martes, 30 de abril de 2013

IRAN: LA DESTRUCCION NECESARIA (1ERA.PARTE)



Las razones-pretextos de Occidente

Irán, la destrucción necesaria

Ante la visita histórica del presidente Barack Obama a Israel, es conveniente ver con una mirada lúcida las fuerzas que impulsan, no sólo a Israel sino también a todo el sistema occidental, a implementar una guerra contra Irán. La Red Voltaire propone a sus lectores los primeros capítulos de un ensayo del analista francés Jean-Michel Vernochet publicado en francés por la editorial Xenia, en diciembre de 2012, bajo el título Irán, la destrucción necesaria.

| París (Francia)
+

Lugar de Irán dentro del
«sistema-mundo» y geoestrategia
de los imperialistas anglo-estadounidenses


GIF - 38.4 KB
¡Hay que destruir Irán! ¡Claro que sí! No sólo para impedir su eventual acceso al arma atómica (algo no muy probable), no sólo porque la independencia de Irán puede poner en entredicho la preeminencia regional de Israel, atalaya occidental en el Oriente Medio y, como dicen algunos, Estado número 51 de los Estados Unidos de América, a la vez que miembro 28 de la Unión Europea. Es que hay que mantener a toda costa la posición dominante de Israel en la región, que depende de su monopolio regional del arma atómica –en lo que constituye une posesión de armas prohibidas, tan inconfesada como bien confirmada mediante rumores bien orquestados.
Si por casualidad Irán lograse entrar en el club nuclear, Israel entraría ahí mismo en una lógica de disuasión recíproca, idea de por sí insoportable para el Estado judío. Además, un Irán dotado de armas nucleares sería un pésimo ejemplo regional, creando así un precedente potencialmente contagioso entre los vecinos turco, saudita y egipcio. El temor a la «proliferación» no es más que un argumento. En realidad se trata de un riesgo tangible a escala regional y más allá. En resumidas cuentas, Teherán opacaría así a Tel-Aviv, mini-superpotencia sin rival desde la caída de Bagdad, el 12 de abril de 2003.
Destruir Irán, es decir desmantelar sus estructuras políticas y sociales de manera duradera y sumir a ese país en un caos de larga duración, como ya se hizo con la guerra civil iraquí de baja intensidad, será el resultado de un sistema complejo de engranajes que ponen en juego numerosos factores, dirigidos todos hacia un objetivo único, al extremo que el conjunto termina pareciéndose mucho a una especie de fatalidad inevitable.
De hecho, muchos celebran con razón las riquezas minerales de Irán, sus prodigiosas reservas petroleras más las de gas (las terceras a nivel mundial). Ahora bien, el apetito desenfrenado de un puñado de transnacionales del petróleo no puede ser la causa única que incitaría a golpear a Irán, hasta ocasionar su destrucción total.
¡Hay que destruir Irán! ¡Hay que sumirlo nuevamente en «la edad de piedra»!, como se acostumbra decir en Israel! ¡Lo mismo que ya ha sucedido a unos cuantos enemigos de Estados Unidos y del sistema que promueve Washington! Fue esa la suerte de Irak, de Afganistán y, hace ya 67 años, de la Alemania derrotada.
Ya en 1944, como más tarde aconsejaría MIchael Ledeen en 2001 para Irak, el secretario de Hacienda del presidente Roosevelt, el muy reconocido Henry Morgenthau, quería ver a los alemanes sumidos en una especie de Edad Media preindustrial. Ledeen, apóstol del Nuevo Siglo estadounidense, preconizó la doctrina del «caos constructivo», aplicable al caso de Irak, con lo cual demostraba un notable sentido de la continuidad histórica. Y los hechos hablan por sí solos: en 12 años de conflicto interior de baja intensidad en Irak, los enfrentamiento y actos de terrorismo intercomunitarios nunca cesaron, hasta que en el verano de 2012 se produjo un terrible brote de violencia terrorista que casi ha hecho desaparecer la esperanza de una reconstrucción creíble de la nación iraquí asolada. O sea que la primera parte del proyecto neoconservador –la creación del caos– es un rotundo éxito.
En Afganistán, las cosas son a la vez más simples y más claras. En octubre de 2001, al iniciarse la «Operación Libertad Duradera», ya no quedaba nada por destruir pues el país estaba hecho un campo de ruinas al cabo de dos décadas de enfrentamientos indirectos entre el Este y Oeste, bandos en los que se alistaban comunidades étnicas y pueblos indígenas antagónicos. Entre 1979 y 1999, muchos yihadistas afganos y militantes de al-Qaeda en lucha contra los soviéticos fueron reclutados, entrenados y armados por los servicios especiales estadounidenses y fueron enviados a pelear en Afganistán por los servicios secretos paquistaníes (ISI, siglas correspondientes a Inter-Services Intelligence). Algunos de esos elementos fueron después reciclados y enviados a otros frentes de las guerras imperiales, tales como Bosnia, Kosovo, Irak, Libia y ahora Siria. Véase al respecto la monografía de Jurgen El Sasser, publicada en 2006, Cómo llegó la yihad a Europa, con prólogo de Jean-Pierre Chevenement, ex ministro socialista francés (ministro de Defensa de 1988 a 1991, ministro del Interior de 1997 a 2000), quien debido a su radical desacuerdo con la política de de incondicional sometimiento de la alianza atlántica a Estados Unidos en el Medio Oriente dimitió de su función el 29 de enero 1991, a raíz de la Operación Tormenta del desierto, supuestamente destinada a liberar Kuwait.
Después de la destrucción de Irak y la instauración de un caos duradero en todo el país, Teherán se dio a la tarea de contrarrestar las maniobras del Departamento de Estado tendientes a aislar a Irán en el escenario regional, especialmente en las petromonarquías sunnitas del Golfo Pérsico, lo cual hizo con consumada habilidad a través de sus diplomáticos. Irán logró aparecer durante algún tiempo como un sucesor potencial del Irak baasista capaz de imponer su liderazgo a la región. Hoy en día, este edificio diplomático se ha desplomado frente a las petromonarquías, manejadas por los dos Estados wahabitas aliados de Estados Unidos (y de hecho manejadas también por Israel, el aliado más cercano de Washington) Qatar y Arabia Saudita, que están preparando casi abiertamente el enfrentamiento con el Irán chiita y su destrucción como potencia emergente.
Irán, por cierto, puede servir como base de retaguardia, con apoyo en varias formas posibles, a las comunidades chiitas de la Península Arábiga, empezando por la de Bahrein, donde son mayoritarios los chiitas, que padecen continuas humillaciones y represión por parte de la minoría sunnita en el poder, y esto con la ayuda activa de las fuerzas armadas del vecino saudita. Además, aunque son étnicamente árabes, los iraquíes de confesión chiita se mostrarían seguramente más solidarios de sus hermanos iraníes que de los wahabitas que sólo los consideran como herejes a los que hay que someter. Estamos pues presenciando una guerra no declarada, pero que ya tiene por campo de batalla, después de Irak, a países como Siria y Líbano, además de Bahréin, que estaba, en junio 2012, a punto de verse anexado por Riad.
Otro eje de reflexión sería Turquía, enemiga tradicional de Persia, y que pareció por un tiempo haberse acercado a su vecino chiita, como lo sugería el acuerdo tripartita firmado con Teherán y Brasilia en julio 2010, un convenio relativo al enriquecimiento fuera de las fronteras iraníes de materias físiles útiles para el programa nuclear iraní, lo cual disgustaba muchísimo al Departamento de Estado desbordado por la aparición de inesperados actores multipolares. Pero muy pronto todo volvió al cauce «unipolar».
De la misma forma, Ankara demostró cierto humor no alineado frente al Estado judío (socio de Turquía en múltiples aspectos), cuando la crisis de la «Flotilla de la libertad», la flotilla humanitaria brutalmente asaltada por la marina israelí el 31 de mayo 2010, cuando se dirigía a Gaza. Pero la bronca no pasó de ahí. Porque hay un dato inamovible: Turquía sigue siendo el pilar oriental de la OTAN, una potencia decisiva en los flancos este y sur de Europa. Esto se vio también en Túnez, donde Ankara respaldó el ascenso al poder del Movimiento por el Renacimiento, o sea el partido islámico Ennahda, todo lo cual se hizo con el tácito beneplácito de Estados Unidos ya que Ankara es precisamente la correa de transmisión de Washington en todo el Mediterráneo. Las peleas puramente circunstanciales con Israel son oportunamente escenificadas para alimentar las ambiciones neo-otomanas, o las fantasías de restauración del califato de antaño, que sería garante, como «Sublime Puerta», de la unidad de la Umma, la comunidad de creyentes del Islam.

JPEG - 59 KB“In God We Trust”, divisa oficial de los Estados Unidos de América. 
 
La teocracia iraní es la que debe ser destruida, pero no por ser tal. En definitiva, Estados Unidos es también una especie de teocracia parlamentaria, cuyo lema «In God we trust» figura en su fetiche, el dios dólar. E Israel es también una teocracia disfrazada ya que la Tora, o sea la Biblia en su versión hebraica, le sirve de Constitución y representa una de las fuentes del código civil israelí. Israel es además un país donde los sacerdotes son los únicos habilitados para pronunciar un divorcio.
A su vez, el Irán revolucionario practica la democracia al celebrar elecciones parlamentarias de forma regular. Pero Irán es el país que se halla en medio de la rivalidad entre las grandes potencias que desean apoderarse de los yacimientos de energía fósiles o por lo menos controlarlos. Se dice además que Irán podría tener las segundas reservas mundiales de gas, el combustible que debe asegurar la transición entre la era del petróleo y las energías del futuro (tales como la pila de combustible o el procesamiento del torio, para el cual India se está preparando). El gas licuado es fácil de transportar y puede sustituir el déficit de hidrocarburos, antes de asegurar la continuidad del abastecimiento cuando se alcance el «pico de producción», es decir cuando la oferta de productos petroleros resulte inferior a la demanda, demanda que está entrando en un auge vertiginoso por el crecimiento vertical de los llamados países emergentes. Lo que no sabemos es si ya hemos llegado a ese punto de giro…
No mencionaremos aquí los argumentos emocionales, que tienen que ver con la democracia, los derechos humanos y la condición de la mujer y que no son más que recursos retóricos útiles para envolver en una niebla verbal y sentimental ciertas realidades geoestratégicas mucho más prosaicas. Se trata de un discurso mediático que caricaturiza el paisaje sociológico musulmán en general e iraní en particular, en realidad mucho más matizado. Desde Europa, a menudo se considera a los musulmanes como retrógrados, cuando en realidad distan mucho de ser tan esquemáticos como son los prejuicios occidentales.
Por ejemplo, en Irán, las mujeres jóvenes son tan modernas y autónomas como sus hermanas turcas, en las grandes metrópolis. Y los miembros de la OTAN, cuyos drones asesinos golpean a ciegas y muchas veces caen sobre objetivos civiles, se indignan cuando algunos traficantes de droga, el veneno que acaba con innumerables jóvenes europeos y rusos (entre 30 000 y 100 000 muertes al año) son ejecutados después de un juicio por un tribunal regular. Recordemos, sin embargo, que la pena de muerte sigue vigente en 33 de los 50 Estados estadounidenses. Además, la OTAN tiene fama de dedicarse directamente al tráfico de estupefacientes, y a la vista de los rusos, entre Afganistán y Europa y a través del territorio de la Federación Rusa y de los Balcanes, especialmente a través de Kosovo, donde se encuentra precisamente Camp Bondsteel, la mayor base militar estadounidense fuera de Estados Unidos. El 5 de abril 2012, por boca de Alexander Gruchko, viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Rusia prohibió oficialmente a la OTAN el traslado de heroína a través de su territorio, al considerarse blanco de una guerra de agresión por parte de los narcotraficantes.
Todas las razones que hemos expuesto (la codicia que despiertan los recursos iraníes y el ascenso de la República Islámica como potencia regional) justifican el derrocamiento del régimen iraní. Y si esta política fracasa, se acudirá a la destrucción metódica de las infraestructuras militares, industriales y administrativas de Irán.
Pero la razón fundamental se sitúa a otro nivel, en la mecánica del gran juego que opone Estados Unidos a Rusia y China en el Cáucaso, en los altiplanos iraníes y en las llanuras del Hindukush, por el control del Rimland, es decir por el control («endiguement/containment») del espacio continental euroasiático por las potencias talasocráticas y mercantiles angloamericanas. Esa mecánica se inscribe, más allá de la oposición entre potencias marítimas versus potencias continentales, en un sistema-mundo, una economía planetaria que abarca o subsume la tectónica de las placas geopolíticas… bloque del Atlántico norte (Estados Unidos + Europa) contra bloque euroasiático, (Rusia y China).