viernes, 28 de febrero de 2014

EL PAPA FRANCISCO Y LA FSSPX: UNA OPORTUNIDAD

El Papa Francisco y la FSSPX: una oportunidad

Un colaborador del National Catholic Register (EWTN), una web emblemática del neoconservadurismo eclesial norteamericano, opinó a favor de regularizar la situación canónica de la FSSPX. A los pocos días el artículo desapareció de la página. Ofrecemos hoy nuestra revisión de la traducción del artículo desparecido.

El Papa Francisco y la FSSPX: una oportunidad.
Por PATRICK ARCHBOLD
A estas alturas, muchos de ustedes probablemente han visto el video de Tony Palmer, la semana pasada, que fue muy emocionante para muchos.
En una conferencia de protestantes, Tony Palmer, un sacerdote anglicano, trajo consigo un video  de iPhone con el saludo del Papa Francisco. El tema de la conferencia y de la grabación del Papa era la unidad de los cristianos.
En su discurso, el Papa Francisco hizo las siguientes declaraciones a los hermanos separados, con respecto a la separación misma: "Separados porque, es el pecado el que nos ha separado, todos nuestros pecados. Los malentendidos a lo largo de la historia. Ha sido un largo camino de pecados que todos compartimos.  ¿Quién tiene la culpa? Todos compartimos la culpa. Todos hemos pecado. Sólo hay uno sin culpa, el Señor".
Sin duda, es así. Independientemente de la verdad de la doctrina católica, la Iglesia ha aceptado su parte de culpa en los malos entendidos, que se han ido profundizando y endureciendo, lo que lleva a siglos de separación.
Cuando me enteré de esto, algo más, escrito por el predecesor del Papa Francisco, vino inmediatamente a mi mente. En 2007, junto con la emisión del Motu proprio Summorum Pontificum, el Papa Benedicto XVI envió una carta dando sus razones. En esa carta, hizo la siguiente declaración:
«…Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo. Me viene a la mente una frase de la segunda carta a los Corintios donde Pablo escribe: “Corintios, os hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están para nosotros. Correspondednos;... abríos también vosotros” (2 Cor 6,11-13). Pablo lo dice ciertamente en otro contexto, pero su invitación puede y debe tocarnos a nosotros, justamente en este tema. Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a lo que la fe misma ofrece espacio.”»
Se me ocurre que esto puede ser uno de esos momentos críticos de la historia a los que Su Santidad se refiere.
Con la ruptura de las conversaciones entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X, al final del pontificado anterior, el ánimo del público durante este primer año del actual pontificado, y otros acontecimientos internos, los católicos tradicionales, tanto dentro como fuera de la Iglesia, se han sentido cada vez más marginados. Sea verdadero o falso, lo digo sin temor a la contradicción, se trata de un sentimiento predominante.
Esta percepción de la marginación se ha manifestado en la retórica cada vez más estridente y en una franca falta de respeto por parte de algunos tradicionalistas y sus líderes.
Tengo la gran preocupación que, sin toda la generosidad que permite la fe a los líderes de la Iglesia, esta separación, esta herida en la Iglesia, se convierta en permanente. De hecho, sin tal generosidad, es lo que cabe esperar. Con tal separación permanente, y con tal sentimiento de marginación, probablemente se separarán más almas que las que hoy están asociadas a la FSSPX.
También he llegado a creer que el Papa  Francisco es exactamente el Papa que puede hacerlo. En su discurso a los evangélicos, deja en claro una preocupación real por la unión.
Por esto, he aquí lo que estoy pidiendo. Pido al Papa que aplique esa gran generosidad hacia la Fraternidad San Pío X, y que normalice las relaciones y su posición dentro de la Iglesia. Le pido al Papa que haga esto incluso sin el acuerdo total sobre el Concilio Vaticano II. Cualesquiera que sean sus desacuerdos, sin duda esto se puede resolver en el tiempo con una FSSPX firmemente implantada en la Iglesia. Creo que la Iglesia tiene que ser más generosa respecto de la unión, [y no] insistir en una adhesión dogmática a la interpretación de un Concilio no-dogmático. Los problemas son reales, pero tienen que ser resueltos con nuestros hermanos en casa y no con la puerta cerrada.
Además, el compromiso del Papa Francisco para con los objetivos del Concilio Vaticano II es incuestionable. De manera tal que nadie podría interpretar su generosidad como un rechazo del Concilio. ¿Cómo podría ser? Porque quizás podría no haberse percibido así en el anterior pontificado; pero hoy el Papa Francisco es justamente el adecuado para este momento magnánimo.
Yo creo que esta generosidad está justificada, y es la práctica habitual en la Iglesia. No insistimos a las órdenes religiosas que puedan haberse desviado aún más lejos, en otra dirección, para que firmen una copia de la Pascendi Dominici Gregis antes de que puedan ser llamadas católicas de nuevo. Así que, por favor, no nos hagan insistir más en un corolario aplicable a la FSSPX. ¿Debemos insistir más con un grupo que ha permanecido impasible desde hace cincuenta años? Ruego que no.
Denles status canónico y una estructura organizativa que los proteja. Tráiganlos a casa, por su bien y el de innumerables almas. Sinceramente, creo que tal generosidad será pagada siete veces. El Papa Benedicto XVI ha hecho mucho del trabajo pesado ya, todo lo que se requiere es un poco más.
Por favor, Santo Padre, no dejemos pasar este momento y que esta brecha se convierta en un abismo. Haga esta oferta generosa y salve a la Iglesia de una nueva división. Haga esto para que ninguno de sus sucesores pueda alguna vez decir: "¡Ojalá hubiéramos hecho más."