lunes, 30 de septiembre de 2013

MIGUEL AYUSO


Miguel Ayuso
Por Juan Manuel de Prada.
En un mundo sano, un hombre de la nobleza intelectual y humana de Miguel Ayuso estaría ocupando puestos de honor
AUNQUE antes ya lo había tratado someramente, mi admiración hacia Miguel Ayuso nació con Lágrimas en la lluvia, el programa televisivo que dirijo desde hace tres años. Miguel Ayuso es un paladín del tradicionalismo hispánico, escuela que siempre había suscitado en mí gran interés intelectual. Me bastó invitarlo a un par de programas para descubrir que me hallaba ante una persona excepcional: un pensador profundo y sagaz, dotado de intuición creadora e insuperable expresividad, de erudición enciclopédica y sin embargo siempre amena, de humor irresistible y una generosidad a prueba de bomba; pero, sobre todo, más allá de sus plurales conocimientos, Miguel Ayuso me pareció uno de esos raros hombres que, más allá de ser expertos en una ciencia concreta, son capaces de armar todas las ciencias en sabiduría y de percibir las cosas abarcadoramente, vistas a la vez en sus más íntimos recodos y en panorámica, de tal modo que, allá donde posan la mirada, llevan una luz no usada, perspicaz y distinta, sobre cuestiones que nos habíamos acostumbrado a mirar con las anteojeras de los lugares comunes. He aquí el distintivo del verdadero sabio.
Miguel Ayuso es también la persona más brillante que yo haya conocido jamás. Cuando expone sus razones, asciende desde el plano de las contingencias al plano de los principios con tal poder persuasivo que quien lo escucha razonar se siente al instante prendido de sus razones. Los franceses tienen una expresión, maître à penser, para referirse al hombre que, a través de su pensamiento, no sólo nos incita a repensar las cosas, sino que nutre de esqueleto y musculatura nuestro pensamiento, enseñándonos a pensar. Y eso es, exactamente, Miguel Ayuso, cuya sabiduría se ha derramado en muchos programas de Lágrimas en la lluvia sobre las más diversas cuestiones culturales, políticas, filosóficas, históricas o religiosas, siempre con esa «unidad de mente» que reclamaba Santo Tomás al hombre de ciencia. Así se explica que Miguel Ayuso pueda ser a un tiempo polemista y apologeta, como lo fueron en su tiempo Chesterton o Belloc y como, por desgracia, ya no puede serlo casi nadie, salvo que se resigne a arrostrar una condena al ostracismo.
Lo más admirable de Miguel Ayuso, sin embargo, no son estas dotes que acabo de describir. Lo más admirable de él es que, siendo un hombre al que su pensamiento (que no es de derechas ni de izquierdas, sino combativo contra ambas, como hijas podridas de la modernidad que son) ha impedido el triunfo mundano, no esté envenenado por el despecho ni por el «celo amargo», sino que en todo lo que hace y dice la jovialidad y la bonhomía, el donaire y la caballerosidad brinquen como liebres gozosas; y que nunca cese en su afán de ayudar a quienes le rodean, como hizo conmigo el día en que, habiéndose muerto su madre un par de horas antes, vino sin embargo a grabar un programa al que lo había invitado, por no dejarme en la estacada. Creo que en un mundo sano, un hombre de la nobleza intelectual y humana de Miguel Ayuso estaría ocupando puestos de honor y cosechando aplausos; pero ya sabíamos que nuestro mundo está enfermo. No sabíamos, sin embargo, que estuviera tan putrefacto como para que el resentimiento, la envidia, la manipulación periodística y la avilantez se aliasen, tergiversando sus palabras del modo más marrullero y arrastrando su fama por el fango.
Querido Miguel: Cernuda nos recordaba que ciertos insultos, por proceder de quienes proceden, son «formas amargas del elogio». Gozar de tu amistad y de tu magisterio vivo es uno de los honores más altos que me ha concedido el cielo.
Fuente:

http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20130928&idn=1511219763236