miércoles, 27 de agosto de 2014

EL CUENTO DE LA ABUELA

Mirando pasar los hechos




EL CUENTO DE LA ABUELA



Colorín


Colorado



Sorprendida por la nota gráfica, según parece a la salida del coiffeur, precisamente junto a la máxima expresión rulera:







Este cuento se ha acabado…

PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER EL ARTICULO 
La presidenta de las “Abuelas de Plaza de Mayo”, que según sus antiguas confidencias nunca pudo ser abuela de aquel sitio –ni de lado alguno– festeja ahora el encuentro con el retoño imposible. Para aumento de sus grandes honores –doctora honoris causa, aspirante al premio Nobel– y con toda seguridad de proficuos etcéteras; incluso predicando por atractivos lugares del mundo. Alguna vez protagonista de escenas conmovedoras, como por ejemplo al pasear por Alemania. Donde para deslindarse de un escándalo del momento – “Pesadillas Compartidas” – supo exaltar su modesta clase, ajena a derroches en maquillajes lujosos, al decir galanamente: “Yo barro la vereda y me pongo ruleros” (cfr. “La Nación”, 24.6.11).

Bastante más tarde concurrió a Roma y dice la crónica que le pidió al Papa –recién elegido– que ayudara a encontrar los 400 nietos “que siguen faltando, a través de la apertura de los archivos de la Iglesia en la Argentina y del mismo en el Vaticano” (sic).

Después del coloquio facilitado por el Sumo Pontífice, sostuvo una conferencia de prensa en la casa del embajador ante el Vaticano. Y frente a preguntas sobre sus pasadas críticas a la Alta figura, no retrocedió, recalcando por el contrario: “La historia no se borra, él nunca habló de nuestros nietos y había dolor en nosotras, las abuelas, simplemente porque no habló”.

Además denunció a la cúpula de la Iglesia argentina, que “fue cómplice (sic) de la dictadura” y a “otros que son responsables por omisión”… “No pedimos que nos pidan perdón, sino que nos ayuden a encontrar nuestros nietos, que son 400. Las abuelas no queremos morirnos sin encontrarlos”, sostuvo apostando su vida a lo imposible. Pero acaso aguijoneada por la propia contumacia, se animó a insistir “que se abran los registros de la Iglesia en la Argentina, porque ahí debe haber información y que los curas que saben algo y no nos importan sus nombres, que hablen”. Para terminar con la terrible amenaza: “Si es necesario, volveremos al Vaticano por si necesitan que colaboremos con nuestras estrategias” (sic).





Casimiro Conasco