miércoles, 24 de septiembre de 2014

YO NO CRITICO A FRANCISCO: Alejandro Sosa Laprida

YO NO CRITICO A FRANCISCO
Alejandro Sosa Laprida

Bergoglio con pornografo 

¿Bergoglio con pornografo

Muchos me reprochan el hecho de que critique a Francisco de manera incesante. Y me sugieren que deje de ver solamente lo negativo. Paso a responder brevemente en dos puntos, recurriendo a ejemplos, ya que ellos permiten comprender mejor la situación en la que nos hallamos y el porqué de mi actitud:
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1. ¿Qué pensarían de alguien que sugiriera a la víctima de un secuestro que debería «cesar las críticas» hacia su secuestrador y ponerse a considerar los aspectos amables del delincuente que lo mantiene en cautiverio (por ejemplo, que le habla con amabilidad, le sonríe y lo alimenta)? Ese tipo de reacción es un mecanismo psicológico conocido con el nombre de Síndrome de Estocolmo. Se basa en la necesidad que experimenta la víctima de persuadirse a sí misma de que su victimario en el fondo es un ser bueno y humano, incapaz de hacerle daño. Ese pensamiento lo tranquiliza y lo ayuda a sobrellevar el mal momento por el que está pasando. Es un mecanismo de defensa perfectamente comprensible, pero totalmente ilusorio.
2. Yo no critico a Francisco. Yo lo denuncio, lo combato y lo desenmascaro. Para explicarme, utilizaré nuevamente un ejemplo: ¿A quién en su sano juicio se le podría ocurrir «criticar» a un enemigo despiadado que busca apoderarse de sus bienes, destruyendo su propia vida y la de sus seres queridos? Pues bien, aquí nos encontramos ante un caso análogo. Haciendo la salvedad de que lo que está en juego es algo muchísimo más preciado que la vida corporal y los bienes materiales. Se trata ni más ni menos que de la salvaguarda de la fe y de la salvación eterna. Repito, al mal no se lo critica: se lo denuncia, se lo combate y se lo desenmascara... Quien es consciente de ello y no lo hace, ya sea por cobardía, por comodidad o por indiferencia, necesariamente se vuelve cómplice...
Me han echado en cara también que haya sostenido que Francisco es el falso profeta descripto por San Juan en el Apocalipsis (13, 11). Es cierto que en alguna ocasión he podido decirlo. El reproche es entonces justificado: reconozco que es imposible tener certezas al respecto. Digamos que, a mi entender, Francisco podría serlo. Más aún, debo confesar que me sorprendería mucho que no lo fuese. Dicho esto, la verdad es que no pueden descartarse virajes imprevisibles, incluso sorprendentes. Ignoro pues si Francisco es o no es «el» falso profeta… 
Si él no lo fuese, lo será un sucesor suyo. O tal vez un predecesor : nunca se sabe… (por ejemplo, en caso de «cisma» entre «conservadores» y «progresistas» en la iglesia conciliar -hipótesis cada vez más verosímil-, o bien de atentado contra Francisco -¿perpetrado por Isis?-). Entonces, si es o no es «el» falso pofeta, no puedo saberlo a ciencia cierta. Pero afirmo categóricamente, y creo haberlo demostrado (http://callmejorgebergoglio.blogspot.fr/2014/09/the-strange-papacy-of-pope-francis-by.html - http://www.catolicosalerta.com.ar/bergoglio02/citas-escogidas.html), que se trata manifiestamente de «un» falso profeta. Y es ése sobrado motivo para denunciarlo y para atacarlo públicamente. Para advertir a los católicos somnolientos. Para defender la verdad ultrajada. Y para no volverme cómplice de sus notorias y escandalosas fechorías…
Vivimos en una época crítica, dramática, de una gravedad inusitada. Dentro y fuera de la Iglesia. Y, a mi parecer, de carácter claramente escatológico... No pueden saber cómo preferiría que los tiempos que corren fuesen más benignos. Y que pudiese regocijarme por tener a un compatriota instalado en Roma: ¿O acaso se imaginan que, presa de un impulso irrepresible de masoquismo delirante, me he propuesto arruinar la extraordinaria oportunidad que se me presenta de disfrutar del primer «papa» argentino de la historia y seguramente el último?
Quiera Dios darnos la lucidez necesaria para poder ver la realidad tal cual es, la entereza de ánimo para soportarla y la paz interior que nos permita librar el buen combate sin amargura ni rencor, movidos exclusivamente por la caridad sobrenatural, virtud teologal en la que el amor de la verdad y el amor del prójimo son una sola y misma cosa.
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