lunes, 29 de abril de 2013

PENSAMIENTO CRÍTICO

Testigo de cargo


PENSAMIENTO CRÍTICO
 
Sorpresas nos da la vida. Uno definiría a “Clarín” como un diario de izquierda de la variante social-demócrata.
  Y sin embargo, toma uno entre sus manos el ejemplar  del domingo 21 de octubre pasado, lo abre en la página 63 y se cae… digamos,  de espalda. Porque luce allí un aviso que transcribiremos literalmente. Es a toda página y comienza con una foto de los siguientes ocho personajes: Marx, Nietszche, Trotsky, Eco (Humberto), Luxemburgo (Rosa), Hobsbawm, Guevara (el Che) y Lenín. Luego viene el texto: “Clarín y Ñ presentan PENSAMIENTO CRÍTICO.  Una colección en dieciséis entregas para confrontar las enseñanzas de los intelectuales frente a las verdades reveladas, los dogmas vacíos y los espejismos de la realidad. Oferta lanzamiento.  Sábado 27 de Octubre. Libro N° 1 de regalo con la edición especial de Ñ”. Y sigue la portada del libro de regalo, que es nada menos que “El Manifiesto Comunista” de Marx y Engels.
  ¡Atiza!  Diría un castellano viejo. Esta sí que no me la esperaba.  Echemos cuentas. De los ocho epígonos del pensamiento crítico que nos ofrecen, seis está íntimamente ligados a la  experiencia del “socialismo real” del siglo XX, uno como inspirador (Marx), cuatro como actores (Lenín, Trotsky, Rosa Luxemburgo y el Che) y uno como historiador de esa tendencia (Hobsbawm).
  Ahora bien, un diario izquierdista de la variante social-demócrata no pondría jamás como modelos del pensamiento crítico a ninguno de los seis indicados, empezando por Marx. Desde el Congreso de Bad Godesberg (1969) Marx se fue borrando como inspirador de los partidos socialistas. Pero a la vejez viruela. En el año del Señor 2012 nos venimos a enterar de que “Clarín” es comunista, cosa que hasta el momento había ocultado cuidadosamente. Porque, entendámonos: ponerse del lado de los “intelectuales” en una batalla contra “las verdades reveladas” y poner como modelo de esos intelectuales a Lenín y el Che Guevara es tomar una inequívoca posición a favor del comunismo y no en un artículo firmado sino en un aviso institucional.
  Claro que a esta altura de los tiempos venir a confrontar “el pensamiento  crítico” de Marx y de Lenín con “verdades reveladas y dogmas vacíos” suena a chiste. Para empezar nomás uno pediría que la colección que nos prometen comenzara (o culminara) explicando cómo este formidable pedazo de pensamiento terminó en tan colosal fracaso, en un régimen que tras setenta años de dominio totalitario se derrumbó solo, por su  inoperancia y falsedad. Tampoco vendría mal que alguien confrontara las muertes debidas a “las verdades reveladas y los dogmas vacíos” (con Inquisición incluida) y los causados por el experimento fracasado del socialismo real.
  Por último no vendría mal que “Clarín” hiciera públicas sus diferencias con La Cámpora, D’Elía, Pérsico y la Universidad (?) de las Madres, ya que parece que en bibliografía tiran parejo. ¿Por qué le indignan los manejos de Cristina y  al mismo tiempo hace el elogio de los inspiradores del más feroz y asesino régimen totalitario que jamás existiera? Al fin y al cabo, seamos justos, nuestra Presidenta, Chávez, Correa y Evo apenas si han comenzado a transitar el camino que tarde o temprano culmina en el Gulag.
  CRÍTICA DE LA CRÍTICA
  Es gracioso. Hoy en día una “actitud crítica” no sólo es permitida sino que es exigida, extendiendo a todas las formas del conocimiento lo que es normal en la ciencia.
  Esto, en las universidades, sirve para burlarse del catolicismo y sus “dogmas vacíos”. Pero los profesorcillos mal pagados y peor entrenados se ponen al borde de un ataque de nervios cuando algún alumno valiente se atreve a enfrentarlos con una crítica del pensamiento crítico.
  Hace pocos días, cuando falleció Eric Hobsbwam, el historiador marxista tomado como modelo por “Clarín”, “El País” de Madrid (vocero socialdemócrata) le dedicó un suelto muy poco amigable, que tituló “Gran historiador, pésimo profeta”. Nada menos. Pero uno se pregunta ¿por qué lamentar que Hobsbawm fuera un “pésimo profeta”? ¿Desde cuándo los historiadores están obligados a profetizar?
  Respuesta evidente: desde Marx, que creía que de la Historia podían deducirse las leyes del futuro, tan rigurosas como las de las “ciencias duras”, todo el marxismo está basado en la suposición de que conociendo y entendiendo el pasado, tendremos la llave del futuro. Y como toda la historia se define por la lucha de clases, lo que venía era el enfrentamiento de las dos últimas clases que la Historia ha engendrado: la burguesía y el proletariado.
  Esto es pensamiento crítico. Lástima que no pasó nada parecido, lástima que el conflicto de clases es sólo uno de los que enfrentan a los hombres, lástima que las clases mismas estén mal definidas en el marxismo. Lástima que este pensamiento crítico de un intelectual crítico no soporta una crítica a fondo.
  Y así todo. En las vísperas de la revolución de Octubre, Lenín escribía en “El Estado y la Revolución” que las tareas de gobierno se simplificarían de tal manera que una cocinera podría desempeñarlas. Bueno, los argentinos hemos probado con una bailarina de club nocturno y una “exitosa abogada”.
  Los resultados fueron malos en los dos casos, pero me sospecho que una cocinera no haría mucho mejor papel.  En cualquier caso, imaginar —contra toda evidencia y todo sentido común— que la tarea de gobernar se simplificaría en el siglo XX, eso es un bello ejemplo de pensamiento crítico.
  Marx también pronosticó que la sociedad socialista culminaría cuando la humanidad superara el reino de la necesidad —sujeción a la tecnología— y entrara en el de la libertad. Estas palabras se han interpretado de muchas maneras pero los socialistas concretos que gobernaron en nombre de Marx y se proponían llevar a la humanidad a tan alto estadio, comenzaron por desbrozar el terreno y mataron: Stalín, unos veinte millones de rusos, Mao unos treinta millones de chinos y Pol Pot, el jefe de los khmer rojos de Camboya se limpió al 40% de la población de su país en unos pocos años. Maravillas del pensamiento crítico y sus aplicaciones.
  Para no olvidarnos del único representante argentino del pensamiento crítico de “Clarín”: el Che Guevara, cuya carrera está jalonada de éxitos. Fue Ministro de Industrias y Presidente del Banco de Cuba. Fracasó. Fue candidato a libertador del Congo y luego de Bolivia. Fracasó. Con su compinche Fidel Castro se las arregló para convertir al noble pueblo cubano en mendigo de la Unión Soviética primero y de Venezuela después. Eso sí, todo ello dentro de la más severa ortodoxia del pensamiento crítico. Sin olvidar que los entusiastas  del pensamiento crítico imponen por doquier el aborto libre y gratuito y la teoría de los géneros en el mismo momento en que la ciencia —sí, nada menos que la Ciencia— descubre que en el óvulo fecundado está todo —todo— lo que luego se desarrolla en el nasciturus. Y que las diferencias entre hombre y mujer tienen  una ancha base fisiológica.
  Como se ve, el pensamiento crítico que “Clarín” quiere imponernos permite explicarlo todo, arreglarlo todo, comprenderlo todo y profetizar con certeza de equivocarse.
  LA CUESTIÓN RELIGIOSA
  ¿Qué hay detrás de este combate  contra los “dogmas vacíos” que emprende “Clarín” tan anacrónicamente? Desde sus comienzos los sistemas modernos de pensamiento fueron pensados no sólo como una alternativa a lo religioso sino como algo que lisa y llanamente reemplazaría a la religión.
  Se trataba, entonces, de poner en pie una nueva religión que reemplazara a un cristianismo caduco. Hay, claro, una resistencia a llamar “religión” a algo que niega, refuta o ignora a Dios, pero yo creo que es útil darle ese nombre porque ayuda a comprenderlo. El culto a la diosa razón, la masonería, etc. no merecen el nombre de una cosa que se define como “religación con el Creador”.
  Pero si nos limitamos a observar el papel que las religiones cumplen en una sociedad, entonces se justifica dar ese nombre a todos los ensayos modernos que en seguida enunciaremos. Porque de una religión se espera, antes que nada, una explicación sobre el sentido de la existencia y de eso tratan los sistemas modernos.
  Ya a fines del siglo XVII aparece la primera de estas formas: la masonería, que con sus ritos iniciáticos propone a la burguesía creciente una alternativa al culto cristiano.
  Pero su defecto estaba en el elitismo que la definía. El ritual masónico abarcaba a pequeños grupos, nunca a las masas que asomaban ya en el horizonte.
  El segundo intento se realizó durante la Revolución Francesa, cuando se radicalizó, en pleno Terror. Se montó un ridículo culto a la diosa razón, al Gran Arquitecto del Universo y a la libertad.
  La profanación de los altares de Notre-Dame con estas zarandajas muestra a las claras el carácter que sus inventores querían darle, la certeza que tenían de fundar una religión de recambio. Es sabido que los vagorosos cultos jacobinos murieron con la revolución, tras apenas unos meses de vigencia.
  Más explícita y orgánica fue la tercera iniciativa: la religión de la humanidad que inventara Augusto Comte a mediados del siglo XIX. Aquí la función de reemplazo del catolicismo es explícita. Como el mundo entraba en una era de conocimiento científico era necesario que también la religión se sometiera a ese modelo de pensamiento y dejara de lado lo mágico y metafísico en que había abrevado hasta entonces. Es sabido que tal “religión” desapareció con su fundador sin dejar otra huella que uno de sus lemas en la bandera de Brasil.
  Desde muy distintas perspectivas se ha hecho notar lo que el marxismo —cuarto intento moderno— tiene de religioso, con su escatología imitando la del cristianismo: un acontecimiento (la Revolución) que como la Redención parte la historia en dos. Raymond Aron (un pensador liberal con algunos enfoques valiosos) se sirvió de la definición de Marx de la religión para, a su vez, definir al marxismo como el “opio de los intelectuales”, acertada síntesis.
  El último sistema moderno de pensamiento con ribetes religiosos es el freudismo.  Durante todo el siglo XX han surgido numerosos estudios que cuestionan las pretensiones científicas del psicoanálisis. Parece, en cambio, cada vez más evidente que se trata de un sistema pansexual de interpretación de la vida humana que, como los anteriores, intenta cubrir el terreno que deja libre la fe de Occidente.
    LA SEXTA RELIGIÓN
  Desaparecidas, casi sin huellas, la religión de la diosa razón y la de la humanidad, incapaz de superar su elitismo, la masonería, en franca crisis tanto el marxismo como el freudismo, el panorama ideológico de Occidente es sencillamente desolador.
  No es extraño que el único sistema de pensamiento aparecido en los últimos cincuenta años se haya dado el paradojal nombre de “posmodernismo” y se haya definido como una toma de conciencia de “el fin de los grandes discursos”.
  En 1983 Laurent Joffrin, uno de los más influyentes pensadores del socialismo francés, reflexionaba con amargura: “las grandes explicaciones están muertas. Pasará largo tiempo antes que un pensador suficientemente poderoso ponga en orden el caos de los sistemas rotos”.
  Joffrin, progresista al fin, daba por cierto que aparecería ese pensador-redentor que restauraría la filosofía de las luces en todo su esplendor. Un nuevo Marx. Pero hay ninguna certeza de que tal “segunda venida” vaya a suceder.
  Mientras tanto, con las astillas de los sistemas rotos, el hombre (occidental) se ha armado una versión provisoria que hace las veces de sexta religión moderna para uso de seres desorientados en búsqueda de certezas que les permitan decirles no a los curas.
  La primera parte de esa nueva fe viene a sonar más o menos así: La Nada estaba muy tranquila hasta que por sí sola decidió que algo había que hacer y se puso en marcha. Lo que pasó después es todo fruto del azar. Porque este último se convierte en el gran recurso, el que explica todo y salva cualquier obstáculo.
  Lo cual sólo puede sostenerse mediante una colosal ignorancia y la suposición de que el azar no está sometido a leyes. Si lo está, son las leyes de probabilidad.
  En uno de sus últimos libros (“Por qué creo”) Vittorio Messori recuerda que el premio Nobel John Eccles decía que renunciando al Creador, el mundo queda así: “un almacén de un kilómetro de largo lleno de piezas aeronáuticas; un ciclón que durante cien millones de años de años hace girar y encontrarse entre sí a todas aquellas piezas y cuando, por fin, el viento se aplaca, dentro del inmenso depósito hay cuatrimotores a los que no les falta ni un tornillo, esplendorosos, con sus hélices girando”.
  Poco importa. Cuando hace falta una fe y se rechaza la del Dios verdadero, se puede creer en cualquier cosa. Literalmente.
  Por eso todo el resto de una sexta religión que comienza con tan buenos auspicios es por el estilo. Pedazos mal digeridos del marxismo y el freudismo, afirmaciones claramente contradictorias entre sí, todo es bueno para cubrir las desnudeces de este culto.
  Subsiste, claro, una dificultad ya advertida desde hace tiempo. La ciencia de nada sirve cuando de moral se trata, ya que los conceptos de bien y mal son ajenos a su competencia. De nada sirven los bravos progresistas —como Savater— que quieren edificar por su cuenta y riesgo una moral de situación. Las palabras están disponibles para tales hazañas. Lo que no está disponible, en cambio, es el fundamento objetivo y evidente de una nueva moral capaz de superar la cristiana.
  Alguien dijo que el resultado actual de esta moral híbrida suena así: “descendemos del mono, amémonos los unos a los otros”.
  En una palabra, todo cronista más o menos serio de nuestra era advierte la orfandad en que nos deja la quiebra de los grandes discursos. Pero pocos advierten que esa quiebra deja lugar a los pequeños discursos, la manifestación de los seres pequeños que repiten lo de siempre porque son incapaces de crear nada nuevo.
  En ese panorama se inscribe la iniciativa de “Clarín”. Apelan al discurso crítico, viejo fetiche progre y para ilustrarlo apelan a Marx, Lenín, Trotsky, las momias de un museo de los fracasos.
UN CASO
No quiero terminar sin referirme a una pequeña —¿o no tan pequeña?— cuestión que ilustra muy bien las antinomias que enumera “Clarín”. Todo el mundo conoce el caso de Galileo Galilei, ferozmente perseguido por la Iglesia católica. Esta es la versión que circula en los círculos anticlericales.
  El que desea conocer la verdad puede leerla en “Los sonámbulos”, libro escrito por Arthur Koestler, judío agnóstico del que no cabe sospechar parcialidad.
  Galileo estuvo veintitrés días detenido pero no en una celda sino en un lugar confortable. Volvió a su trabajo y pudo seguir investigando sin ninguna limitación más que no dar por probada la teoría de Copérnico.
  (Lo cual, de paso, era cierto, pues recién los experimentos de Foucault, un siglo después, aportaron la prueba científica).
  Volvamos ahora a nuestro tiempo. Estamos en el año 1935, en la Unión Soviética. Un oscuro agrobiólogo, T. D. Lyssenko, conquista el favor de Stalín, que lo nombra Presidente de la poderosa Academia Lenín de Ciencias Agrícolas. Durante más de veinte años Lyssenko orienta los estudios y la práctica de la agricultura soviética y contribuye a un desastre del que todavía hoy no se ha recuperado.
  Lyssenko negaba la genética moderna en nombre de la ortodoxia marxista. Para imponer su punto de vista “eclipsó a los genetistas que se le oponían haciendo encarcelar a varios. En 1940 fue arrestado el célebre botánico Nicolás Ivanovich Vavilov. Murió en prisión en 1943. Otros sabios de renombre en el dominio de la agronomía y de la biología fueron arrestados y fusilados” (Tomado de “L’utopie au pouvoir” de M. Heller y A. Nekrich).
  Estos dos pequeños ejemplos ayudarán al lector a comprender como se solventa un conflicto entre religión (o ideología) y ciencia en una sociedad gobernada por “verdades reveladas y dogmas vacíos” y otra regida por intelectuales del discurso crítico.
  Aníbal D’Ángelo Rodríguez