jueves, 30 de mayo de 2013

FRANCIA EN LA ENCRUCIJADA


Por Martín Buteler


Son quizá pocos los países del mundo, de entre aquellos en los cuales se ha aprobado hasta el día de hoy el llamado “matrimonio igualitario”, en donde la cuestión haya sido objeto de una lucha tan dramática y sostenida, dando lugar a sucesos tan trágicos como el truculento suicidio de Dominique Venner frente al altar de Notre-Dame de París. Los acontecimientos ya acaecidos hasta el día de la fecha son todos ellos dignos de particular mención, pero es probablemente una consideración global de los mismos la que nos revela la naturaleza más profunda del conflicto que actualmente divide a Francia, como ya dividió en su momento a otros países, sin llegar empero la controversia a adquirir ribetes tan patéticos.
La elección de la catedral de Notre Dame por parte de Venner para llevar a cabo el fatal acto de protesta que terminó con su vida, es quizá aún más simbólico que el mismo hecho en sí. “Escojo un lugar altamente simbólico”, escribía el famoso intelectual nacionalista poco antes del suicidio, “la catedral Notre-Dame de París que respeto y admiro, esa catedral edificada por el genio de mis antepasados en sitios de culto más antiguos que recuerdan nuestros orígenes inmemoriales”. Particularmente curiosa resulta tal elección si se tiene en cuenta el hecho de que no se trata de un escritor y pensador de inspiración cristiana, sino precisamente todo lo contrario, tal como lo afirmaba el diario La Nación del miércoles pasado, calificándolo como un “teórico renovador de la ultraderecha, de obediencia pagana y sensibilidad anticristiana”, para añadir inmediatamente a continuación que “la decisión de inmolarse frente al altar de una catedral plantea interrogantes suplementarios que probablemente nunca tengan respuesta”. Permítasenos, en todo caso, aventurar una suposición más que verosímil, insinuada en las mismas palabras de Venner, a saber: Notre Dame es el símbolo por excelencia de la Francia tradicional, cuyos últimos restos se hallan representados a pesar de todo en aquél magnífico templo. La desaparición de estos últimos restos, promovida entre otros por la ley aprobada en cuestión, desemboca en la desesperación que se produce en aquellos que no pueden resignarse a vivir en la completa anarquía, instaurada mediante la subversión de valores llevada adelante por la ideología socialista, dominante hoy en Occidente, aunque con un maquillaje distinto del de antaño. El lamentable suicidio de Venner se presenta ante nuestros ojos como el suicidio de Francia, en cierto modo, que nunca vislumbró lo lejos que podía llevar la Revolución perpetrada siglos atrás en nombre de la libertad, la fraternidad, y la igualdad, al entronizar, también en Notre Dame, el culto a la Diosa Razón. Estamos, en efecto, en el caso de la ley de matrimonio igualitario, ante un genuino resultado de la democracia liberal, que se remonta a aquél julio de 1789 como a uno de sus momentos fundacionales.
Por otra parte, tenemos las impresionantes manifestaciones populares, la última de las cuales se organizó el pasado domingo, día en el que en Francia se festeja el Día de la Madre. Constituyen dichas manifestaciones, no exentas de violencia, la variante social y política al dramático gesto de Dominique Venner. Tanto en un caso como en el otro, en efecto, se trata de un recurso extremo, llevado hasta el paroxismo, a los efectos de repudiar lo que se percibe justamente como la futura ruina de una nación, si bien no en todas partes la sensibilidad social y las reacciones consiguientes fueron tan vehementes como aquí; por no decir en ninguna, lamentablemente, tratándose de un gravísimo atropello contra la ley natural. Es por eso que, más allá de los motivos que impulsen individualmente a cada uno de los manifestantes y de sus formas y convicciones personales, a las cuales podemos o no adherir como católicos, manifestamos nuestro apoyo a esta causa apremiante, conscientes de que lo está en juego reclama una reacción decidida y, llegado el caso, también extrema.