miércoles, 3 de diciembre de 2014

BERGOGLIO ES UN PECADOR PUBLICO


BERGOGLIO ES UN PECADOR PUBLICO
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El hombre es un ser creado por Dios para un fin sobrenatural: esta es la enseñanza de la Iglesia, contenida en la Sagrada Escritura y vivida por muchos Santos, a lo largo de toda la historia del hombre.
Pero he aquí que la Iglesia está en un encrucijada: o seguir a Cristo, es decir, seguir una Doctrina que no puede cambiar nunca; o seguir a un usurpador, es decir, seguir una falsa doctrina que es mostrada como verdadera.
¡Esta es la encrucijada, a la que nadie hace caso!

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Todos se limitan a ver el panorama de la Iglesia: unos critican a todo el mundo; otros se acogen a lo que oficialmente se da como enseñanza en la Iglesia.

No son estos tiempos para seguir a un Papa, porque quien se sienta en el Trono de Pedro, no es un Papa, no es un hombre con el Espíritu de Pedro, sino un hombre que se viste con los harapos de Pedro, para manifestar a todo el mundo su necedad.

No es el tiempo de estar unido a Bergoglio para estar en comunión con la Iglesia.

Es el tiempo de no someterse a la mente de Bergoglio, para obedecer la Mente de Cristo y así estar en comunión con toda la Iglesia.

Si los hombres no saben ver este punto, los hombres sólo están pendientes de un hombre, que no es Papa, y que habla para que oficialmente se acepte su falsa doctrina en la Iglesia.

Un hombre que dice: «El Corán es un libro de paz, es un libro profético de paz» (ver referencia) es, sencillamente, un hombre sin cordura, sin estudios, sin sabiduría divina. Un hombre que va buscando su negocio humano sentado en el Trono de Pedro. Un político.

No es difícil rebatir este pensamiento: en el Surah 2:163-164; 9:5, 29, el Corán autoriza la violencia y el uso la fuerza: «Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, MATAD a los asociadores dondequiera que les encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes! Pero si se arrepienten, hacen la azalá y dan el azaque, entonces ¡dejadles en paz! Alá es indulgente, y misericordioso». ¡Si esto es un libro de paz, una profecía sobre de la paz, entonces qué será la guerra para Bergoglio!
Pero a Bergoglio no le interesa esto, sino sólo su idea política:

«Yo entiendo esto y creo – al menos yo creo, sinceramente – que no se puede decir que todos los islámicos son terroristas: no se puede decir esto. Como no se puede decir que todos los cristianos son fundamentalistas, porque nosotros también los tenemos, ¿eh? En todas las religiones existen estos grupos, ¿no?».

Bergoglio busca aquellos hombres islámicos que no creen, que no tienen fe en el Corán, sino que están en esa religión por tradición, por una cultura en la cual se manifesta esa fe; pero también busca hombres de la Iglesia Católica que no creen en el dogma, ni en la Tradición, ni en el Magisterio, sino que están en Ella por una cultura, un aspecto social, económico, político, en donde se da esa fe católica, que es –para él- fundamentalista.

Bergoglio está vendiendo su idea: es decir, está proclamando el cisma. Hagamos una iglesia donde entre los hombres que no creen en el Corán ni en el dogma. Hagamos una escisión en las dos religiones. Produzcamos un gran cisma.

Este planteamiento de Bergoglio es muy peligroso para él mismo porque lo hace sin una base; lo expone produciendo, a su alrededor, una gran malestar entre los hombres de ambas iglesias. Por eso, a Bergoglio nadie lo quiere porque dice cosas como éstas, que se salen de toda lógica.

Bergoglio lanza la idea: la vende. Pero, ¡a qué precio!: se tiene que hacer un hombre impopular en todas partes. Sólo la masa ciega lo sigue. Y aquí viene el problema de siempre: los que controlan las masas quieren este juego de Bergoglio.

Bergoglio lanza la idea para que la masa ciega la lleve a todas partes, y así se produzca lo que la inteligencia no puede hacer. Los cismas, las divisiones son siempre así: la idea, la inteligencia necesita de lo ciego, de una masa que sólo vive del sentimentalismo. De esa manera, se consigue el objetivo que la sola idea no alcanza.

Bergoglio está frenado por muchos intelectuales que saben lo que habla ese hombre. Su orgullo le hace hablar estos disparates, porque quiere su negocio sentado en el Trono de Pedro. Y no quiere otra cosa. No le interesa ni el Islam ni la Iglesia Católica. Él quiere su idea, que es el cisma, porque la quiere como jefe de una Iglesia que no le pertenece, que ha robado el ser Papa.

«…el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad» (ver referencia)

En esta sola frase se contiene todo el pensamiento cismático de este hombre. Es el Espíritu Santo el que provoca la diversidad: lo que pasó en el Paraíso, no fue Adán en su pecado, sino que los suscitó el Espíritu Santo; el cisma de Lutero, su gran rebeldías fue a causa del Espíritu Santo; todas las divisiones y desastres de todos los hombres, alejándose de la Verdad, es por el Espíritu. Y es el mismo Espíritu el que produce, el que retorna a los hombres a la unidad.

Semejante planteamiento es una gran necedad. Este solo pensamiento descalifica a Bergoglio, no sólo como Obispo sino como hombre. No sabe razonar con lógica:

«Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división…»: entonces, ¿ya no es el Espíritu el que suscita la diversidad de pensamientos? ¿Cómo es eso? Es el hombre el que crea la diversidad, el que se encierra en sus particularismos, en sus exclusivismos, el que provoca la división…Y continúa:

«y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad»: hasta aquí hemos llegado. ¿Para qué seguir leyendo esta bazofia? Ningún hombre que siga su plan humano en la Verdad llega a la uniformidad ni a la homogeneidad. ¡Ningún hombre! Todos los hombres, en su pensamiento, son variados, complicados, múltiples, complejos, distintos. Nadie sabe implantar una idea simple, permanente, fácil de entender y seguir. Aquel hombre que impone su idea, la hace siempre a la fuerza. Aquel hombre que quiere que los demás lo sigan en su idea, es siempre a la fuerza. Y produce siempre división cuando implanta su idea, nunca uniformidad, nunca homogeneidad.

Por eso, a Bergoglio no hay que respetarlo, ni siquiera como hombre, porque no sabe hablar al hombre de una manera sensata: es un loco que dice sus locuras y se queda tan loco como está. No sabe mirar a su locura para remediarla. Cada día el mundo se despierta con una blasfemia de este hombre, con una insensatez bien dicha, con la palabra barata que gusta la inteligencia de este insensato.

«Por el contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia». Si los carismas no crean conflictos, porque se dan para salvar las almas. Pero Bergoglio no habla de los carismas verdaderos, sino que llama carismas a las inteligencias, a las obras de todos los hombres. Para Bergoglio no existe el Espíritu Santo. Es sólo un nombre, un concepto vacío, un lenguaje que hay que usar para comunicarse con la gente que cree en el Espíritu. Para Bergoglio, la función de las Tres Personas es sólo figurativa, un modelo que hay que seguir en los hombres. Y unos tendrá la figura del Padre, otros las del Hijo y otros del Espíritu. Hay que seguir, por tanto, a los hombres, con sus caracteres, psicologías, filosofías, etc…

Bergoglio es una cabeza sin verdad, que anula toda la Tradición católica, todo el magisterio auténtico de la Iglesia y toda la Sagrada Escritura. Y sigue estando como falso Papa. ¡Este es el problema de toda la Iglesia! ¿Cómo es que viendo esto la Iglesia se somete a un hombre sin cabeza, sin lógica en lo que dice?

Bergoglio sólo es lógico en sus actos, pero no en lo que habla, no en su pensamiento.

Todo hereje desvaría cuando piensa, pero es sensato en su obrar. Obra su herejía, su mentira, su error. Y siempre lo obra igual. Nunca hace una locura cuando obra el pecado.

Bergoglio, cuando reza, siempre obra su pecado: aunque celebre una misa o rece a Alá, como lo ha hecho en este viaje, es siempre lógico: nunca va a rezar al Dios de los católicos, sino que va a orar al dios que ha creado su inteligencia humana.
Bergoglio reza a su dios, que es su mente. Al concepto que tiene de Dios. Ese concepto es una locura, sin lógica. Pero eso a él le da igual. Él lo expresa a su manera, tomando de acá y de allá, porque Bergoglio no es un hombre de inteligencia, sino que es sólo un vividor. Vive una cosa y mañana vive otra, lo que le gusta, lo que va con su cultura, con sus tradiciones humanas, con su visión del mundo y de la Iglesia.

«Como no se puede decir que todos los cristianos son fundamentalistas, porque nosotros también los tenemos, ¿eh?»: ¡vaya patada a la Iglesia Católica! ¡Vaya coz a todas las demás confesiones cristianas! Bergoglio se está creando –él mismo- sus enemigos en todo el mundo.

«En todas las religiones existen estos grupos, ¿no? Yo le he dicho al Presidente: “pero, seria bello que todos los líderes islámicos – sean líderes políticos, líderes religiosos o líderes académicos – digan claramente y condenen aquello, porque esto ayudará a la mayoría del pueblo islámico a decir: ‘no’, pero de verdad, pero de la boca de sus líderes: el líder religioso, el líder académico … tantos intelectuales, y los líderes políticos”. Todos nosotros necesitamos una condena mundial, incluso de los islámicos, que tienen la identidad y que digan: “nosotros no somos aquellos. El Corán no es esto».

Esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo.

Esto es dividir a la Iglesia para que el pensamiento de los hombres decida lo que es bueno y lo que es malo.

Esto es endiosar a los hombres: que los líderes hablen al pueblo y les quiten la fe en la Verdad; que sean los hombres, la mente de los hombres, su lenguaje escogido el que enseñe al pueblo la verdad de lo que tiene que creer.

Esto es anular la acción de Dios en la Iglesia y en el mundo entero. No escuchéis a los profetas, sino a los hombres.

Esto es estar ciego totalmente: el islam es el Corán; la Iglesia Católica tiene toda la Verdad, que es absoluta, dogmática, irrenunciable por más que la autoridad, los jefes de la Iglesia, la Jerarquía diga con su boca sus mentiras.

¡Qué cantidad de disparates dice este hombre! Y cuántos hombres le dan publicidad a sus palabras. Las dejan para que los otros lean la estupidez que la boca de este necio enseña.

Bergoglio se cree el maestro, el que tiene la sabiduría: «nosotros no somos aquello. El Corán no es esto». ¡Qué hombre más ciego, más tarado, más subnormal es Bergoglio! Es que no hay otras palabras para indicar lo que está diciendo. Es que aquel que siga la mente de Bergoglio s vuelve un idiota entre los hombres, defiende una necedad como una verdad, como un bien, como un pecado.

«‘Cristianofobia’, ¿de verdad? Yo no quiero usar palabras endulzadas: !no! a los cristianos los persiguen en Oriente Medio»: es su ecumenismo del sufrimiento, predicado en su viaje.

«Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional» (ver referencia)

Coge a San Pablo y le da media vuelta, lo pone al revés, lo malinterpreta.

Equipara la sangre de los mártires con los sufrimientos de los hombres: todos los hombres son mártires porque sufren.

Pone su solución política: que todos se muevan para alimentar, ayudar, hacer un bien humanitario. Es siempre su comunismo.

Bergoglio sólo está en el hombre, no en Dios. Habla al hombre y le dice lo que vive, lo que sufre, lo que le hace feliz. Bergoglio alimenta el orgullo de los hombres: no pone un camino para que los hombres dejen sus pecados, ni su vida humana ni sus conquistas en este mundo.

«Las nuevas generaciones nunca podrán alcanzar la verdadera sabiduría y mantener viva la esperanza, si nosotros no somos capaces de valorar y transmitir el auténtico humanismo, que brota del Evangelio y la experiencia milenaria de la Iglesia». ¡Apaga y vámonos!

¿Cristo enseñó a ser hombre?

¿Cristo guió a los hombres hacia una vida humana?

¿Cristo educó a los hombres para ser pecadores, para ser del mundo, para que crezca en el mundo las culturas, los valores de los hombres?

Ciertamente no; pero a Bergoglio esto le da igual: él sigue su idolatría: el hombre, lo humano, el valor humanidad. Él se desvive por los hombres y, por eso, llora por ellos; pero llora, pide que se alimente a los pobres, no porque le importen los pobres, sino por su orgullos, por la sed que tiene de la gloria del mundo. Que el mundo vea que él hace algo por los hombres. Busca el aplauso de ellos. Y sólo eso.

Y, claro, pone como ejemplo a seguir a los herejes:

«Son precisamente los jóvenes – pienso por ejemplo en la multitud de jóvenes ortodoxos, católicos y protestantes que se reúnen en los encuentros internacionales organizados por la Comunidad de Taizé – son ellos los que hoy nos instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos une». Ellos, los de taizé, son los sabios, los santos, en la Iglesia, los que poseen la Verdad. Los demás, están anclados a sus dogmatismos, a su fundamentalismo.

Bergoglio no es un hombre de santidad, sino de pecado.

Es un pecador público. Y así hay que verlo. Y, por eso, no hay que tener compasión ninguna con él. Es un viejo verde porque se dedica a vivir su ida de pecado. No le importa su edad para estar fornicando con la mente de todos los hombres. Si por lo menos tuviera una mujer, se podría salvar. Pero ha renunciado a la mujer para seguir una herejía. En la lujuria de la carne hay siempre salvación; pero en la lujuria de la mente sólo hay condenación.

La soberbia unida al orgullo cierra al hombre a la verdad de la vida, a la búsqueda de la santidad, del fin al cual Dios ha llamado a todos los hombres.

¿Qué ha sido este viaje de Bergoglio? Nada: vender su idea, su nueva iglesia, que levanta en Roma. Buscar adeptos para lo que se persigue en el Vaticano.

La Iglesia tiene que decidir: estar con Cristo o con el usurpador. Pero esto, muchos lo van a hacer cuando ya no es tiempo de hacerlo, cuando vean en sí mismos, en sus carnes, en sus vidas, el engaño, que los hombres han dado a la Iglesia, con un falso Papa.

Bergoglio sólo condena almas; no puede salvarlas porque no cuida de su alma. Sólo vive para cuidar su humanidad.