jueves, 23 de mayo de 2013

AÑO 1763 PRIMERA INVASION INGLESA

Publicado en Revista Cabildo Nº 102
Mes de Abril de 2013-3era.Época

HISTÓRICAS
Luis Alfredo AMDREGNETTE CAPURRO
Desde el Real de San Felipe y Santiago de Montevideo

Año 1763 Primera Invasión Inglesa

Pertenecemos a la progenie I romana. Y al hablar de ese espíritu cesáreo e imperial forzosamente hablamos del Lacio y de su raza, con valoración que ata­ñe a la vida misma. Fue creación original del pueblo romano, el cual se instaló como Pueblo-Señor en un trozo de suelo dejando en la his­toria del mundo una impronta por siempre jamás.
Constancia permanente de sus esencias, las legiones imperiales prepararon la cuna de Cristo, según escribió con Verdad Hilaire Belloc. Pudiendo agregar que todo empezó cuando un Centurión tuvo Fe en Cristo y pidió la curación de su ayu­dante sabiendo que Jesús, podía hacerlo, sin allegarse hasta el lugar donde el enfermo sufría.
Y se produjo el milagro por de­cisión del Divino Maestro. Un Ofi­cial con gladio fue el primero en creer en el Señor Jesucristo. El guerrero, por serlo, no fue rechaza­do.
Mensaje para los siglos. Se le­vantó la Cruz, primero en el Gólgota por manos deicidas y luego en las catacumbas. Más tarde en los sur­cos feraces de Occidente. Los ro­manos se forjaron sobre el yunque de la virtud que iba mas allá que to­das las operativas de otras civiliza­ciones. A ella se la llamó Fides y de su espíritu y carne nació su impo­nente fuerza y ésta parió, como se­ñalara Francisco Maldonado de Quevedo, el Derecho Privado y Pú­blico.
Todo lo precedentemente seña­lado por quien nos abrió ventanas nuevas a nuestro intelecto, está en la profundidad secular mantenida en la herencia de nuestra raza. De­senvainar la Tizona de acero tole­dano para el rescate de nuestra His­toria, mostrando, como nos decía José Antonio, que la: "Monarquía del Yugo y las Flechas había sido un instrumento histórico de ejecu­ción de uno de ¡os más grandes sentidos universales".
Y en esa especie de arqueología histórico-política nos encontramos con las diferentes agresiones sola­padas o abiertas que fueron las que el Misterio de Iniquidad realizó con­tra nuestra Cristianoamérica inte­grada, no por colonias, sino por los Reynos del Imperio Sacro y Roma­no de las Españas, "martillo de he­rejes".
El tema de esta nota es la me­moria de una efeméride gloriosa, como lo fue la primera invasión in­glesa al Río de la Plata, derrotada estrepitosamente. Fue un 6 de ene­ro, el Día de los Santos Reyes, de 1763. Ya se cumplieron doscientos cincuenta años. Nadie lo recordó porque primó "el pecado bíblico de la torre", que al decir de Rafael Sánchez Mazas "es el de la confu­sión, el de la escisión, con las rup­turas como símbolo de decaden­cia".
Cuando la pérfida Albión copó estas regiones la Cruz se crucificó y la Espada se envainó. Pese a todo el Imperio estaba fuerte con sus Reinos Unidos por la Corona por­que continuábamos teniendo ansias con "unidad de destino en ¡o uni­versal". Teníamos Voluntad de Im­perio, manteniéndose pesare a quien pesare.
Por eso debemos revivir aque­llos aconteceres. Por dignidad. En el Año de Gracia de 1762 llegó a San Felipe y Santiago de Montevi­deo la noticia de que las Españas, unidas a Francia por el Pacto de la Familia Borbón, se hallaban en gue­rra con Inglaterra.
Carlos III de las Españas buscó entonces combatir no sólo a Albión sino a Portugal, satélite de Gran Bretaña desde el Tratado de Met-huen firmado en 1703 y que subor­dinó la Corte Católica de Lisboa a la Britania antipapista. Era la opor­tunidad de la renovada flota espa­ñola —a finales del siglo XVIII tenía trescientos buques con 7162 caño­nes y cien mil hombres en mar— para aplastar a los piratas de un ar­chipiélago de 315.000 kilómetros cuadrados que se perfilaba ya como imperio rapaz y que llegó, con el ariete masónico, a ocupar la quinta parte del globo saqueando y asesi­nando hasta nuestros días.
Declarado el conflicto, Su Ma­jestad Católica, envió al General Pedro de Cevallos las disposiciones a las que debía ajustarse. Éstas, en su parte sustancial decían: "...Con toda la actividad que permiten las Fuerzas a su cargo deberá dar pre­ferencia a lo que hoy posee pues probable, como es que, Portugal se mantuviese indiferente, inten­ten los ingleses, alguna expedi­ción contra Montevideo y apode­rarse de Maldonado y Buenos Ai­res. Ha de mirar V.E. estos obje­tos como primero".
El futuro Virrey Cevallos con la capacidad de iniciativa que lo carac­terizaba y poniendo en práctica las Ordenes del Real Despacho esta­bleció sitio a la 'Colonia del Sacra­mento estratégico enclave portu­gués muy poblado y defendido con gruesas murallas y buena artillería.
El asedio fue un duelo de cañones con numerosas bajas. El Ge­neral Pedro de Cevallos obtuvo por fin la capitulación del gobernador Silva Fonseca, al cual con caballero­sidad cristiana le permitió abando­nar la Colonia con sus tropas y las banderas desplegadas.
Era el 2 de noviembre de 1762. Disfrutaba el General hispano de su victoria cuando, como reguero de pólvora, por las desgarradas y su­frientes orillas del Plata llegó la no­ticia. Era ésta, la aparición en lon­tananza de una poderosa escuadra que enviaba Su Majestad Fidelísima de Portugal compuesta de podero­sos buques entre navios, fragatas, bergantines. En cada nave flamea­ban los pabellones de Portugal y Gran Bretaña. Eran los refuerzos para el ausente y derrotado Silva Fonseca. El Comandante en Jefe era el Almirante inglés John Macnamara quien tenía órdenes de ata­car Montevideo y Buenos Aires pa­ra dividir la defensa que pudiera in­tentarse para impedir llegar al Ejér­cito portugués que ya franqueaba la zona del Chuy en el Este de la Ban­da Oriental.
Hubo entonces cambio de pla­nes. Frente a la Ensenada del Ria­chuelo echaron anclas durante dos días. No les dio el cuero para en­trar en el río por falta de prácticos. Faltaban horas para amanecer cuando los atacantes avanzaron de improviso sobre Colonia del Sacra­mento colocando la banda de estri­bor a los fuertes de defensa.
Con el rosicler del 6 de enero de 1763 los centinelas hispanocriollos al avistar los enormes buques die­ron la alarma. Venían desde el sur de la isla San Gabriel teniendo a proa el "Lord Clive" con sus sesen­ta y cuatro cañones, seguido por el "Ambuscade" con cincuenta piezas de artillería, el "Gloria", con seten­ta bocas de fuego. En los demás elementos de transporte viajaban quinientos reclutas, setecientos hombres de tropa y seiscientos infantes de marina. Se agregaban tres buques de guerra, siete embar­caciones menores armadas y trece buques para el traslado de víveres y algún ciento más de soldados.
El general Pedro de Cevallos en esas horas fue protegido por la Pro­videncia. Entre los oficiales que ha­bían servido a los portugueses había un ingeniero francés técnico en de­fensa y que había cursado en la Es­cuela del Mariscal de Vauban, genio que le había permitido al gran Luis XIV dar un vuelco fundamental en las artes militares concibiendo las fortalezas en forma de estrella.
Al ingeniero militar de apellido Havelle encomendó Cevallos refor­zar las defensas en los baluartes de Santa Rita, San Pedro y en una nueva Batería construida en la cos­ta sur. El combate dio comienzo al mediodía. Desde todos los puntos se levantaron nubes de humo grisá­ceo acompañadas de estruendos. Eran los cañones del General Ceva­llos que repartían metralla sobre los invasores. El aire se cubrió de acre olor a pólvora mientras las balas hacían saltar grandes trozos de pie­dra. El "Lord Clive" con su blanco velamen desplegado se detuvo fren­te al embarcadero mientras dispara­ba todos sus cañones. Por detrás suyo el "Ambuscade" y el "San Pe­dro de A lean tara ".redoblaban sus tiros intentando barrer la playa del Colegio y el baluarte de Santa Rita.
El combate que llevaba horas, cuando de pronto los artilleros his­panocriollos con una bala al rojo vi­vo lograron el impacto perfecto en la santabárbara del "Lord Clive", que comenzó a arder desde la po­pa, hasta donde se extendía la arbo­ladura y resto de la cubierta. La na­ve intentó alejarse. Pero era dema­siado tarde. Las llamas se extendie­ron por velas y jarcias. Escuchán­dose en su interior fortísimas explo­siones. El navio sin control escoró violentamente en el banco de la isla de San Gabriel. En poco más de una hora el orgulloso navio británi­co era una inmensa fogata en la que solo, en el puente de mando, estaba el Almirante Macnamara que se supone pereció quemado con su barco. La destrucción del
"Lord Clive", navio almirante de aquella flota anglo portuguesa, mar­có el final de la lucha ya que los maltrechos atacantes se retiraron en medio de un gran desorden mientras morían ahogados cientos y cientos de marinos y soldados.
Con las campanas lanzadas a re­bato, San Felipe y Santiago de Montevideo oficiaba un "Te Deum" por el gran éxito de las armas hispanocriollas. Lamentablemente la victoria alcanzada con el sacrificio de militares conducidos por la peri­cia de quien sería el primer Virrey, del Reyno del Río de la Plata , el ge­neral Pedro de Cevallos, se frustró en la firma del Tratado de París. Allí se consolidó la hegemonía ma­rítima ¿de Gran Bretaña. Se perdió en la masónica mesa diplomática lo ganado con sangre de guerreros.
El 10 de febrero de 1763 se for­malizaba la Paz de París entregán­dose la Colonia otra vez a Portugal. La situación española en el Plata había empeorado. La hegemonía inglesa era un hecho. Todo fue re­sultado de un mal inicio de la Gue­rra de los Siete Años (1756 1763) entre Austria, Rusia y Francia con­tra Prusia e Inglaterra en la que se había envuelto España con los pri­meros .y Portugal con los últimos.
El mal comienzo continuó con un declive que jio se pudo detener. Francia estaba agotada y al borde del desastre. Había perdido su .Im­perio norteamericano y sus bases en el Caribe estaban en manos bri­tánicas. Prusia era inquebrantable y Rusia había defeccionado. La caí­da de La Habana en 1762, de an­temano, inclinó la balanza. Pero el Atlántico Sur ofreció resistencia a los desbordamientos ingleses. Montevideo y su área marítima for­maron coraza frenando las preten­siones de las talasocracias. En el si­glo XVIII frustró una segunda Ja­maica. La violencia armada repeti­da en 1806 y 1807 y en la Guerra Grande (1838-52) reveló el poderío económico británico que no se res­quebrajaría hasta 1918. Poco co­nocida es esa penetración suave y quintacolumnista con espías y trai­dores. De Hiram y sus hijos nos ocuparemos, Dios mediante. •