miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL ESTADO PRISION NO ES CUBA: ES ARGENTINA

septiembre 25, 2013
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Carlos Marcelo Shäferstein4 
Cuando las transiciones hacia la democracia han concluido ya en toda América Latina -salvo las funestas “ovejas” negras de Cuba y Venezuela- y el continente se asienta en un próspero crecimiento económico, todavía persiste el anacronismo de la existencia de presos políticos en Argentina y otros países de la región. Se trata de militares injustamente detenidos por la izquierda que actualmente nos gobierna (y padecemos) en una buena parte de las naciones latinoamericanas. Es la vendetta de la izquierda, el precio que ha habido que pagar por haber derrotado a la subversión marxista en las décadas de los setenta y los ochenta.
En el caso argentino, no olvidemos que estos militares juzgados fueron, en la mayor parte de los casos, los hombres que libraron la lucha contra los Montoneros y otros grupos de carácter insurgente en la década de los setenta, pero también quienes arriesgaron con sus vidas la defensa del Estado argentino y evitaron que el país cayera en una experiencia de corte comunista. Derrotaron militarmente al marxismo en los tiempos de la Guerra Fría, pero fueron incapaces de ganar la batalla política después y que la sociedad argentina les hubiera hecho un mínimo reconocimiento.
Luego se reescribió la historia, se manipularon los luctuosos hechos acontecidos en ese periodo y cayó el telón del olvido sobre estos héroes detestados por el poder oficial y sus acólitos. La nefasta llegada de los Kirchner al poder, allá por el año 2003, fue el comienzo de su pesadilla, el regreso de la venganza de la historia por haber hecho frente a la amenaza comunista en una Argentina que se veía envuelta en una guerra civil cruenta y salvaje, implacable y despiadada.
Argentina es, sin embargo, el caso más paradigmático y también el más grave, tanto por la cantidad de presos políticos detenidos -más de un millar- y también porque se han violado las más elementales normas jurídicas y casi todas las garantías procesales.
Por ejemplo, con absoluto descaro se han vuelto a juzgar delitos que ya habían sido juzgados en la década de los ochenta, como ocurrió con el caso del general Jorge Rafael Videla, fallecido en prisión en extrañas circunstancias nunca aclaradas; se anularon, contraviniendo la legalidad vigente y la necesidad de un acuerdo social sobre este asunto, las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final puestas en marcha por el presidente Carlos Menem y, finalmente, se dejaron sin efecto los indultos a Videla y a otros dictados por el mismo mandatario.
Además, en contra de todas las convenciones internacionales y los más elementales derechos humanos, se condena a ancianos enfermos a largas penas sin apenas defensa, se incumple la edad máxima para estar en prisión -70 años- en el caso de este colectivo, se someten a largos controles y rigurosos exámenes policiales a los presos, que muchas veces pasan largas horas de espera hasta llegar a los tribunales, y se les destina a prisiones muchas veces situadas a largas distancias de donde residen sus familiares y amigos.
En definitiva, se trata de un lento y programado plan de exterminio que ya está dando sus frutos: más de 217 ancianos militares detenidos ya han muerto en presidio. El resto, seguramente, lo harán en los próximos años.
Mientras los hombres que libraron a la Argentina del terrorismo y una segura tiranía siguen en la cárcel, los antiguos terroristas, como el líder montonero Mario Firmenich, gozan de plena libertad de movimientos, han sido amnistiados e incluso gozan de cierta popularidad y prestigio entre la muchachada de La Cámpora. Es la nueva versión del mundo al revés.
Víctimas de una justicia asimétrica, que premia a los terroristas y condena al exterminio a los militares, los últimos presos políticos del continente constituyen un cruel anacronismo de nuestro tiempo. La demostración gráfica del sadismo de una izquierda que ni olvida ni perdona, pese a lo que pregonan, y que viven en el espíritu de una venganza permanente que no busca, precisamente, la reconciliación, sino la vigencia de un odio que mueve sus pérfidas ideas. Y también la persecución de aquellos que lucharon por la libertad y contra la satrapía comunista.
Querían para la Argentina la repetición del modelo cubano, la primera isla-prisión del mundo, y el tiro les salió por la culata; eso es lo que no perdonan y por lo que ahora pagan ese puñado de valientes soldados que les combatieron en su momento. Los militares argentinos, privados de todo reconocimiento y situados en el epicentro del repudio social, eran sus enemigos a batir. Nunca aceptaron su derrota y ahora se la cobran.