lunes, 30 de septiembre de 2013

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS

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La poco conocida Santa Teresita


El día 1 de octubre la Iglesia celebra la memoria de Santa Teresa del 
Niño Jesús y de la Santa Faz, “la mayor santa de los tiempos modernos“, según palabras del Papa San Pío X. El encanto de su “Pequeña Vía”, con toda su suavidad y misericordia, armoniza admirablemente con los trazos de un genuino guerrero, “Quisiera morir en un campo de batalla, con las armas en la mano“, afirmó una vez. [1]
Su alma tenía aspiraciones infinitas: quería ser guerrero, sacerdote, apóstol, doctor de la Iglesia y mártir; sentía el coraje de un cruzado, de un Suabo Pontificio; ella quería morir en el campo de batalla, defendiendo a la Iglesia; quería predicar el Evangelio en los cuatro continentes y en las islas remotas. “¡Jesús, Jesús -ella decía- si fuera a escribir todos mis deseos, tendría que pedirte prestado Tu libro de vida, yo querría realizar todas esas hazañas por Ti…” [2]
Santa Teresita de LisieuxUna admiradora de Santa Juana de Arco.
Este aspecto guerrero del alma de Santa Teresa es un aspecto dominante de su perfil moral. Sin embargo, aún aquellos que la quieren más, tienden a olvidar este aspecto.
En mi niñez, yo soñaba con combatir en un campo de batalla. Cuando comencé a leer la historia de Francia, quedé encantaba con las hazañas de Juana de Arco; y sentí en mi corazón el deseo y el coraje de imitarla“. [3]
Santa Teresa gradualmente fue percibiendo las profundas similitudes entre su vida y la de la Virgen de Domrémy. Así, el 21 de enero de 1894, en el 101 aniversario del martirio del infortunado rey Luis XVI, ella escribió un libreto de teatro llamado “La misión de Juana de Arco“. Al año siguiente, cuando el Papa León XIII la declaró “Venerable”, y Francia celebró a sus santa mártir y guerrera, Santa Teresa escribió otro libreto, “Juana de Arco cumple su misión“, que fue representada por la comunidad. Santa Teresa hizo el papel de Juana de Arco.
 
La obra representaba la conquista de Orleáns, la coronación del rey Carlos VII, pero sobre todo la quema de Santa Juana de Arco en el patíbulo, lo que significaba para Santa Teresa el cumplimiento de la emisión de su heroína.
Santa Teresa firmó su Cántico para obtener la canonización de Santa Juana de Arco como “Un soldado francés, defensor de la Iglesia y admirador de Juana de Arco“.
Santa Juana, la Virgen de Orleáns, y Santa Teresa, la Virgen de Lisieux, son dos modelos de la militancia católica, combatiendo contra los enemigos de la Iglesia y de la Civilización Cristiana. Dos grandes santas, que llevaron vidas tan diferentes – una estrictamente militar y la otra contemplativa- tienen sin embargo profundas afinidades entre si.
Santa Teresa no vivió para ver la canonización de Santa Juana, y ella estaba muy lejos de imaginar que el 18 de mayo de 1925 el Papa Pío la presentaría a ella misma al mundo Católico como “la nueva Juana de Arco“; y que durante la Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XII la declararía, al igual que a la Virgen de Orleáns, “patrona secundaria de Francia“.
Un alma de cruzado; Apariciones; el combatiente.
La idea de la lucha alimentó constantemente el alma fuerte de la santa de la “lluvia de rosas“.
Me quedé dormida un instante durante la oración“, contó a la madre Agnès. “Soñé que no había soldados suficientes en una guerra contra los prusianos. Y usted dijo: Necesitamos enviar a la Hermana Teresa del Niño Jesús. Respondí que aceptaba, pero que prefería luchar en una guerra santa. Pero finalmente yo fui de todas maneras.
Oh no, no tendré miedo de ir a la guerra. Con la misma alegría, por ejemplo, en el tiempo de las Cruzadas, y habría ido a combatir a los herejes. Si. No habría temido ser muerta; no habría temido el fuego“. [4]
¡Cuando yo pienso que estoy muriendo en una cama! Me habría gustado morir en la arena“. [5]
El mismo espíritu combativo la animaba en las luchas de la vida espiritual: “¡Santidad. Necesitamos conquistarla a punta de espada… necesitamos luchar!” [6]
Este es el temple de esta alma de guerrero, extremadamente activa y enérgica, de acuerdo a los testimonios de los que la conocieron: “Bajo un suave y gracioso aspecto, ella revelaba a cada instante, en sus acciones, un carácter fuerte y un alma varonil; ella no se desanimaba en su dedicación por los intereses de la Iglesia“. [7]
Esta es un alma varonil, un gran hombre“, dijo posteriormente el Papa Pío XI. Santa Teresa del Niño Jesús seguía el consejo de Santa Teresa de Avila a sus hermanas: “Quiero que no seáis mujeres en nada, pero similares a hombres fuertes en todo“. [8]
Así escribió el Cardenal Vico a respecto de la Virgen de Lisieux: “La virtud de Teresa se impone con una increíble majestad: la niña se transforma en héroe; la virgen con sus manos llenas de flores causa admiración por su coraje varonil“. [9]
Un análisis grafológico del Acto de Profesión de Santa Teresa proporciona este admirable testimonio: “una resolución férrea, un gran deseo de luchar, una indomable energía están expresadas aquí. Estos rasgos muestran al mismo tiempo el temor infantil y la decisión del guerrero“. [10]
Al comenzar la Primera Guerra Mundial en 1914, ¡Santa Teresa apareció unas 40 veces en varios campo de batalla, algunas veces llevando una cruz en su mano, otras un sable! Los soldados la vieron; ella habla con ellos tranquilamente, resuelve sus dudas, vence sus tentaciones y calma sus temores. Ella los protege, los consuela y los convierte.
Los soldados franceses la invocaban como “mi pequeña hermana de las trincheras“, “el ángel de las batallas” y “mi querido pequeño Capitán“. Un soldado escribió, “De hecho, esa gentil Santa será la gran heroína de esta guerra“. Otro comentó, “Pienso en ella cuando truena el cañón con gran estruendo“.
Son innumerables las piezas de artillería y los aviones bautizados con el nombre de Hermana Teresa; regimientos enteros fueron consagrados a ella. En su convento de Lisieux, se encuentran Incontables reliquias de la santa que detuvieron milagrosamente balas de fusil como un real escudo, salvando las vidas de los soldados que las portaban. Ellas son un testimonio de los grandes prodigios de aquella que, de hecho, “murió con las armas en la mano“. [11]
Autor: Luis C. Azevedo