lunes, 24 de marzo de 2014

El 24 de marzo y la otra parte de la verdad – Por Nicolás Márquez

El 24 de marzo y la otra parte de la verdad – Por Nicolás Márquez


nico2Tal como viene sucediendo año tras año, es de esperar para hoy 24 de marzo (fecha convertida por el régimen en insólito feriado turístico) un conglomerado de actos y encendidas alocuciones en repudio a las Fuerzas Armadas por haber tomado el poder del Estado en 1976. En esta velada, al igual que en las predecesoras, recolectores de votos y figurones de circunstancia omitirán recordar el apoyo irrestricto que todos los partidos políticos, personalidades múltiples y diferentes estamentos de la sociedad civil de todas las ideologías le dieron a la pacífica sublevación militar que destituyó a Isabelita y su corte de ladrones  impresentables. Motivos para tal consenso no faltaban: antes del mentado 24, en los tres años de gobierno constitucional precedentes, el terrorismo peronista de la AAA había asesinado a medio millar de personas; el terrorismo marxista (“jóvenes idealistas”, les llaman algunos medios) protagonizado por el ERP y Montoneros superaba los 7.000 atentados y los guerrilleros desaparecidos ya ascendían a 900. Cabe destacar que el 52% de los asesinatos perpetrados por la subversión fue llevado a cabo en la democracia antecesora a la gestión de facto naciente en 1976.
La semana previa al cambio de gobierno, diarios antagónicos entre sí como La Prensa y La Opinión informaban que, desde mayo de 1973, el terrorismo había causado 1.358 muertes. En ese período, no sólo no se dictó ninguna condena a un solo terrorista, sino que centenares de ellos fueron amnistiados durante el lamentable pasaje del vacilante Héctor Cámpora. Otro dato que tampoco será evocado esta semana, es que entre 1969 y 1979, las bandas terroristas fueron autoras de 21.665 atentados subversivos (hechos y cantidades ratificados en la sentencia dictada el 9/10/1985 por la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional – Cap. 1. Cuestiones de hecho – Causa 13).
Por entonces, ante la inminencia de un “golpe”, no sólo no hubo ni una sola voz en contra de la reacción cívico-militar en ciernes, sino que hasta la clase política promovía ansiosamente el reemplazo y cambio de gobierno a efectos de desembarazarse de una situación inmanejable. A modo sintético y ejemplificativo, el 21 de marzo el diario Clarín informaba: “Los legisladores que asistieron al Parlamento se dedicaron a retirar sus pertenencias y algunos solicitaron un adelanto de sus dietas”; el mismo día, el matutino La Razón completaba: “Hay tranquila resignación en el Congreso frente a los inevitables acontecimientos que se avecinan”.
El oficialismo, capitaneado por la bataclana Isabelita  y el hechicero José López Rega (este último semanas atrás se había fugado al exterior), no sólo no brindaba respuesta eficaz a la guerra civil desatada por el terrorismo marxista, sino que potenciaba el caos con su manifiesta incompetencia gubernamental. De la oposición nada podía esperarse, puesto que el jefe de ésta, Ricardo Balbín (a la sazón presidente de la UCR), efectuó un público y desembozado lavado de manos el 22 de marzo, alegando: “Hay soluciones, pero yo no las tengo”. Días atrás (el 27 de febrero), el comité nacional de la UCR publicó la siguiente declaración destituyente: “El país vive una grave emergencia nacional… ante la evidente ineptitud del Poder Ejecutivo para gobernar… Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de un proceso que por su hondura, vastedad e incomprensible dilación, alcanza su límite”. Incluso, hasta el mismísimo Partido Comunista, el 12 de marzo reiteró su propuesta de formación de “un gabinete cívico-militar”. El senador radical Eduardo Angeloz, con esa imprecisión tan inherente a su partido de pertenencia arengaba: “Alguien tiene que dar la orden… alguien tiene que decir basta de sangre en la República Argentina”. Como si la guerra civil y el desgobierno fueran poco, los números económicos se desplomaban y la hiperinflación (según informe de FIEL) arrojaba una proyección anual del 17.000% para 1976. Durante los días previos al 24 de marzo, las declaraciones de personalidades y las notas de los diarios reflejaban el clima de terror y el desgarrador pedido de cambio de gobierno. La Opinión  publicaba: “Un muerto cada cinco horas, una bomba cada tres” (19/03/76). El 23, nuevamente el diario socialista La Opinión titulaba: “Una Argentina inerme ante la matanza”, y agregaba: “Desde el comienzo de marzo hasta ayer, las bandas extremistas asesinaron a 56 personas”; esa fecha, La Razón redundaba: “Es inminente el final. Todo está dicho”. Pero la expresión más clara de lo que la clase política podía dar fue del diputado Molinari: “¿Qué podemos hacer? Yo no tengo ninguna clase de respuesta”.
En efecto, la hipocresía de los que ahora cuentan la historia oficial a base de aforismos humanísticos omiten recordar que “la inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”, textuales palabras dirigidas a la revista alemana “Geo”, en 1978, por el escritor Ernesto Sábato (el mismo tránsfuga que después presidió la Conadep y prologó el libro Nunca Más financiado por el inconcluso gobierno de Raúl Alfonsín). Pero nada de esto será mencionado en este 24 de marzo en los espectáculos estatales, en donde Hebe de Bonafini (ya sin el asesoramiento del parricida Sergio Schoklender) desparramará su odio por algún lado; la activista Estela Carlotto (de quien seguimos esperando tenga la amabilidad de probar su condición de abuela) hará lo propio con los suyos y muchos otros actos serán llevados a cabo por nuestros desmemoriados dirigentes que, sedientos de protagonismo, en nombre de la “memoria” (hemipléjica e ideologizada) y los “derechos humanos” (de los terroristas) fustigarán el “golpe” (apoyado por los mismos partidos a los que ellos pertenecen) y a los “militares genocidas” que actuaron bajo decreto presidencial de un gobierno constitucional que en 1975 les ordenó intervenir en el campo de batalla a fin de “aniquilar el accionar de los elementos subversivos” (Decreto 261-75).
Pero el apoyo generalizado a los militares de los mismos sectores que hoy repudian a los “genocidas” no se limitó al 24 de marzo. Una vez constituidas las nuevas autoridades, estos no sólo respaldaron al flamante gobierno sino que se sumaron al mismo ejerciendo diferentes cargos en la función pública. Tanto es así que el 25 de marzo de 1979, el diario La Nación detallaba que de las 1.697 intendencias vigentes en la gestión del Presidente Jorge Rafael Videla, solo el 10% de ellas eran comandadas por miembros de las FF.AA.; el 90% restante, estaba conformado por civiles repartidos del siguiente modo: el 38% de los intendentes eran personalidades ajenas al ámbito castrense de reconocida trayectoria en sus respectivas comunas, y el 52% de los municipios era comandado por los partidos tradicionales en el siguiente orden: la UCR contaba con 310 intendentes en el país, secundada por el PJ (partido presuntamente “derrocado”) con 192 intendentes; en tercer lugar se encontraban los demoprogresistas con 109, el MID con 94, Fuerza Federalista Popular con 78, los democristianos con 16, el izquierdista Partido Intransigente con 4 y el socialismo gobernaba la ciudad de Mar del Plata. En otras áreas gubernamentales, el socialista Américo Ghioldi se constituía en embajador en Portugal; en Venezuela, el radical Héctor Hidalgo Solá haría lo propio, Rubén Blanco en el Vaticano y Tomás de Anchorena en Francia; el demoprogresista Rafael Martínez Raymonda en Italia, el desarrollista Oscar Camilión en Brasil y el demócrata mendocino Francisco Moyano en Colombia. Asimismo, el Partido Comunista emitió proclamas de apoyo al gobierno. Tanto es así que ésta fue la primera gestión cívico-militar que no prohibió ni declaró ilegal al polémico partido.
Por supuesto que lo que hoy más molesta a los vendedores de memoria no ha sido “el golpe” en sí, puesto que el fundador del actual partido gobernante, Juan Perón, también participó durante su vida de diversos golpes de Estado (como ser en el de 1930 y también en el de 1943, en donde este ejerció luego el cargo de VicePresidente de la Nación del gobierno de facto del GOU que apoyó al Eje en la Segunda Guerra Mundial). Justamente, lo que en verdad molesta a los reescribidores de historietas es que los militares hayan impedido a la guerrilla liderada por Mario Firmenich tomar el poder del Estado e instaurar una dictadura comunista.
Por supuesto que el gobierno militar del Proceso de Reorganización Nacional cometió errores y horrores en el marco de la guerra civil desatada por el terrorismo marxista, pero en absoluto estos fueron en la proporción ni en la dimensión que pretenden endilgarles sus indecorosos enemigos. Tanto es así que hasta el propio Firmenich en torno al fenómeno de los “desaparecidos” le confesó y reconoció ante el periodista Jesús Quinteros (en nota publicada en Página 12, el 17 de marzo de 1991) que durante la guerra antiterrorista, el margen de error o daños colaterales fueron mínimos: “Habrá alguno que otro desaparecido que no tenía nada que ver, pero la inmensa mayoría era militante y la inmensa mayoría eran montoneros (…) A mí me hubiera molestado muchísimo que mi muerte fuera utilizada en el sentido de que un pobrecito dirigente fue llevado a la muerte”.
Como vemos, el saldo de aquella guerra fue demasiado triste como para que hoy sea usado por los personeros del régimen como fetiche proselitista y lo que es peor, como negocio rentístico. 8400 muertos entre caídos y desaparecidos por un lado más 1500 asesinados por la guerrilla por el otro es el doloroso legado de aquel largo y violento conflicto interno.
Se va otro 24 de marzo y el actual régimen decadente tendrá la chance transitoria de reflotar y repetir una vez más su destartalado relato setentista, no sin el coro servil y funcional de la gelatinosa “oposición”, sea esta de extracción socialdemócrata o de los imbéciles alegres del duranbarbismo capitalino. En suma, los mentirosos y sus aliados involuntarios cuentan en su favor con el aparato de propaganda que financiamos entre todos, pero los que no compramos ni adherimos a la historieta oficial, contamos en nuestro favor con el peso de la verdad histórica confirmada por los hechos objetivos y los documentos que así los acreditan.
Sabemos además que no hay nadie más apegado a la verdad que Dios Nuestro Señor. Y si Dios está con nosotros: ¿quién contra nosotros?