domingo, 29 de septiembre de 2013

EL PECADO DE FRANCISCO ES NO AMAR A LA IGLESIA


frialdad
No se ama si no se obra la verdad.
Pero la Verdad no nace de la mente de un hombre, sino que nace del Pensamiento del Padre.
Muchos no saben amar porque no ven la Verdad y llaman a cualquier obra buena amor.
El Amor es la obra del Espíritu en el alma. Es lo que el Espíritu pone en el corazón para que el alma lo obre.
La enseñanza de Dios al alma es siempre una obra de amor.
Dios, cuando ama al alma, la mueve hacia una obra de amor. Esta obra de amor es realizar la misma Verdad que está en Dios. Si el hombre realiza otra verdad, aunque sea buena a sus ojos humanos, ya no ama.
El amor no es lo que el hombre hace, sino lo que Dios hace en el alma.
El amor no es lo que el hombre se encuentra en la vida, es lo que Dios produce en el alma.
El amor no es la conquista de una vida, es la realización de lo que Dios pone en el alma.
No se sabe amar porque no se sabe mirar el corazón, donde Dios ama al alma.
Mirar el corazón es ver la acción de Dios en la vida. Los hombres pierden sus tiempos mirando sus mentes humanas.
En la mente sólo está el vacío de la vida, no el amor.
En la mente, el hombre se inventa sus amores, que le llenan de placeres y de felicidad en la vida. Pero hacen que su corazón sienta el vacío del amor.
En la mente se encuentra la obra buena, pero no la obra que Dios quiere que se haga en la vida. Esa obra hay que verla en el corazón.
Francisco no ama la Iglesia. Ése es su pecado.
Un pecado que nace de su error, de su amor a la vida humana.
Porque Francisco construye su amor al hombre en su entendimiento humano, entonces hace en la Iglesia la obra de ese amor, que va en contra de la obra del amor divino.
Si el amor humano de Francisco naciera del amor divino, entonces sería un hombre bueno que no atacara a la Iglesia, sino que dejara a la Iglesia en la Verdad de lo que es.
Pero desde que inició su Pontificado, su amor al hombre está por encima del amor a la Iglesia.
No quiso ser llamado Papa, rebajó el Papado con notas externas, hizo cosas no propias de un Papa en los primeros días de su reinado, no quiso amoldarse a los escritos preparados para la predicación en la Iglesia, sino que enseguida dio sus sermones, confusos, errados, que no nacían del corazón, sino de su error en la mente.
Pasó por alto tantas advertencias que se le decía para mostrarse como tiene que ser un Papa, porque él quiere ser un hombre, acercarse al hombre, agradar a todo hombre, sentirse unido al hombre, volverse a la miseria del hombre, darle un mano, porque ama al hombre de una manera equivocada.
El amor que obra Francisco es un amor que muchos en la Iglesia tienen. Muchos ponen al hombre por encima de Dios. Y es antes el criterio de los hombres que la Mente de Cristo. Es antes la palabra de los hombres que la Palabra del Evangelio. Es antes las obras buenas humanas, que las obras santas, sagradas, en la Iglesia.
En la Iglesia se vive un falso amor, fruto del enfriamiento de la caridad de muchos.
La caridad es un fuego divino dado al corazón del hombre. Pero si ese fuego se va apagando porque el corazón se cierra a la enseñanza del amor, entonces el alma vive para la frialdad de su mente y obra con esta frialdad en la Iglesia.
Por eso, en la Iglesia se percibe odio, resentimientos, envidias, celos, mentiras, engaños, falsedades, porque el corazón está cerrado al Amor, y se vive de pensamientos, de ideas, de planes humanos en la Iglesia.
Y quien hace caminar así, buscando el camino de los hombres, es la misma Jerarquía de la Iglesia.
Francisco es ejemplo de ello cuando con los jóvenes los invitó a seguir lo que eran: independientes, ambiciosos, orgullosos, soberbios, lujuriosos. Porque esa es la idea que tiene de la juventud. Y hay que amarla de esta manera, porque para él lo primero es amar al hombre, después es ver qué hay que darle al hombre. Y si hay que ofrecerle una amistad, se la da, aunque para ello sea necesario que rebajarse con el pecado del otro.
Porque así entiende Francisco el amor al otro: abajarse a su estilo de vida, abrazar su pecado, quitarle importancia, dejárselo como un bien para su vida de hombre, y ayudarle para que esa forma de vivir sea próspera en lo humano, pero sin fijarse en el elemento espiritual, moral, de la persona.
Hay que amar a los jóvenes porque son hombres y hay que acercarse a sus vidas y ser como ellos, imitarlos en su orgullo e independencia. Hay que ser rebeldes, como ellos. Y se les ayuda para que tengan una vida de rebeldía, de placeres, de felicidad, porque eso es lo que da Dios a los hombres.
Esta forma de pensar de Francisco es la de tantos sacerdotes en la Iglesia que no saben conducir al rebaño a los pastos del amor, sino que dejan al rebaño en sus propios pastos de impureza y de rebeldía hacia Dios.
El pecado de Francisco está en sus obras. En cada cosas que hace en la Iglesia. No está en sus palabras. En las palabras está la cabeza de su error. Lo que él piensa de la vida, de la Iglesia, del sacerdocio.
En sus obras está la obra de su amor al hombre. Él habla muchas cosas, pero siempre obra este amor falsificado, errado en la raíz. No ha sido capaz de obrar un amor verdadero. Ha sido capaz de hablar lo verdadero cuando se sujeta al papel que le preparan para que no diga tonterías. Pero cuando no se sujeta a ese papel, por esa boca sale su error constantemente. No es que se equivoque en algo. Es que en todo lo que dice, cuando se pone a improvisar, cuando quiere dar su opinión, hay un error, una mentira, una falsedad. Por eso, no hay que fijarse en lo que dice. Hay que ver sus obras concretas en la Iglesia.
Y esas obras están ahí. Son muy claras. No hay que ver sus obras en lo exterior que transmite: en su falsa humildad exterior, en su necio despojo de las riquezas, en su falsa amistad por todos los hombres.
Sus obras en la Iglesia las hace como Papa, sin serlo. Pero está ahí presidiendo, no gobernando, la Iglesia. No quiere gobernarla porque no quiere ser Papa. Sólo quiere ser un hombre bueno, el Obispo de siempre, el que se va con sus camaradas y habla de las muchas cosas de la vida. En esas obras en la Iglesia, que son humanas, no divinas, está su pecado, porque hace obras en contra de la Verdad de la Iglesia, en contra de la Verdad del Evangelio, desde que inició su Pontificado.
Sus declaraciones últimas son una obra en la Iglesia, una obra de pecado. No es un conjunto de palabras. Es lo que piensa Francisco de la Iglesia, a la cual odia con su corazón, porque lo tiene cerrado al Amor Divino, que sólo puede entenderse cuando el hombre se despoja de todo lo suyo humano para revestirse de lo divino.
Francisco no quiso despojarse de sus vestiduras humanas cuando subió al Pontificado, sino que despojó al Pontificado de su realeza divina y transmite un pontificado frío, que nace de la frialdad de su entendimiento humano, porque no puede amar con el corazón a la Iglesia, al tenerlo cerrado al Amor.
Francisco no ama a la Iglesia porque ama al hombre y se queda en el hombre. Para él el centro de la vida es el hombre y la mujer. Y no hay más. Para eso vive: para el hombre, para conquistar lo humano, para ser feliz en lo humano, para dar a lo humano el brillo de lo humano.
Francisco no ama porque no sabe lo que es el Amor. Se ha inventado el amor, como han hecho tantos sacerdotes y Obispos en la Iglesia. Hoy se ama a los fieles con el pensamiento de cada uno, no con el corazón abierto a la Verdad, que trae el Amor.
Hoy se ama para quedar bien entre los hombres, para darles a los hombres lo que ellos quieren escuchar. Y no se les da la Verdad, que está en Dios -y que se refleja en el Evangelio- porque no se ama la Verdad, sino se aman las verdades que cada uno encuentra en su mente humana. Y esas verdades van en contra de la Verdad, que es la Iglesia.
La Iglesia persigue las verdades humanas. Y, entonces, hace lo que Francisco: obra el pecado, la mentira, el error que está en el pensamiento de cada sacerdote, de cada Obispo, de cada fiel. Ese error que no se quita sino despreciándolo, crucificando el pensamiento humano, pisoteando la ciencia humana, la técnica humana, la filosofía humana, que es lo que no hacen los sacerdotes ni los Obispos, ni nadie en la Iglesia.
Y ese error lleva al pecado de odio hacia la Iglesia, hacia lo divino, hacia lo santo, hacia lo sagrado. Un odio que se descubre en las palabras y en las obras, al mismo tiempo, que es lo que ha hecho Francisco.
El pecado de Francisco es el fruto de su error. Y cae en el error por su amor al dinero, amor a la vida, amor al bienestar de la vida.