sábado, 22 de junio de 2013

LA INCREDULIDAD ARGENTINA

La incredulidad argentina


El caso de la joven Ángeles Rawson dejó al descubierto otra faceta de la sociedad argentina. La incredulidad.
Tras una mediatización comparable con la muerte de la niña Candela Rodriguez, la justicia difundió, a las 96 hs de cometido el crimen, un comunicado donde se informaba que el portero del edificio en el cual vivía la joven asesinada, se había “auto-incriminado”. El mismo comunicado aclaró que tal confesión había sido efectuada en calidad de testigo y que no resultaba válida procesalmente hasta tanto no se hiciera bajo declaración indagatoria.
Este comunicado del poder judicial suponemos que intentó aplacar la conmoción generada en la opinión pública. No cumplió su cometido. Por el contrario, como si se tratase de un balde de nafta echado al fuego, foros digitales y redes sociales ardieron tejiendo conjeturas al por mayor. Las mismas ya habían recrudecido con la declaración de la esposa del imputado, en el sentido que su marido había sido torturado.
Quien esto escribe, no está de acuerdo con la forma en que manejan el caso tanto los medios como la justicia. Sin embargo, en cualquier otro país, la sola referencia de una auto incriminación por parte de un sospechoso, habría bastado para considerar el caso como resuelto.-
En Argentina es un poco diferente. El poder judicial, para el ciudadano común, carece de credibilidad.
Ya José Hernandez recomendaba en el Martin Fierro “hacerse amigo del juez”. Y el problema es que hay muchos jueces que son como el famoso cantante brasileño Roberto Carlos. Tienen un millón de amigos, todos ellos muy poderosos, a quienes favorecen con sus sentencias.
Desde los jueces de faltas, pasando por los “servilleteros federales”, hasta llegar a las distintas conformaciones de la Corte Suprema, la relación amistosa entre poderosos y muchos magistrados se ha verificado a lo largo de toda nuestra historia. Tanto en el ámbito político como en el empresarial. Como hito destacable, podemos mencionar la desestimación en tiempo récord que hizo el Juez Oyharbide de la denuncia por enriquecimiento ilícito del matrimonio Kirchner.
El resultado de esta connivencia es, por un lado la injusticia efectiva para quienes se ven privados de un fallo justo. Por otro, la sensación de injusticia para millones y millones que sienten que les pasaría lo mismo si estuvieran en el lugar de los damnificados. Por último, la incredulidad. Como el ser humano es proclive a la generalización y, efectivamente se verifican grandes casos de injusticia, va de suyo que la gente descree tanto del poder judicial como de los otros dos poderes que componen el estado republicano.
Cabe preguntarse si es correcto generalizar y por ende ser tan incrédulo. Antes de responder, a las claras está que ambas costumbres argentinas a muchos les vienen como anillo al dedo. Así, se vota sin analizar y se procede conforme dicta la conciencia propia, no la ley. Total, si los de arriba no la cumplen…
Lo cierto es que no todos los funcionarios y jueces son corruptos. Aunque a veces nos parezca que la batalla la van ganando “los malos”, hay infinidad de fallos ejemplares y un sinnúmero de dirigentes que honran la política. Por ende, si bien es comprensible la incredulidad generalizada, no puede justificarse.
Es un deber cívico informarse e interesarse por la cosa pública. De lo contrario, nos convertimos en un batallón de Doñas Rosas y somos partícipes necesarios de la inviabilidad de nuestro país.
Gustavo Batakis