Quien no es fiel en lo poco, menos lo será en lo mucho – Augusto TorchSon
En estos
tiempos que corren quedan pocas opciones para los católicos que pretendan
seguir siendo fieles. Dado el grado de alevosía y grosería de la apostasía en la Iglesia; defendemos la Verdad Divina
combatiendo el error sin concesiones, o transigimos con los mismos y nos
sumamos a los que buscan incontables (y ridículos) argumentos para
justificar
la impostura. Y en esta disyuntiva, no cabe el silencio, ya que es la
misma jerarquía eclesiástica y sus grandes exponentes de modernismo
religioso la que nos empujan a decidirnos.
Y sabiendo que el principal promotor de las herejías modernas es
quien ocupa la silla de Pedro, las opciones son claras: hoy más que
nunca, con
Dios o contra Dios.
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Se podrá
puerilmente (más bien maliciosamente) tratar de justificar la obediencia al
error y hasta al pecado con el argumento que Cristo instituyó el papado y al
mismo tiempo señaló que las puertas del Infierno no prevalecerían sobre la Iglesia; pero esta
descontextualización, entra en terrible contradicción con el resto de las enseñanzas
de las Sagradas Escrituras hoy pisoteadas y ultrajadas por el mismo sobre quien
“supuestamente” recaen las promesas
divinas.
Se nos
dijo que no nos corresponde hablar y que es inútil hacerlo, ya que no podemos cambiar en nada la
situación y además que al hacerlo somos imprudentes, incurriendo en juicios
temerarios. Ante nuestra respuesta citando grandes santos que se opusieron al
error, aún viniendo de un Papa legítimo, se nos respondió que ellos estaban
autorizados a hacerlo y sería un acto de terrible soberbia pretender ponernos a
la altura de los mismos. Esta misma gente es la que cree que para defender los
Derechos de Dios es necesaria una experiencia mística, pública, y si es
posible, científicamente comprobable, lo cual implica un grado de estupidez
adecuado a la tibieza y cobardía de quienes hacen tales propuestas.
Si para
poder seguir siendo católicos fieles necesitamos de tales revelaciones, que
hasta superarían a la mismísima Revelación Pública, entonces ha llegado
la hora de relajarse y disfrutar, como dice la broma cruel al referirse a una
violación que no se puede evitar. Y de hecho, esto que estamos viviendo es el
más atroz de los ultrajes, el que se realiza en contra de la Verdad misma, que es Cristo
y se hizo carne y se puso en manos de sus enemigos para redimirnos, más no para
asegurarnos un confort terreno que tanto buscamos sin importar que
claudicaciones requiera esta empresa.
Y sin
importarnos que éste o algunos de nuestros otros artículos, sean vistos por uno
o miles de ciberlectores, ni nos reproduzcan en sitios de grandes cantidades de
visitas; sabemos que nuestra tarea, con todas nuestras limitaciones, tiene que
estar fundada en un celo verdadero y hasta en una santa ira. Y si nadie quiere
escuchar, vamos a gritar en contra de estas espantosas herejías que promueve
hoy quien está al mando de la
Iglesia institucional y sus secuaces aunque tengamos que ir a
un charco para que nos escuchen los renacuajos. Esto último para que no digan
que pretendemos ponernos a la altura de San Antonio de Padua.
Lamentablemente
quienes deberían hablar, quienes deberían advertir a los fieles sobre los peligros de seguir tan pecaminosa
pastoralidad, no sólo callan, sino que hasta justifican y de esa forma
promueven esos pecados contra expresos mandatos divinos. Porque como
mencionamos al principio, es el mismo Bergoglio quien pone a los fieles contra
la espada y la pared, para que lo sigan a él o sigan a la Santa Madre Iglesia y
su Magisterio Eterno, Inmutable e Infalible. Cristo nos enseñó que “El cielo y
la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán” (Mc. 13, 31), y este Evangelio
no admite diversas interpretaciones por más misericordina que se les quiera
inyectar. Así hoy, la inmensa mayoría de los sacerdotes hacen el papel de perros mudos,
haciendo que hablen hasta las piedras en su defecto. Muchos hoy son cómplices
en la omisión de sus deberes de conducir al rebaño por el buen camino con su
silencio, pero dentro de poco van a ser cómplices activos por unirse sin
concesiones a la promoción de estos misericordeados pecados.
Quienes
por el contrario, supieron dar un valiente testimonio de coherencia con
su fe, oponiéndose
a los errores modernistas de la jerarquía apóstata, padecen como es
lógico, la persecución implacable de parte de estos últimos. Aunque esto
es sólo
el comienzo de los dolores de parto de la Iglesia, éstos varones católicos nos anticipan su
conducta futura teniendo en cuenta las palabras de Jesús que nos enseña que “quien
es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho” (Lc. 16, 10) y así en sentido
inverso, quienes hasta el día de hoy, no supieron y no quisieron señalar
públicamente los errores que conducen a la muerte eterna, mañana, cuando la
presión sea mucha mayor, difícilmente tomen una actitud diferente.
Augusto
TorchSon
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista