez de retirarse como paisanos a Francia y pasar inadvertidos en un futuro más calmo. También aquí fue determinante la arenga de Monseñor Lupé: no se trataba de una sumisión a los alemanes, sino de unirse contra el enemigo de la civilización cristiana. Formaron la legendaria “División Charlemagne”.
  Como si fuera un designio de la Providencia que este grupo de calientes no quedara en el olvido, la “División Carlomagno” fue la última fuerza que defendió lo que quedaba de la Gran Alemania, en la Batalla de Berlín. Y entre ellos, alentando, asistiendo espiritualmente a los hombres en la batalla, arengando por el buen combate, un sacerdote. Un sacerdote que  tenía muy en claro que no estaba defendiendo los errores filosófico-religiosos de Hitler y mucho menos, el ocultismo de Himmler. Un sacerdote que bregaba y osadamente, ofrecía su vida a los setenta y dos años, por frenar el avance del Anticristo, encarnado en las hordas soviéticas.


  Cuando todo terminó, los restos de la división volvieron a Francia, en calidad de prisioneros de guerra. Los hombres fueron duramente increpados por el general Leclerc: “¡qué hacen ustedes vestidos con uniformes alemanes!”, recibiendo como inesperada y varonil respuesta de quienes se sabían condenados: “¡nosotros le preguntamos a ustedes, qué hacen vestidos con uniformes americanos!”
  No hubo piedad para ellos, a pesar de que jamás efectuaron un solo disparo contra las fuerzas angloamericanas. Fueron fusilados sumariamente.
  Monseñor Lupé fue juzgado y condenado a prisión. En 1951 fue puesto en libertad condicional y murió en 1955, recluido en un monasterio benedictino. Con él muere toda una leyenda de hombría de bien. Del cura soldado. Del sacerdote que dio testimonio de su fe y de su virilidad. Del sacerdote que recibió la última confesión de millares de compatriotas y cuya absolución, quizás, salvó sus almas, como salvó su dignidad el apoyo y la arenga heroica en el fuego de la batalla. No hay cirugía que logre tamaños efectos. No hay palabrería que eclipse a este testimonio de apostolado.
  Murió quien luchó para que la Rusia bolchevique no siga “esparciendo sus errores, como había advertido la Madre de Dios en su aparición en Fátima. Murió como debe morir un sacerdote: habiendo sido un soldado de Cristo. Y él lo fue en el sentido más estricto de la palabra, hasta el último día.

Carlos García

Revista Cabildo – Mayo-junio 2013. 3° Época – Año XIII – N° 103 Págs.26-27.

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